jueves, 25 de octubre de 2007

Hablar más fuerte

¿Tiene más razón quien habla más alto? A veces, parece que sí.

El domingo pasado consulté las previsiones meteorológicas para toda la semana. Las temperaturas iban a bajar sustancialmente el miércoles. Sólo un día después, las previsiones para el miércoles se habían aplazado al jueves. Hoy es jueves, y la temperatura sigue siendo primaveral. Pero eso no es todo. El martes y el miércoles iba a lloviznar solamente, y en la realidad cayeron sendas trombas de agua que duraron la mitad del día.

La conclusión no es nueva para nadie: los meteorólogos se equivocan muy a menudo. A menos, naturalmente, que predigan 'nubes y claros', que es la manera más obvia de acertar siempre.

Sin embargo, una inmensa mayoría de la población mundial cree en las predicciones de cambio climático. No sabemos con exactitud el tiempo que hará pasado mañana, pero aceptamos sin rechistar que la temperatura del planeta aumentará en no sé cuántos grados de aquí a cien años.

¿Podríamos estar siendo víctimas de un nuevo 'síndrome Galileo'? Podríamos. Pongamos un ejemplo más manejable: la Bolsa. ¿El hecho de que el Dow Jones suba durante varios meses seguidos significa que dentro de dos años estará por las nubes? Pocos en su sano juicio lo pensarán así. La Bolsa sube... y baja. El clima, igual que la Bolsa, fluctúa, pero su tendencia a largo plazo es muy difícil de predecir.

¿Cómo hacen los climatólogos para vaticinarnos esta subida de la temperatura mundial? De manera parecida a como hacen los inversores profesionales para predecir el comportamiento de la Bolsa. Le explican a una computadora cómo se ha comportado el clima en los últimos tiempos y le dicen: saca tus conclusiones. Pero ¿cuántos datos hay que darle a una computadora para que se haga una idea de cómo ha evolucionado el clima mundial?

Para empezar, habría que darle unos datos que no tenemos. Un modelo informático del clima mundial necesitaría millones de parámetros obtenidos de millones de mediciones del océano, de la tierra firme, de la atmósfera, de la troposfera, de la capa de ozono, de las nubes, de la nieve, de la orografía, y hasta del Sol. A lo largo y ancho de todo el planeta, en altura y en profundidad, y durante miles -a ser posible, decenas de miles- de años.

Los climatólogos tendrían que adivinar también qué tipos de noticias darán los periódicos en los próximos cien o doscientos años. ¿Se acabará el petróleo pronto? ¿Habrá crisis económicas o guerras o períodos de auge económico que afecten al consumo de energía de la población mundial? ¿Se descubrirán tecnologías que aumenten o reduzcan las emisiones de gases industriales? ¿Se regenerarán más bosques de los que se destruirán? ¿Cuántos? ¿Crecerá la población? ¿En cuántos millones? ¿Habrá nuevas enfermedades, se curarán las que ahora padecemos?

Frente a estos colosales requerimientos, ¿qué tenemos? Los registros de temperatura sistemáticos más antiguos datan de finales del siglo XIX aproximadamente, y eso tan sólo en unas pocas ciudades del mundo: París, Londres, Nueva York. Y en aquella época los instrumentos de medición no eran tan precisos como los actuales. ¿Y del resto del planeta? Prácticamente ningún dato hasta hace menos de cincuenta años, en que se lanzaron los primeros satélites meteorológicos. Todavía hoy es difícil saber con precisión cuál es la humedad relativa en más de una capital de un país africano, por poner un ejemplo.

Adivino cuál va a ser vuestro próximo argumento: 'Pero toda esta polución que estamos enviando a la atmósfera influirá de alguna manera en el clima, ¿no?'

La respuesta a esta pregunta no está necesariamente al alcance de la ciencia actual. La radiación que recibimos del Sol es absorbida y reflejada también por las nubes, los océanos, los lagos, el aire, los valles y montañas, las ciudades, los hielos, etc. en muy distinta medida, y un balance exacto de todos esos procesos está muy lejos del alcance de nuestras posibilidades.

Sólo nos queda, pues, un argumento: 'Sí, pero se ha demostrado que el aumento de temperatura y de CO2 han ido a la par desde que tenemos constancia'.

Esta afirmación no es exactamente exacta. En los años 40 a 70, en que el desarrollo industrial fue espectacular debido a la Guerra Mundial y a la posterior reconstrucción industrial, el CO2 aumentó, pero la temperatura, en cambio, descendió. Pero, aunque no hubiera sido así, el CO2 y las temperaturas no van exactamente a la par. Si analizamos detalladamente las gráficas, veremos que el aumento de temperatura precede siempre al aumento de CO2 en un puñado de años. Las gráficas pueden utilizarse con intención publicitaria, pero son productos científicos.

Parece más verosímil que hayan sido las fluctuaciones de la radiación solar las que han causado las variaciones de la temperatura global, y que éstas hayan causado las variaciones de CO2 en la atmósfera. Y no al revés.

Pero, a veces, el que más fuerte habla es el que más se hace oír. Y, una vez echadas a rodar, las bolas de nieve son muy difíciles de detener.

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