domingo, 9 de enero de 2011

Economía irracional

Circula por ahí una definición de la economía como esa curiosa teoría que permite explicar, al cabo de un tiempo, por qué han fracasado sus propias predicciones. Al igual que la historia, el psicoanálisis o la paleontología, la economía es una disciplina fundamentalmente explicativa, pero sólo muy groseramente predictiva. En el momento actual, por ejemplo, los economistas se dividen en dos grandes grupos, manifiestamente incompatibles: los que vaticinan una inflación galopante, y los que nos anuncian una prolongada deflación. No sé si todos ellos habrán estudiado con los mismos libros de texto, pero esa división de opiniones me recuerda demasiado la predicción meteorológica más infalible que existe: sol y nubes.

Peor todavía: ni siquiera en sus explicaciones de lo sucedido se ponen de acuerdo. Los keynesianos increparán al Estado por no haber intervenido lo suficiente, mientras los liberales se quejarán de estatismo y proclamarán que la ley de oferta y demanda habría sido suficiente para resolver el problema. No soy economista pero, hasta donde yo sé, no parece demasiado difícil resolver un problema económico a corto plazo, del mismo modo que los meteorólogos son capaces de predecir, con relativo acierto, el tiempo que hará mañana. A largo plazo, sin embargo, la simplificación inicial del problema termina cobrándose un alto precio, y tarde o temprano interviene lo que en meteorología se llama el "efecto mariposa": mi estornudo en Sao Paulo puede acabar desencadenando un tifón en el Mar Rojo.

Las limitaciones de la meteorología son conocidas. Para empezar, los procesos físicos de la Naturaleza rara vez son uniformes, de modo que, para averiguar lo que realmente está sucediendo, tendríamos que realizar un número de observaciones impracticable. En segundo lugar, la evolución de tales procesos nunca obedece a leyes tan sencillas como las que estudiamos en el bachillerato, y en cuanto las cosas se complican un poco nos encontramos manejando ecuaciones diferenciales en derivadas parciales, cuya resolución presenta una dificultad formidable. Los economistas, sin embargo, disponen de un acervo de datos gigantesco, sistematizado y cada vez más detallado que permite conocer, en caso necesario, hasta la contabilidad de la frutería Raskolnikof en aquella diminuta aldea de Siberia, y ello durante el último siglo y medio, como mínimo. ¿Cuál es entonces el problema?

Una parte del problema es, sin duda, la llamada 'economía sumergida'. Es difícil predecir el comportamiento de un iceberg si observamos solamente la parte de él que emerge del agua. Pero, incluso aunque toda la economía mundial fuera transparente, hay un aspecto de las transacciones económicas que todas las teorías económicas idealizan en exceso: el ser humano.

Para bien y para mal. A grandes rasgos, los keynesianos parecen creer en la buena voluntad de las personas, mientras que los liberales fundamentan el equilibrio social en el egoísmo del ser humano. Los keynesianos, sin embargo, no pueden negar que las prestaciones sociales conllevan siempre abusos y, por otra parte, el mejor exponente de una transacción comercial egoísta es, probablemente, el timo de la estampita.

Los liberales son, desde luego, mucho más realistas en sus planteamientos, precisamente por ser tan escépticos. Yo fui abandonando el anarquismo de mi primera juventud a medida que iba conociendo a los seres humanos (yo incluido), y al término de ese proceso constato sólo dos puntos en común con los liberales: su pesimismo intrínseco, y su antipatía hacia el Estado. Pero sufriría mucho viviendo en una sociedad o economía basadas esencialmente en el egoísmo. La filantropía universal, de antemano sé que es imposible. Quizá porque ninguno de estos dos modelos son llevaderos en estado puro, las sociedades occidentales han desarrollado una curiosa esquizofrenia que intenta compatibilizarlos. Es, probablemente, una de las más graves contradicciones del mundo moderno: por una parte, los gobernantes predican la bondad del ciudadano mientras, por otra, legislan para el hombre lobo.

Siendo la clave del éxito en la convivencia social, el bien y el mal no pertenecen, sin embargo, a la esfera de la economía, sino al lado más oscuro del ser humano: el comportamiento irracional. Y de la economía basada en móviles irracionales ningún economista quiere saber nada.

He mantenido recientemente una polémica con los autores de un blog de economía, liberales por más señas. Están publicando por capítulos una especie de tratado de economía, con fines divulgativos, que he seguido de cerca. El otro día, sin embargo, me tropecé con un párrafo que me puso nervioso. Hélo aquí:

"[...] Las personas con sus decisiones de compra:

Ordenan a las empresas qué bienes deben producir, comprando o no comprando unos bienes u otros.

Ordenan a las empresas cómo producir, comprando a aquellas que tengan mejor calidad, precio, imagen, servicio técnico…

Ordenan a las empresas cuánto producir según su demanda mayor o menor.

