miércoles, 28 de noviembre de 2007

La tentación

Algunas tentaciones son muy difíciles de resistir. Una de las más adictivas es el poder. El poder es una droga de tolerancia cero. Como dijo Lord Acton, "El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente".

Cuando hice el servicio militar, escribí con un bolígrafo esa frase de Lord Acton en la parte interior de mi gorra de soldado. Quería que fuera un recordatorio permanente lo más cerca posible de mi cerebro. Aún así, recuerdo haber experimentado extrañas sensaciones endorfínicas en algunos momentos singularmente unísonos de esos simulacros de desfile que los militares llaman 'instrucción'.

Y es que los seres humanos llevamos una bestia dentro que aprovecha la menor ocasión para irrumpir en nuestras vidas... y, lo que es peor, muchas veces también en las de nuestros vecinos. ¿Quién es capaz de razonar cuando la mujer largamente deseada, húmeda de deseo, se quita por fin la última prenda interior sólo para nosotros? ¿Quién piensa en la familia del mosquito mientras, en una madrugada ojerosa, estampa sádicamente el periódico contra la pared? ¿Quién ha vacilado alguna vez cuando, desde lo alto de la Gran Tribuna, ordenaba a la maquinaria del Estado exterminar a los disidentes?

La única cura que conozco contra esta última tentación es una democracia fuerte. Cuando digo 'fuerte', quiero decir repleta de mecanismos de contrapeso para evitar los abusos de poder. Parece fácil, pero no siempre lo es, porque hay un principio filosófico subyacente que no todas las personas parecen compartir: el ser humano tiene tentaciones. Y, en un sistema que garantice la convivencia de una sociedad, la resistencia a las tentaciones del poder no se puede encomendar a los individuos.

Me había propuesto no hacer comentarios sobre política en este blog, pero hoy tengo que hacer una excepción. Me ha indignado la campaña emprendida por el partido español Izquierda Unida (básicamente, el antiguo Partido Comunista y otras hierbas) contra el historiador Pío Moa.

A la izquierda nunca le ha gustado que le canten las verdades. Recuerdo que, estando yo en la Facultad, unos desaprensivos volcaron un día un bote de pintura azul sobre la cabeza de un catedrático. Él nunca había hecho el más mínimo comentario público sobre política, pero corría la voz de que había estado en la División Azul. El verano pasado, mi sobrina, que muchos años después estudia en aquella misma Facultad, me comentó que también ella había oído contar lo del catedrático aquel de álgebra que era 'un facha'. De pronto, recordé a aquel buen señor escribiendo larguísimas fórmulas de tensores en la pizarra, sin meterse jamás con nadie, y después el tumulto a la salida de clase, las exclamaciones de algunos alumnos y la imagen del Profesor Abellanas, más estupefacto que humillado, recubierto de pintura azul hasta los hombros. Entonces, tuve un arranque de inspiración: "Mira, Marta", repuse, "'Facha' es, simplemente, el que no es de izquierdas".

En ese momento comprendí que lo que realmente les molestaba a aquellos izquierdistas de salón no era tanto el que el Profesor Abellanas hubiera sido o no franquista, sino que se hubiera alistado voluntariamente para luchar contra el comunismo. La izquierda española actual olvida (voluntariamente) que no pocos de sus intelectuales proceden del franquismo (leed, por ejemplo, Yo tenía un camarada, de C. Alonso de los Ríos) pero, en fin de cuentas, el franquismo es únicamente un pretexto para victimizarse y cargarse de razón. Ahora bien, armarse con fusiles y obuses y tanques y aviones para combatir el totalitarismo comunista... eso no tiene perdón.

Porque la izquierda, como los enemigos de Galileo siglos atrás, siempre tiene razón. Y, al concluir la segunda guerra mundial, Europa cometió un gravísimo error: proscribió, con toda la razón del mundo, los partidos nazis, pero no puso objeciones a los partidos comunistas. E incluso les permitió investirse de un aura de respetabilidad. En los años 70, esa situación propició el nacimiento de los grupos armados Brigadas Rojas, Baader-Meinhof y, por supuesto, ETA. Y, en España, la aparición de una izquierda stalinista y maoísta que -como siempre ha tenido por costumbre- monopolizó la oposición al régimen de Franco.

De ahí que casi todos los libros prohibidos que yo leía en aquellos años fuesen, más o menos disfrazados de libros de Historia, libelos marxistas. Esos lbros forjaron la Historia 'oficial' de España, que ha perdurado casi sin objeciones hasta hace unos pocos años, con la aparición de Pío Moa. La propaganda izquierdista es muy efectiva, y reconozco que yo resistí bastante tiempo antes de ceder a la curiosidad y comprarme por fin uno de sus libros. Lo que leí allí me dejó estupefacto, sobre todo porque lo que decía Pío Moa yo ya lo sabía, aunque hasta ese momento no había querido reconocerlo.

En realidad, lo verdaderamente convincente de los libros de Pío Moa no es tanto lo que él 'dice' como las fotocopias de periódicos de la época que él reproduce en sus libros. Ante el documento facsímil, el lector no puede mirar para otro lado, y se ve forzado a reconocerlo: la izquierda española era violenta, ponzoñosa y totalitaria, ni un milímetro menos que la derecha nazi de la Alemania del III Reich. Peor, tal vez, porque no vaciló en liquidar a los que, al menos sobre el papel, eran sus aliados contra 'la burguesía' y 'el capital'.

Mi conclusión, esa que hasta entonces yo ya conocía pero que por sectarismo residual no había querido aceptar, fue clara: la II República española fue un desastre sin paliativos que conducía inexorablemente a la tragedia. Y la izquierda española, en particular, fue, con muy pocas excepciones, una mezcolanza de nazis rojos, anarquistas iluminados y -ya entrada la guerra civil- comunistas genocidas. Después de Pío Moa, el que lo niegue es, simplemente, porque no sabe leer.

O porque no quiere leer, que viene a ser lo mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

querido carlos, la violencia del pueblo español no es de izquierdas ni de derechas, es pura y dura burrez, cerrazón,hostilidad hacia todo. Actualmente no han cambiado las cosas, solo que en vez de luchar por el territorio a hostias y bombazos,este se compra ante notario.La política es como la cara de la Pantoja, aquí los que mandan son los constructores y los banqueros. Seamos realistas y dejémonos de resentimientos inútiles.

Anónimo dijo...

Pues discúlpame, pero no veo la relación entre las inmobiliarias y la guerra civil. Las inmobiliarias no tienen, que yo sepa, adscripción política, aunque estoy de acuerdo contigo en que el caciquismo -que es tan de izquierdas como de derechas- es la tendencia natural del poder en España, y que una Constitución que garantice la libertad en nuestro país tiene que tener unos mecanismos explícitos e inflexibles contra los caciquismos, nacionalistas o no.

Estoy también de acuerdo contigo en que hay que dejarse de resentimientos inútiles. Pero eso habría que decírselo a Llamazares y sus comunistas del Pleistoceno, que son los que quieren encarcelar a Pío Moa por escribir muchas cosas que a la izquierda no les gusta oír -y que son rigurosamente ciertas-.

Lo contrario es lo que hace el Gobierno socialista últimamente: tirar la piedra, esperar a que el agredido se queje, y seguidamente acusarlo de resentido y de crispador.

 
Turbo Tagger