sábado, 9 de julio de 2016

El palo y la zanahoria

Leo en el sitio web de Mish algunos datos económicos de USA del mes de junio pasado. El empleo en ese país ha aumentado en más de 280 000 puestos de trabajo en un solo mes. Una cifra sin precedentes desde hace mucho tiempo. Seguramente un triunfo del que el gobierno USA -y los medios de comunicación afines- se va a vanagloriar. Sin embargo, sigo leyendo. Como el número de personas en edad de trabajar también ha aumentado (debido al crecimiento de la población) y lo ha hecho más aprisa que el número de empleados, resulta que el desempleo en realidad ha aumentado. ¿Nos suena?

La desconcertante constatación de que el empleo y el desempleo pueden aumentar al mismo tiempo es una razón de peso para desconfiar de las simplificaciones. La realidad es compleja. La propaganda, no. Un titular de prensa objetivo podría resumir estos datos así: "Ni siquiera un espectacular aumento del empleo consigue detener el aumento del desempleo". Lo importante no es que el vaso esté medio lleno o medio vacío, sino en qué dirección progresa el nivel del agua.

¿Y en qué sectores económicos ha aumentado el empleo? Los datos son reveladores. Ocio, hostelería, atención médica, asistencia social y finanzas. Si excluimos las finanzas, que son de ámbito internacional, tenemos que deducir que la población de USA está aumentando sus gastos en divertirse más y recibir más prestaciones de la Administración. En un libro de historia, una frase así referida a un imperio (y los USA lo son) evocaría inmediatamente la palabra 'decadencia'. El tiempo dirá lo que pensarán nuestros descendientes cuando la lean en algún capítulo dedicado a la historia del siglo XXI.

Para entender las dimensiones históricas de la crisis que comenzó en 2008 hay que comparar estos datos con otros periodos económicos del pasado. Difícilmente encontraremos un periodo histórico en que la industria del ocio y el turismo haya tenido siquiera un peso mínimo en la economía de un país, y no digamos ya que haya tirado de la economía. Los avances tecnológicos han eliminado puestos de trabajo, pero también han creado las condiciones para crear nuevas modalidades de empleo que los reemplacen.

Desde que se inventó la máquina de vapor se vienen oyendo voces contra las innovaciones tecnológicas que simplifican el trabajo. Hace de eso ya tres siglos, y no parece que pasemos hoy más hambre que entonces. En el siglo XVIII ni siquiera los emperadores tenían aire acondicionado, el agua corriente era un lujo inalcanzable y las calles estaban mucho más sucias que antes de construir las redes de alcantarillado (aunque probablemente menos sucias que después de inventarse los perros). La economía superflua a nivel del ciudadano medio es un fenómeno histórico muy reciente.

Esta afirmación la podemos comprobar con sólo darnos una vuelta por el barrio y leer los rótulos de los comercios. Yo lo he hecho. Donde antes había tiendas de artesanos, barridos por la mecanización de los procesos industriales, hoy hay farmacias que venden infinitos productos para el cutis, la regeneración capilar, el balance vitamínico, la reducción del colesterol, el cuidado de las encías, las dietas de adelgazamiento o la sudoración de los pies; tiendas de vinos o cervezas de procedencias caprichosas; locales de piercing y tatuaje; gimnasios; peluquerías sofisticadas; dispensarios para animales domésticos; locales para tratamientos de belleza; despachos de coaching, psicología y consultorías varias; oficinas de interiorismo; tiendas de productos ecológicos; escuelas de danza y música; tiendas de telefonía móvil o de informática; empresas de colocación en empleos de atención a ancianos; y no pare usted de contar, porque hay muchas, muchas más.

La inmensa mayoría de estos negocios no existían hace sólo 30 años, y pocos podían imaginar entonces que puestos de trabajo así llegarían a existir siquiera, igual que sus abuelos no podían imaginar que aquellos niños necesitarían un día un televisor o un horno de microondas. Es difícil saber lo que necesitarán los consumidores del siglo XXII, pero da la impresión de que no se conformarán con lo que nosotros tenemos ahora.

Naturalmente, todo es relativo, y no parece justo comparar a un pobre de hoy con el ciego sarnoso del Lazarillo de Tormes. Las personas necesitan más porque ven que otras personas disfrutan de más. Llámelo usted envidia si quiere, pero esa comparación es el motor de las economías. Suprima usted las clases sociales... y el motor se para.


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sábado, 2 de julio de 2016

Economía desde el armario

Hace ya algún tiempo que los neoprogresistas están en guerra contra los neoliberales. Sea cual sea el significado de esta palabra...

