miércoles, 5 de junio de 2019

Minorías

Anoche, justo antes de irme a acostar, encontré en la Web unos datos que me parecieron curiosos. Resulta que el porcentaje de transexuales en la población mundial es prácticamente el mismo que el de personas que padecen acondroplastia: 4,5 por cada 100 000 habitantes.

¿Y qué es la acondroplastia?, se preguntarán ustedes. Pues es un trastorno del crecimiento que impide que una persona llegue a alcanzar una estatura razonablemente normal. En otras palabras, lo que siempre hemos llamado 'enanos'. Me fui a la cama pensando en esos datos, y esta mañana he despertado de un curioso sueño.

En mi sueño, el gobierno tomaba conciencia por fin de la terrible discriminación de que son objeto los pobres enanos, y adoptaba medidas radicales para terminar con tan injusta situación. Para empezar, la palabra 'enano' quedaba prohibida. Había que hablar siempre de 'personas de estatura baja'. Al referirse a los ciudadanos, los políticos tenían que decir siempre 'ciudadanos y ciudadanas de estatura alta y baja'. En las empresas, la discriminación por razones de estatura se convertía en una falta grave, y en los presupuestos del Estado se incluía inmediatamente una partida destinada a la defensa de las personas de estatura baja.

Gracias a la nueva partida presupuestaria, se creaban centenares de asociaciones de estudio y promoción de las personas de estatura baja: bufetes de abogados especializados, observatorios, centros de investigación, organizaciones, fundaciones. En los colegios, los libros de texto debían obligatoriamente resaltar la existencia de personas de distintas estaturas, y se promulgaba una ley que obligaba a las asociaciones de personas de estatura baja a acudir a las clases para explicar a los niños esa realidad social. Además, una vez al mes los alumnos debían caminar durante los recreos en cuclillas, para que tomaran conciencia de cómo se veía el mundo desde una altura más baja y del estigma que padecían las personas de esa condición.

Amparadas por la nueva legislación, las primeras personas de estatura baja conseguían por fin acceder a ocupaciones hasta entonces inimaginables. La conquista más sonada la lograban en el mundo del deporte. Tras ganar varios pleitos contra equipos de baloncesto que se resistían a aceptarlas, empezaron a verse personas de estatura baja en la liga de baloncesto. Al principio, algunos espectadores expresaban su descontento con abucheos, ya que las personas de estatura baja entorpecían mucho el desarrollo del juego, pero esos espectadores eran denunciados por delitos de odio y acababan en la cárcel. En poco tiempo, no sólo nadie se quejaba del aburrimiento en que se habían convertido los partidos, sino que todo el mundo --es decir, todos los ciudadanos y ciudadanas de estatura alta y baja-- hablaba elogiosamente de las personas de estatura baja, incluso aunque las conocieran y supieran que eran unos canallas.

El problema se agudizó cuando algunas personas de estatura baja declararon que no se identificaban con la estatura que la sociedad les había asignado. Había, pues, dos tipos de personas: las que se identificaban con su estatura real, y las que se rebelaban contra una imposición social injusta y vejatoria. Estas últimas aseguraban que en realidad ellas eran altas, y no tenían por qué aceptar que las clasificaran como 'de baja estatura'. La sociedad estaba dominada por las personas de estatura alta, que detentaban el poder y desde temprana edad inculcaban en los niños el modelo supremacista de estatura alta.

El gobierno, que gracias a las millonarias subvenciones a la ideología de talla había ganado muchísimos votantes, se envalentonó. Para no ser acusados de fascistas, los partidos de la oposición se subieron rápidamente al carro de la nueva ideología, y defendían acaloradamente en el parlamento el aumento de las subvenciones y la diversidad de estaturas. Llegó así un momento en que la nueva ideología no reportaba ya más votos. Entonces, el gobierno reparó en un colectivo mucho más numeroso que el de las personas de estatura baja: los afectados por el trastorno obsesivo-compulsivo.

Que representan un 1,8 por ciento de la población. Un verdadero filón. Los ministros, frotándose las manos, hacían planes, y preparaban ya una nueva partida presupuestaria para la naciente ideología TOC. Todos los locales públicos tendrían que tener un cuarto de aseo adicional en condiciones rigurosamente asépticas, para que las personas TOC no tuvieran que tocar objetos contaminados por otras personas, se crearían observatorios, nuevos libros de texto, nuevos delitos de discriminación y de odio, cuotas TOC en las empresas... Las próximas elecciones estaban aseguradas.

Menos mal que me desperté.

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