jueves, 6 de agosto de 2020

La espiral - 25

(Comienzo)

Tuve que llamar al timbre varias veces, hasta que la puerta por fin se abrió. Rosario me recibió en camisón, tapándose los ojos con una mano para evitar la luz. Evidentemente, se acababa de despertar.

La seguí hasta el comedor y me senté en el sofá. Sentí retemblar el asiento cuando Rosario se sentó mi lado.

"No te puedes ni imaginar lo que he dormido", dijo con voz pastosa. "Me vas a tener que perdonar, amor, pero no me acuerdo de nada". Apoyó su cabeza en mi pecho. "Dime, ¿hicimos el amor anoche?"

"Me ofendes", susurré a su oído. "Ayer pasé la noche más maravillosa de mi vida"

Y no mentía.

"Hmmm. Qué lástima que no me acuerde", dijo mimosamente. "¿Encontraste la peluca?"

"Ahá". Asentí con la cabeza."¿Es que no la has visto? La dejé en tu bolso"

"¿En mi bolso? Válgame Dios. ¿Y dónde he dejado yo el bolso?"

Se levantó y rebuscó por la habitación, sin resultado. Por fin, entró en su dormitorio y reapareció al poco tiempo levantando la peluca en alto.

"Hemos tenido suerte. Aquí adentro lleva una etiqueta con el nombre del fabricante", anunció.

Me encogí de hombros.

"El fabricante me da igual. Lo único que a mí me interesa es que Belinda se ponga cariñosa con Andy y yo consiga fotografiarla sin esa maldita peluca"

Rosario me miró, pensativa.

"¿A qué se dedica tu cliente?"

"No me lo ha dicho. Y yo tampoco se lo he preguntado. Los detectives somos discretos. ¿Qué tiene eso que ver con mi investigación?"

Me tendió la peluca.

"Lee la etiqueta"

La recogí, la volví del revés y examiné la etiqueta.

"Smith", leí en voz alta. "Pero esto no significa nada", protesté. "Smith es el apellido más corriente del mundo"

"Puede ser. Pero no todos los Smith son propietarios de un laboratorio abandonado"

"¿Quieres decir que el edificio abandonado que hay junto a Glamour 2 es de mi cliente?"

Rosario asinitó, sonriendo.

"No sólo eso", añadió. "Además, es propietario de una tienda de disfraces"

Me rasqué la cabeza.

"Y fabricante de pelucas", dije.

"Tal vez"

"Entonces ¿la policía está investigando a Severo Smith?"

"Ya hemos investigado. Pero hasta ahora no hemos encontrado nada"

"¿Y la tienda de disfraces?"

"La lleva un primo suyo. Un hombre muy mayor, que trabajó en el mundo del cine. Seguramente fue él quien le consiguió la peluca a Belinda. No parece que esté involucrado en nada raro"

Yo empezaba a no pensar lo mismo. Mi mente trabajaba febrilmente. Había muchos cabos por atar, y yo necesitaba tiempo.

"¿Dónde vas a comer hoy?", pregunté.

Me miró con extrañeza.

"En casa, supongo. ¿Por...?"

Deslicé una mano por debajo de su camisón.

"Me encantaría comer macarrones hoy", mentí.

La voz de Rosario se acarameló.

"¿Es que no te quedaste satisfecho anoche?", dijo, acercando sus labios a mi cuello.

"Anoche fue mágico, ya te lo he dicho. Pero echaba en falta tus macarrones. Así que... si me invitas a comer más tarde, yo me encargaré del postre"

Me estrechó apasionadamente entre sus brazos. Detrás del camisón, el corazón de Rosario galopaba como el caballo de un jefe indio en una película del Oeste.

(Continuará)

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sábado, 1 de agosto de 2020

La espiral - 24

(Comienzo)

Rosario se durmió antes de terminar el segundo cornete. Durante su ausencia, yo había tenido la precaución de sustituirla en el asiento del conductor, de modo que, en cuanto emitió los primeros ronquidos, arranqué el motor y emprendí el camino de su casa. En ese momento sonó mi teléfono. Me detuve junto a un semáforo y contesté. Era Katia.

"Hola", la oí decir. "¿Qué haces?"

Miré a Rosario. Sus ronquidos hacían retemblar el asfalto bajo las ruedas. Improvisé.

"Estoy en el taller. Me están reparando el motor del coche"

"No, eso me da igual. Quiero decir esta noche"

"Esta noche... No sé. Tendría que consultar mi agenda"

"¿Por qué no vienes a casa? Me tomaré un mojito. Y luego, si quieres, bailaremos"

Aquella podía haber sido la voz de una fiscal en un juicio por genocidio, pero el recuerdo de la última noche con ella me desarmó completamente. Sentí cómo crecían alas en mis tobillos.

"¿Esta noche? ¿Por qué esperar tanto? Voy para allá"

Arranqué haciendo chirriar los neumáticos, me salté el semáforo en rojo, zigzagueé por las calles hasta que llegué al garaje de Rosario, apagué el motor, dejé las llaves colgando de su escote y salí a la calle. Mis piernas temblaban. Me tuve que agarrar a un árbol hasta que paró el primer taxi.

Las dalias de las paredes del dormitorio de Katia me devolvieron a la realidad. Hacía rato que había amanecido y Katia no estaba en la habitación. Me froté los párpados. Todos los músculos de mi cuerpo pedían auxilio. Con dificultad, conseguí incorporarme y apoyé los pies en la alfombrilla rosa del suelo. Exploré mentalmente mi capacidad de resistencia. Por suerte, de los tobillos para abajo no tenía agujetas, lo cual me permitiría tal vez llegar hasta la ducha sin necesidad de reptar. En ese momento se entreabrió la puerta.

"Cú-cú", retumbó una voz casi tan femenina como un rezo budista. Era Katia.

"¿Has dormido bien?", afirmó. La puerta se abrió del todo. Katia, ataviada sólo con un dos piezas de lencería malva, llegó hasta mí con una bandeja entre las manos y la dejó sobre la cama.

"Te he traído el desayuno. ¿Tienes hambre?", volvió a afirmar.

"¿Has cambiado de color preferido?", repliqué, enviando un mirada a su tanga y a su sujetador.
Se miró. "Ah, esto". Se encogió de hombros. "Se me han desteñido. Las metí en la lavadora con las plantillas de los zapatos. Pero no te preocupes. Me las puedo quitar..."

Mis tobillos me enviaron un mensaje de alarma. Eran mi último recurso para librarme de la silla de ruedas.

"No, cariño, ahora no", me excusé, inclinándome ávidamente sobre el plato de los croissants."Hoy tengo muchas cosas que hacer. Si quieres..."

Levanté la vista. Katia me sonreía pícaramente, mientras su lengua lamía con deleite un cornete de chocolate.

Qué diablos. Mis tobillos podían esperar. Y Belinda, también.

(Siguiente)

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