sábado, 27 de junio de 2020

La espiral - 19

(Comienzo)

Katia se sentó a mi lado y me tendió uno de los dos mojitos que había traído de la barra. Levantó el suyo a la altura de los ojos, a modo de brindis, y bebió un trago largo. Yo la imité.

"¿Te apetece bailar?", dijo acto seguido, dirigiendo una mirada a la pista de baile.

"Está desierta"

"Por eso"

Sorprendentemente, su voz se había dulcificado. Con un gesto coqueto, apartó el cabello de sus hombros. A nuestro alrededor, las luces tenues y la música suave invitaban a la intimidad. Mi antipatía cedió unos milímetros. Tal vez aquella mujer no se había escapado de un perchero, al fin y al cabo. Se incorporó, me cogió de la mano y tiró suavemente de mí. Me levanté y la seguí.

Nunca había bailado con una mujer más alta que yo. Y mucho menos con una mujer que tomase toda la iniciativa. Al llegar a la pista de baile, Katia enlazó mis brazos alrededor de su cintura y se apretó contra mí hasta que su escote estuvo todo él debajo de mi barbilla. Empezamos a bailar, muy despacio. Su cabeza se inclinó hacia mí y sus labios rozaron el hueco de mi oreja.

"Puedes mirar, si quieres", susurró.

"¿Tengo otra alternativa?", respondí.

Relinchó levemente, divertida. Su cuerpo se estremeció un instante entre mis brazos, sin perder el ritmo de la música.

"No te preocupes", dijo. "Esta noche no te voy a hablar de Andy ni de sus amigos"

"¿Tampoco vas a intentar venderme nada?"

"No me lo comprarías. Por eso estamos ahora aquí"

"Claro. Y por eso te has molestado en seguirme toda la noche. Déjame adivinar: no tenías otra cosa que hacer. ¿Cómo sabías dónde encontrarme?"

"No lo sabía. Te ví salir de la disco y te seguí hasta las dunas. Pensé que la escena de la parejita no te habría dejado indiferente"

Levanté la cabeza. Sus labios, cálidos y húmedos, acariciaron mis párpados.

"¿Tú también los viste?", pregunté.

"Los oí. Y tampoco a mí me dejaron indiferente"

"Te dejaron diferente"

Su cuerpo se volvió a estremecer, pero esta vez no era sólo de risa. Poco a poco, mis manos habían ido resbalando desde su cintura hasta apoyarse en sus nalgas, que la música, lenta, mecía sensualmente.

"Normalmente no salgo por las noches", dijo. "Pero hoy no ha sido un día normal. Hay unas cuantas cosas que necesito olvidar"

"¿Y cómo piensas hacer para olvidarlas?"

"Tengo un par de ideas. Quizá incluso más"

"No me digas. ¿Cuántas?"

"Eso dependerá de ti. Si estás en forma esta noche, creo que muchas"

Mi respiración se aceleraba por momentos. ¿Quién fue el idiota que dijo que el sexo débil eran las mujeres? Katia se apartó un poco y miró la abertura de su escote.

"Todavía no me has dicho si te gustan las vistas", dijo.

"Me dejan diferente", respondí. "Pero, no sé por qué, estoy seguro de que se podrían mejorar"

"Podemos intentarlo. No vivo lejos de aquí. Además, cuando tengas hambre tengo el frigorífico repleto"

"No me digas que has cocinado macarrones"

Su cuerpo ardía. Levanté la cabeza. Sus labios, entreabiertos, se acercaron a los míos. Nos besamos.

"No, tonto", dijo con voz ronca cuando nuestros labios por fin se separaron. "Quiero decir, para el desayuno"

(Siguiente)

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