domingo, 25 de noviembre de 2007

Nosce te ipsum

Por qué no decirlo. Para algunas cosas, soy torpe. Soy especialista en tumbar vasos llenos y en salpicarme las camisas con salsa de spaghetti. Y, como bricolador, soy un desastre.

Esto no es ni malo ni bueno. Cada uno es como es, y punto. Durante mucho tiempo sufrí por ello, pero ahora, cuando sucede, me proporciona incluso buenos ratos: me lo tomo con humor.

Pero, si reconozco mis defectos, ¿por qué no reconocer también mis virtudes? Respuesta: porque alguien podría interpretarlo como síntoma de arrogancia. ¿Arrogancia? Sí, Ricky: cuando uno proclama sus virtudes, está escenificando su sentimiento de superioridad.

Pisamos terreno pantanoso. Evidentemente, nuestro comportamiento en sociedad tiene unos límites. Pero, en la comunicación hablada, los límites objetivos sólo pueden afectar a lo que uno dice, no a lo que 'quiere decir'. Lo que yo digo es el florete. Lo que quiero dar a entender, la esgrima. Y la esgrima es, simplemente, un arte.

Cuando no se entiende esto, las sociedades caen en los clichés: lo políticamente incorrecto. No puedo decir 'un negro', 'un moro' o 'un maricón' porque estoy dando a entender que los considero despreciables. Por absurdo que parezca, debo decir 'una persona de color' (¿de qué color?; el negro es precisamente la ausencia de color), un 'magrebí' (¿llamaremos también así al fruto de la zarzamora?) o un 'gay' (en inglés, porque el equivalente español, 'gayo', sería... ejém, fonéticamente desconcertante).

Cuando una sociedad está contaminada de clicheísmo, los eufemismos no pueden estarse quietos. En el siglo XVII denominaban 'cámaras' a lo que mi abuelo llamaba 'excusado', mis padres llamaron 'retrete', yo conozco como 'wáter', y ahora, difuminadamente, se denomina 'baño' o 'aseo'. ¿Qué mejor prueba de que el paquete lo pone el hablante, y el envoltorio, el oyente?

No sé si existirá alguna sociedad que esté libre de tabúes. Unos se van y otros vienen, pero difícilmente desaparecen todos al mismo tiempo. El tabú de la desnudez, por ejemplo, ha ido cediendo poco a poco hasta llegar a su límite cuántico absoluto: los tangas de cordoncillo. Pero en Estados Unidos, cuando un jefe de recursos humanos entrevista a una candidata, tiene instrucciones de mirar siempre a un punto indefinido de la pared, tangencialmente a una de las orejas de la entrevistada. Ironías de la vida: así es precisamente como se comportan los musulmanes integristas, sus más enconados enemigos.

Probablemente, pues, los tabúes nunca desaparecerán de entre nosotros. ¿Habrá alguna razón fundamental? Tal vez los seres humanos, como nuestras palabras, estamos hechos tanto para agradar como para... agredir. ¿Será puramente casual la similitud fonética entre estos dos verbos?

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