Clavando en mi pupila tu pupila azul

Hasta la fecha, no he dado con nadie que me sepa explicar la diferencia entre un liberal y un neoliberal, aunque deduzco que el prefijo 'neo' viene a querer decir algo así como 'creíamos que os habíamos erradicado, y volvéis a la carga'. La izquierda tiene esas cosas. Ellos siempre han sido los buenos, y todos los demás, los malos. Más o menos como los harekrishnas, los hinchas de los estadios o los miembros de la secta Moon.

Ni siquiera he dado con alguien que me sepa explicar lo que es el liberalismo. En español, quiero decir. En inglés, que es la fuente a la que hay que acudir para beber agua clara, hay muchos y muy buenos expositores, no sólo de las ideas liberales, sino de conceptos tan necesarios como 'capitalismo', 'libre competencia' o 'libertad de mercado'.

Es sabido que la izquierda ensalza constantemente la palabra 'libertad', pero en la práctica aborrece su significado. Le disgusta la libertad, por ejemplo para ser o no 'solidario', para relatar objetivamente la guerra civil, para creer o no en el cambio climático, para ser o no católico... o lo más nefando de todo: para crear riqueza mediante el esfuerzo y el trabajo. Sí, como suena. Pero vayamos por partes.

Marcando hucha

Quizá el sinónimo que más se usa para referirse al (presunto) apocalipsis neoliberal es la expresión 'capitalismo salvaje'. Naturalmente, 'salvaje' quiere decir que es muy malo, pero antes de hablar del adjetivo convendría aclarar lo que significa 'capitalismo'. ¿Nos hemos detenido alguna vez a pensar en eso? Pues ya va siendo hora.

Capitalismo significa acumulación de capital. Ya, ya sé que suena horroroso, pero lo cierto es que nuestros armarios acumulan ropa, nuestro frigorífico acumula comida, el depósito de nuestro coche acumula combustible y nuestro disco duro acumula información. ¿Por qué? Sencillamente, porque el futuro es incierto, y si viviéramos rigurosamente al día y no acumuláramos nos pareceríamos mucho más a un animal salvaje que a una persona racional. Sí, he dicho 'salvaje'. La primera, en la frente.

Dinner is ready, Sir

Lo cual nos permite ya definir dos tipos de sociedad: una sociedad de previsores, y una sociedad de vagabundos. Pero no son las únicas, porque existe también la posibilidad -y es una posibilidad muy real- de que alguien prevea por nosotros. Como hacían nuestros padres cuando éramos niños, ¿recuerdan? Si gana usted lo suficiente para pagarse un mayordomo, no tendrá que preocuparse por mantener la despensa abastecida, pero si no es ese el caso todavía le queda una alternativa para disfrutar de un mayordomo: colectivizarlo.

Como ya estará usted sospechando, ese mayordomo colectivo se llama Estado, y es la opción preferida por los neoprogresistas. Así que relájese. El Estado se ocupa de todo para que usted no tenga que inquietarse por el futuro. Por desgracia, sin embargo, los cuentos de hadas son sólo eso: cuentos. Y la existencia del Estado acarrea unos cuantos inconvenientes.

Para empezar, el precio que nos cobra el Estado por ocuparse de todas esas cosas es el poder. Y, como el poder es un arma muy peligrosa, ha habido que inventar la democracia para controlarlo. Si lo estamos consiguiendo o no, es cosa que cada uno debe juzgar según su criterio. Pero hay más. Nadie acumula al azar, y todos tenemos nuestra forma peculiar de prever el futuro. El Estado, sin embargo, no entiende de individualidades. Para él, las personas son números abstractos, y si queremos que decida lo que es bueno para nosotros lo hará según su propio criterio.

Todos contra Shylock

Las reglas de la democracia dictan que ese criterio será el del partido gobernante... a menos que el partido gobernante se limite a defender nuestra libertad y deje que cada uno acumule o no lo que le dé la gana sin molestar a nadie. ¿Sabe usted cómo se llaman los que no quieren que el Estado se entrometa en la vida del individuo? No se lo va a creer: liberales. Es decir, lo contrario que los progresistas.

Pero todavía no hemos respondido a una pregunta fundamental: ¿acumular capital es malo?

Tal vez sí, si el capital que usted acumula lo guarda debajo del colchón. Si decide no guardarlo y ponerlo en circulación, entonces quien le venda a usted esa barra de pan o ese yate estará obteniendo riqueza de su trabajo y, por lo tanto, podrá mejorar su calidad de vida. Ya sé que los neoprogresistas no lo llaman así, pero yo a eso lo llamaría 'progreso'.