Ordenan a las empresas el precio de los bienes comprando o no comprando en función del precio que les pidan las empresas.

Ordenan qué empresas deben producir comprando a unas y no a otras [...]"

Lo que me molestó de esta explicación fue la palabra "ordenan". De modo que, a pie de artículo, escribí el comentario siguiente:

"¿Y si fueran las empresas las que ordenaran a los consumidores lo que tienen que comprar? Es lo que pienso cada vez que enciendo el televisor y me topo con las pausas publicitarias. ¿No es la publicidad una distorsión del libre mercado? ¿Es legal utilizar métodos de sugestión para conseguir la venta de un producto? Si yo le hipnotizo a usted y le convenzo de que el billete de 10 con que le voy a pagar es en realidad de 500, ¿no es eso un delito? A ver cómo solucionamos esto, porque en caso contrario la economía de mercado es un cuento chino."

A lo cual, los autores, que firman bajo el pseudónimo MILL, replicaron con el comentario siguiente, que voy glosando:

"El de la publicidad es un mito muy utilizado en contra de la economía de mercado. Galbraith, un keynesiano, fue uno de sus impulsores."

Ya empezamos. Éste es el típico reflejo de quienes profesan una ideología tribal: atribuir las objeciones no al oponente, sino al bando contrario. Typically Spanish. Y continúan diciendo:

"El problema es que la publicidad puede vender un bien la primera vez, pero si el producto es malo no va a poder seguir haciéndolo, a no ser que pensemos que la gente consume cosas que no les gusta o que la gente es tonta."

Teniendo en cuenta, por ejemplo, la evolución de las modas, no me parece descabellado pensar que hay personas que consumen por persuasión o por contagio. Hasta hace sólo unos años, los piercings y los tatuajes sólo gustaban a presidiarios, piratas y prostitutas, y ahora constituyen ya un mercado importante entre la juventud.  Sin la 'colaboración' de las revistas juveniles y del mundo discográfico, es difícil imaginar que un joven se taladre espontáneamente el prepucio simplemente porque 'queda bien'. Puede que en el mundo no haya absolutamente nadie tonto, pero en mi definición de 'inteligente' no encajan comportamientos así.

Precio del bulbo de tulipán en los Países Bajos durante 1636-37.
Normalizado por Earl Thompson. 
Continúan los autores del blog:

"[...] tenemos numerosos casos de campañas publicitarias multimillonarias que fracasaron y de bienes y empresas que triunfaron sin apenas publicidad [...] Si la publicidad puede “obligar” a la gente a consumir un producto, entonces la publicidad de los partidos políticos [...] puede obligar a la gente a votar a determindados partidos políticos… entonces la democracia no existe, todo depende de los publicistas."

A lo cual Ricky Mango replicaba:

"[...] Pues claro que la publicidad es determinante en las democracias contemporáneas. Habría que ser ciego para no darse cuenta. El Poder está en los medios de comunicación, y eso desvirtúa las leyes de mercado y los propios supuestos de la democracia. En cuanto a la publicidad comercial, basta con preguntar al dueño de cualquier comercio. Si el producto “sale por la tele”, el comerciante lo compra mucho más fácilmente: sabe que lo venderá mejor, y hasta muchos clientes se lo piden.

La conclusión no es que haya una religión mejor que otra (disfrazadas ambas de teoría económica), sino que el mundo ha cambiado desde, por ejemplo, Adam Smith, y los mecanismos de poder también. Y la economía no es independiente del poder, con minúscula. Las leyes de mercado sólo funcionan sin distorsiones cuando el público tiene criterio propio y está perfectamente informado. Uno de los principales objetivos de las empresas y de los Gobiernos es precisamente impedir que se materialicen esos dos supuestos. No podría ser menos: su supervivencia está en juego."

La contrarréplica de MILL es de una candidez enternecedora:

"El público siempre tiene criterio propio, otra cosa es que ese criterio no sea el que más te gustaría a tí. Pero, como he subrayado desde el principio, la Economía no es una Ciencia moral o ética, no nos corresponde juzgar si las decisiones que toma la gente son las “justas” sino si las toma con coacción o en libertad [...] Hay innumerables campañas televisivas que han sido un rotundo fracaso, y empresas que no aparecen en televisión y que venden lo que quieren y más (por ejemplo, IKEA). Nunca nadie ha sido multado o encarcelado por no comprar un bien que haya sido anunciado en televisión. De hecho, nunca ha sido multado o encarcelado alguien por no ver la publicidad televisiva. Son actos voluntarios.

[...] La cuestión de la Economía no es si hay o no un sistema perfecto, que obviamente no lo hay, sino si el sistema de mercado es mejor que uno de no mercado, ya sea total o parcial, y de cuáles deben ser los límites del poder político."

