miércoles, 7 de noviembre de 2007

Laxmi

En un quirófano de Bangalore acaban de operar a la pequeña Laxmi para separar de su cuerpo los dos brazos y las dos piernas extra con que nació. De hecho, esos cuatro miembros adicionales eran parte de una hermana gemela que no había llegado a separarse durante la gestación y que ni siquiera se había desarrollado completamente en el útero materno.

Cuando la pequeña nació, sus padres y todos los presentes se postraron, emocionados, y prorrumpieron en oraciones, porque aquella criatura de cuatro brazos y cuatro piernas que venía al mundo era tal como la leyenda, desde tiempo inmemorial, había descrito a la diosa Laxmi.

Naturalmente, yo no sabía nada de esta deidad hindú. He averiguado que Laxmi es la diosa de todas las cosas buenas: prosperidad, belleza, fertilidad, buena suerte. Pero, más allá de estos datos, todos mis esfuerzos por comprender la historia de Laxmi han sido inútiles. La mitología hindú parece ser como esas composiciones religiosas que todos hemos visto alguna vez en las paredes de algún restaurante indio: inextricable.

Los dioses se entrelazan con otros dioses y demonios, con mares y lunas y nubes y montañas, con elefantes y tortugas y lechuzas y serpientes. Vacas, gemas, flores y frutas, reyes, abejas, loros, mariposas o caballos componen una trama complicadísima en la que un afanoso buscador de misterios podría encontrar millones de códigos da Vinci.

Inevitablemente, he pensado en todas esas personas que se marchan una temporada a India y vuelven con sonrisa sospechosamente serena y mirada un poco virada hacia el infinito. ¿Qué tendrá aquel universo mental abigarrado que fascina a todas esas personas hasta el punto de convertirlas en una especie de queso blanco en éxtasis permanente?

Tal vez que, por ser tan sobreabundante, no deja espacio para la soledad. Hace bastantes años, apenas instalado en Viena, conocí en cierta ocasión a una muchacha que hizo la peregrinación. Ella tenía ya fuertes tendencias místicas o, quizá, demasiadas preocupaciones metafísicas. La abordé a la salida de un cine. En aquella sala oscura donde proyectaban una película de Bob Marley, su silueta era la única que se movía al compás de la música.

Nos tratamos durante varios meses. Ella no era feliz. Un buen día, desapareció, y yo la olvidé. Pero, casi dos años después, reapareció de improviso. Había estado en India, a donde, por lo visto, había conseguido llegar en autostop. Tenía ya esa mirada suavemente vidriosa de los iniciados, y me escribía cartas adornadas con símbolos etéreos. En aquellos dos años indios, dijo, había estado en la cárcel, no recuerdo por qué razón, y había convivido con un maharashi. Me acusaba, sobre todo, de tener orgasmos.

No tengo nada en contra de hacer el amor durante noches enteras, pero la idea de quedarme sin postre nunca me hizo gracia. Contaba Aldous Huxley en uno de sus ensayos que, a finales del XIX, un pequeño grupo de visionarios había fundado en algún lugar de Argentina la comuna Oneida, basada en la práctica del método karezza. Por lo visto, esa sola práctica disipaba todo sentimiento de celos en los varones y, gracias a ella, la comuna podía compaginar sin enfrentamientos el amor libre con la armonía social. Yo sobre eso no puedo opinar, pero la comuna, lejos de extenderse por todo el orbe, languideció en pocos años.



Huxley escribió también un ensayo de fuerte sabor hindú sobre la obra de El Greco. Concretamente, sobre El entierro del Conde de Orgaz. En su opinión -tal vez con ayuda de alguna que otra dosis de LSD-, la pintura de El Greco era fantásticamente 'intestinal'. En efecto, las telas de aquel pintor son aglomeraciones retorcidas de personajes oblongos en las que apenas encontramos resquicios. Pero, además de intestinos, Huxley veía en ellas cosas rarísimas. Me salté grandes párrafos de aquel ensayo.

Creo que me he ido por las ramas. En realidad, de lo que yo quería hablar hoy era de la simetría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues estaba oyendo en la radio los jaleos que hubo entre dominicos y otros de otra orden, por el entierro del conde de Orgaz y lo he buscado en google a ver si conseguia distinguir entre los muertos del cuadro a Felipe II a quien El Greco pintó, aunque el rey no habia muerto todavía, así se vengó,de que no le hubiera dado el puesto de pintor de la corte, y mira tu por donde me entero de que en la India, sitio al que jamás quise ir, hay una diosa que se llama Laxmi, y de que tienen esa mirada de estar fumaos.Y eso solo por la mañana, ¿de que me enteraré a lo largo del día?

 
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