viernes, 12 de junio de 2020

La espiral - 14

(Comienzo)

"¿Cuál de las cuatro le gusta más?"

El camarero larguirucho, con los brazos en jarras, miraba en la misma dirección que yo, aunque sin mucho interés. Seguramente había aceptado ya que ninguna de aquellas chicas se prendaría nunca de su tatuaje.

"Pues no sabría decirte", respondí. "Desde aquí no se distingue muy bien"

"No, no mucho. A mí me gusta la de la tumbona"

"¿Es la misma de ayer?"

"Sí. Se pasa las tardes ahí, en la tumbona. Durmiendo"

Efectivamente, allí estaba otra vez la chica del día anterior. Era morena y esbelta, y llevaba puestas unas sandalias de playa, de colores. 

"Igual está sólo tomando el sol", dije. "Ya sabes, a las mujeres les encanta"

Se encogió de hombros.

"¿Le traigo la carta? Hoy está abierta la cocina."

"Mira, no te molestes. Tráeme una hamburguesa, con un poco de ensalada"

"Claro. Y una cerveza. Bien fría". Sonrió.

Le respondí con una mirada simpática. Dando media vuelta, se echó la servilleta al hombro y, silbando, regresó al interior del local.

En la terraza había otras dos mesas ocupadas, pero nadie me prestaba atención. Empujé hacia adelante la visera de mi gorra, me ajusté las gafas de sol y escudriñé la cubierta del yate. Las otras tres chicas estaban a la sombra, sentadas, y era imposible saber si alguna de ellas era Belinda. Ni Andy ni el tipo de la barba estaban a la vista. 

Es difícil tener celos del amante de la esposa de alguien que lee en la cama mientras frente a él se pasea una diosa saliendo de la ducha. Pero no imposible, y la prueba, naturalmente, era la velocidad a la que galopaba mi corazón mientras pensaba en ello. Instintivamente, palpé mis prismáticos en el bolsillo del pantalón y giré la cabeza hacia el acantilado, para comprobar que mi puesto de espionaje seguía en su sitio.

Pero, en su lugar, dos metros de mujer en bikini se interpusieron ante mi vista.

"¿Te puedo invitar a un helado?", le oí decir.

"¿Hablas conmigo?", pregunté, mirando hacia arriba.

Era una pregunta absurda. El ombligo de aquella mujer estaba tan cerca de mí que casi no me dejaba respirar. Su cabello, rubio y lacio, caía sin gracia sobre la percha cuadrada de los hombros. No era difícil reconocerla. Era la vendedora del puesto de helados.

"Estoy esperando una hamburguesa", contesté, desviando adrede la mirada.

"¿Me puedo sentar, por lo menos?"

Miré sin disimulo las otras mesas vacías, pero no se dio por enterada. Sin esperar mi respuesta, se sentó a mi lado.

"¿Eres tímido?", dijo entonces, con el mismo tono de voz con que un coronel le hablaría a un recluta novato. La miré, sin contestar. La silla le venía pequeña.

"Te vi el otro día en tu coche", dijo. "Pero no te atreviste a bajarte. Pasaste de largo"

"Me estaba esperando mi abuelita. Se enfada mucho cuando me retraso"

Dejó escapar una risa corta. O tal vez un relincho.

"¿Cuánto quieres?", preguntó.

"¿De verdad me vas a invitar a un helado?"

"No me hagas perder la paciencia", suspiró, cruzándose de brazos. "Dime una cantidad"

"¿Me llevarás también a bailar esta noche? Me gustan las chicas altas"

Aquella mujer podía perfectamente haber sido domadora de leones, pero en su mirada había matices sutiles. En aquel momento acerté a distinguir tres: odio, desprecio, impaciencia.

"Cinco", dije, por decir algo.

"Cinco, ¿qué?"

"Mira, cariño. Te voy a decir la verdad. No tengo ni idea de lo que me estás hablando. Ni tú vendes helados, ni yo me voy a poner tacones para bailar contigo esta noche. Tampoco me interesa saber a qué te dedicas. De modo que vamos a dejarlo así. Esta conversación nunca ha existido. Y ahora, si eres tan amable, déjame disfrutar de las gaviotas.

"¿Estás esperando a Andy?", me espetó.

Aquella pregunta no me la esperaba. Empecé a comprender que me estaba metiendo en un rompecabezas en el que me faltaban casi todas las piezas.

"¿Quién es Andy?", contesté inocentemente.

La llamarada que lanzaron sus ojos no llegó a chamuscarme, gracias a que un plato con una hamburguesa se interpuso entre nosotros dos.

"Aquí tiene", dijo en aquel momento el camarero flacucho. "Y la cerveza. Fresquita. ¿La señora va a tomar algo?"

La señora se levantó encorvándose, para que su cabeza no chocase con la sombrilla.

"No, gracias. Ya me iba", dijo volviéndonos la espalda.

Y se marchó.

(Siguiente)

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