sábado, 17 de noviembre de 2007

Aguas abajo

Remedios, exhausta, cerró los párpados y se quedó dormida. Inmediatamente, un viento suave abrió la ventana de la buhardilla y, en medio de una luz intensísima, un ser luminoso entró en la habitación batiendo dos alas majestuosamente. Era un ángel. Había dejado de llover, y en las ramas de los árboles los pájaros gorjeaban con alegría. Manolo se levantó de la cama y, flotando a la par del ángel, salió al exterior. La mujer, asomada de medio cuerpo a la ventana, alcanzó a verlos desaparecer en la lejanía azul del horizonte. Viéndolos alejarse, se juró no descansar hasta dar con Manolo y traerlo de nuevo al bar, junto a ella. Entonces se dio cuenta de que estaba desnuda.

Manolo, a su lado, roncaba. Roncaba tan fuerte que Remedios despertó. Cuando comprendió que aquel estruendo era en realidad el rugido de la crecida, era demasiado tarde. Abrió los ojos. En la oscuridad, la habitación era un río embravecido, y Manolo ya no estaba a su lado.

El sueño de Remedios no estaba previsto. Ha sido una treta inesperada de este personaje para permanecer en la narración. Ahora, Manolo no estará solo. Sean cuales sean las vicisitudes a que se enfrente, sabremos que en algún lugar invisible de esta historia Remedios, testaruda y protectora, lo estará buscando. Aunque tal vez las alturas del cielo no sean el lugar idóneo para emprender la búsqueda.

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