domingo, 28 de junio de 2020

La espiral - 20

(Comienzo)

El apartamento de Katia era bastante más grande que una casa de muñecas, pero aproximadamente igual de cursi. Exceptuando las patas de la mesa, todo era de color rosa. Y con volantes. Katia ahuecó los cojines rosa del sofá, esperó a que yo me sentara y se sentó a mi lado.

"¿Te apetece algo?", preguntó, al tiempo que cogía mi mano y la ponía entre sus muslos. 

Asentí con la cabeza.

"Sí. Mucho"

"A mí también"

"Qué casualidad", dije.

Nos besamos. Katia consiguió sentarse a horcajadas sobre mí y desabotonó mi camisa. El asiento rosa del sofá crujió inquietantemente.

"¿Por casualidad no tendrás un sofá con sábanas y almohadas en lugar de respaldo?", susurré, acariciando sus nalgas por debajo de la falda.

Se rió con una naturalidad inesperada.

"Es lo que más me gusta de ti. Eres inteligente", dijo, besuqueando con coquetería mi cuello y mis mejillas. Gemí. Entre sus ingles y las mías se podía haber asado un entrecot de búfalo. A la brasa. 

"Y, además, sin refuerzos", añadió Katia en tono enigmático. Seguidamente se puso en pie, tomó mi mano con un gesto elegante y me condujo a su dormitorio.

Bajo las guirnaldas del dosel de su cama, todo él frambuesa pálido, Katia se quitó la blusa y la falda, apartó las sábanas estampadas de claveles y se tendió a mi lado. No me sorprendió descubrir que su ropa interior era de color rosa. Pero apenas tuve tiempo de entretenerme en ese detalle. No duró mucho tiempo con ella puesta.

Las ideas que Katia tenía en mente para aquella noche eran en realidad una sola, pero repetida muchas veces. Quizá demasiadas, para un simple detective acaparado noche tras noche por una mujer policía y que, en el fondo, sólo quería olvidar un amor imposible. Cuando los primeros rayos de sol iluminaron las enormes dalias pintadas en las paredes del dormitorio, me dejé caer de espaldas sobre la cama y cerré los párpados, agotado.

"¿Ya?", dijo Katia, jadeando. Y, sin esperar mi respuesta, añadió: "Bueno, supongo que sí. Tú también te has quitado un buen peso de encima, ¿verdad?"

Levanté un párpado y la miré de reojo. Se echó a reír.

"No, no me refería a ese. Un peso sentimental, quería decir"

"¿Tú que sabes? Apenas me conoces"

"Por supuesto. Pero sé distinguir cuando un hombre está enamorado de otra"

"¿Estás segura?", dije entre dientes. Estaba a punto de quedarme dormido.

"¿Sabes cuando alguien transmite la impresión de que el mundo se va a terminar mañana?"

"No se ha terminado", murmuré.

"Cuando te vi salir de la disco, comprendí que no habías ido allí para divertirte, como los demás"

"Estaba trabajando", conseguí pronunciar.

"Puede. Pero lo que yo vi fue un hombre tan desesperado como yo. Por eso te seguí. Además, ya me habías llamado la atención en el Club Náutico. Me gustan los hombres inteligentes. Sin refuerzo"

Me abracé a ella y respiré relajado, dispuesto a abandonarme a las delicias de un largo sueño.

"¿Sin refuerzo? ¿Eso qué quiere decir?"

 "Que tú no necesitas el jarabe de Andy, cariño"

Abrí los párpados de par en par. Había oído bien. En mi interior, algo me decía que la pieza del rompecabezas que andaba buscando acababa de aparecer.

Sólo me faltaba averiguar dónde encajaba.

(Siguiente)

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