Gastar el dinero no es la única manera de ponerlo en circulación. Si usted es una persona inquieta, tal vez se le ocurra que ese capital que ha ido acumulando gracias a su trabajo le permitiría comprar unos telares y fabricar calcetines. De ese modo, mataría tres pájaros de un tiro: (1) crearía un producto útil para muchas personas; (2) daría trabajo a otros; (3) ganaría usted dinero.

Esta modalidad se llama inversión, y no hay otra forma concebible de crear riqueza en una sociedad. Incluso los Estados socialistas tienen que acumular capital para pagar a los obreros que construirán la fábrica de calcetines.

Negociete en el negociado

Invertir -es decir, crear empresas- puede ser una actividad filantrópica. Muchas fundaciones benefactoras, y muchas de las mejores universidades del mundo, son de origen filantrópico. Pero generalmente uno se mete en negocios para ganar más. Si usted es neoprogresista, probablemente piense -como predica el Nuevo Testamento- que ganar más es malo. Allá usted, pero en todo caso nada en la vida es gratis, y esa mayor riqueza sólo se consigue a costa de un mayor riesgo. La fábrica de calcetines podría quebrar, y usted podría perder el capital acumulado y quedarse en la calle. El futuro es incierto.

A estas alturas, seguro que ya se le han ocurrido a usted unos cuantos casos de personas que se han enriquecido sin dar ni golpe. Está en la naturaleza humana. Yo te hago unos cuantos favores, y tú me adjudicas la contrata para pintar las farolas del pueblo, o simplemente me pasas un sobre sin que nadie se entere, en concepto de comisión. Cosas así suceden cuando el modelo de capitalismo no es 'salvaje', sino domesticado.

Cuando el capitalismo es salvaje, usted tiene que hacer frente siempre a la competencia, y por lo tanto no puede poner los precios que le dé la gana. Hágalo, y sus clientes se pasarán ipso facto a la empresa que ofrezca la mejor relación calidad/precio.

El sobre sobra

A menos... que la competencia no exista, replicará usted con una sonrisa burlona. Efectivamente. Pero si una empresa es un monopolio es porque el Estado no defiende la libertad de mercado. Si el Estado, en lugar de dedicarse a dictaminar que tenemos que ponernos el cinturón de seguridad o coger la fruta con guantes de plástico, nos dejara en paz y se ocupara de luchar contra los monopolios o se abstuviera de adjudicárselos a sus amiguetes, cualquier persona con las ideas claras podría crear una empresa y entrar en liza con las empresas existentes.

¿Por qué? Porque, cuando las ideas están suficientemente claras, siempre habrá inversores que se atreverán a correr el riesgo de financiar esa nueva empresa. Evidentemente, para ganar más.

¿Y qué sucede cuando una nueva empresa accede al mercado? Que los clientes de las otras disminuyen, y para no perderlos la única solución es mejorar la relación calidad/precio del producto.

¿Quién se beneficia de todo esto? (1) Los consumidores, que pueden comprar mejor y más barato. (2) Las personas que contrata la nueva empresa. (3) El empresario, si hace las cosas bien y consigue que la empresa no quiebre.

Todo esto se llama capitalismo salvaje. Cuando el capitalismo es salvaje no hay monopolios, y todos ganan.

Una empresa llamada Diógenes

Pero los neoprogresistas tienen argumentos para todo, y lo primero que me dirán es que la libre competencia genera unos sueldos de miseria.

Pues no. Los sueldos son de miseria cuando muchas personas aspiran a pocos puestos de trabajo. La libre competencia crea nuevas empresas, que a su vez crean nuevos puestos de trabajo hasta llegar al pleno empleo. A partir de ese momento, los trabajadores escasean y hay que pagarles más para retenerlos en la empresa.

No es sólo una teoría. Siempre ha habido países en situación de pleno empleo, donde los sueldos eran, por consiguiente, altos. Y en determinados sectores esa situación es real, incluso en países con altos niveles de desempleo.

El Estado nunca genera riqueza, ni crea realmente puestos de trabajo. Sólo crean riqueza la iniciativa humana y el libre intercambio de productos y servicios. El Estado mangonea, hace favores, distorsiona el mercado, desincentiva el esfuerzo y crea una población gregaria, acomodaticia y miedosa. Y la ideología que sustenta ese modelo no es precisamente la ideología neoliberal.

No, ciertamente. Es la ideología neoprogresista.

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