miércoles, 17 de octubre de 2007

¡Escuchado cocina!

No sólo nadie parece tener necesidad de distinguir entre pelo y cabello, sino que tampoco está muy claro si diferencian entre oír y escuchar, o entre ver y mirar.

El verbo oír está pasado de moda. Descuelgas un día el teléfono, y resulta que se oye fatal. Entonces, desde el otro extremo de la línea una voz te grita: '¿Me escuchas?'

Pregunta absurda. Se supone que escucho, ya que he descolgado. Lo que no está tan claro es si oigo.

A veces, un periodista nos da una noticia diciendo que 'a las 5 de la mañana se escuchó una explosión'. ¿Cómo puede uno escuchar una explosión?

Pero lo más curioso es que en España nadie me da la impresión de escuchar nunca. La música de los lugares públicos está ahí únicamente para que todos hablen a gritos. Y en las conversaciones, el interlocutor simplemente aguarda a que uno termine para tomar la palabra.

Y, tal vez, escucharse a sí mismo. Que es, probablemente, de lo que se trata.

Pero, ¿y la televisión? En los comienzos del cuaternario, cuando existía el cine pero no la televisión, es lógico que los espectadores pensaran que 'veían' las películas, y no que las 'miraban'. Al fin y al cabo, la sala estaba oscura, y no había ningún otro sitio a donde mirar.

Pero lo de 'ver la tele' ya es otra cosa. Para empezar, en una habitación uno generalmente puede escoger. Puede escoger entre un libro, un jarrón, una charla, una comida, un café, una reflexión, una sinfonía, o incluso un revolcón. Puede que vea la tele, pero eso no significa que la esté mirando.

Yo, la verdad, si alguna vez me hacen esa pregunta inevitable, me suelo alarmar muchísimo:

-¿Viste la tele anoche?
-No. ¿Por qué? ¿Es que alguien se la ha llevado?

Soy tonto. Siempre albergo la esperanza de que alguien realmente se la haya llevado.

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