Disiento. Es cierto que tampoco han metido nunca a nadie en la cárcel por no ducharse, pero con su aceptación o rechazo nuestros semejantes nos invitan amablemente a hacerlo. Con respecto a los límites del poder político, supongo que el comentarista se refiere a la intervención del Estado en la economía, y no a cosas tales como la libertad de expresión. Mi argumento ahora es el siguiente:

"Los contraejemplos no conducen muy lejos. A los suyos yo puedo oponer el caso Betamax – VHS, que tampoco demuestra nada por no ser generalizable. Pero tal vez ignoramos un aspecto del ser humano: el individuo como masa. ¿Por qué en los aeropuertos la mayoría de los pasajeros forman cola mucho antes de que comience el embarque, estando los asientos numerados, e incluso se arriman físicamente más de lo razonable a quien tienen delante? Ahí no hay criterio, sino comportamiento irracional. ¿Por qué casi nadie se atreve a cantar a voz en cuello por la calle a menos que vaya en grupo? El individuo-masa tiene un comportamiento social distinto del individuo racional. La reciente burbuja inmobiliaria (o antaño la de los tulipanes) es otro ejemplo muy al caso. Y las empresas y los Gobiernos juegan (a su favor) con dos realidades objetivas: el individuo-masa, y el individuo desinformado.

Personalmente, no dudo que la economía de mercado sea superior a la economía dirigida. No me confunda: mis objeciones no responden a una ideología prefabricada, sino a la observación objetiva. Yo mismo me sorprendo a veces desconfiando de productos cuyo nombre no me ‘suena’, por no haberlo visto anunciado.

La economía no puede meter en el mismo saco a los individuos racionales y a las masas irracionales, porque sus comportamientos son muy diferentes. Esa es básicamente mi objeción. Sin desmerecer en nada su esfuerzo de divulgación, que me parece muy meritorio [...] El liberalismo está basado en la fantasía de la libertad suprema del individuo racional, pero el individuo es, por desgracia, demasiado a menudo irracional, o cortoplacista, y eso nos arrastra a todos los demás. Muchas personas que hemos sido siempre ahorradoras nos vemos ahora afectadas por las decisiones de millones de otras personas que en un pasado reciente decidieron libremente vivir a crédito, y por encima de sus posibilidades. El individuo racional y bien informado se equivoca mucho menos que la masa contagiada de sí misma pero, por desgracia, la verdadera protagonista de la Historia es la masa irracional. El siglo XX en Europa es un buen y lamentable ejemplo. "

Llegamos por fin al meollo de la cuestión. Mi oponente me responde por fin con la frase que yo estaba esperando:

"Desgraciadamente no podemos hacer una Economía para personas racionales y otra economía para la masa [...]"

Pues entonces, me temo, no podremos hacer ninguna Economía consistente. Por último, MILL añade, con ánimo ya de zanjar la larga polémica:

"[...] La crisis financiera ha sido producto de un sistema donde los bancos estaban en condiciones de prestar más dinero del que disponían y además de hacerlo a unos plazos que no correspondían con los de sus depósitos, de hacer los préstamos sin informar a sus clientes, de hacer los préstamos con una supuesta garantía de los Bancos Centrales, de conceder los préstamos a unos tipos de interés que no eran reflejo de un mercado y además de toda una serie de relaciones del sistema financiero con los políticos y los gobiernos que les hacían estar por encima de la ley. Desde luego, ese no es el sistema financiero que surgiría de un sistema de libre intercambio [...]"

Entiendo. Pero, entonces, ¿por qué los defensores del libre intercambio, que son legión, no saltaron como hienas antes de 2007 para advertirnos de que la cosa llevaba mal camino? Que yo sepa, sólo dos o tres economistas conocidos (fundamentalmente, Nouriel Roubini) lo hicieron, y los defensores del libre intercambio se reían de ellos.

Aunque la especie Homo sapiens ha descubierto la mecánica cuántica y ha conseguido colocar unos cuantos especímenes en la Luna, el lado oscuro del ser humano dista de haber sido estudiado en profundidad. Es necesaria una economía del individuo irracional, del mismo modo que las atrocidades del siglo XX han hecho urgente una psicología de masas preventiva.

Y, sobre todo, es necesario que esas teorías nos enseñen, de una vez y para siempre, a no tropezar en la eterna piedra del tribalismo, con sus terribles corolarios. Por desgracia, el individuo y la masa habitan un mismo cuerpo, y la guillotina no sirve para separarlos. Si queremos sobrevivir como especie, tarde o temprano tendremos que aprender a reprimir a la masa y a cultivar al individuo. En eso, y no en otra cosa, ha consistido siempre la civilización.

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