domingo, 25 de enero de 2009

Meta-Física

Ignoro si la palabra 'metafísica' tiene algo que ver con la caverna de Platón. El prefijo 'meta' significa 'más allá de', y la idea de que las cosas tienen una explicación más allá de la realidad tangible sintoniza bastante con la idea de que estas patatas fritas que estoy ensartando en mi tenedor son, en realidad, un simple reflejo de unas 'metapatatas fritas', y lo que yo creía mi apartamento es en realidad una cueva.

Lo cierto es que, después de unos cuantos siglos de filosofía incrédula -que no otra cosa es la ciencia-, las explicaciones de la realidad que leemos en los libros de divulgación científica distan mucho de la sensación inmediata que nos producen el olor, el color y el sabor de unas patatas fritas humeando en nuestro plato. El gemelo de Einstein que viajaba a la velocidad de la luz regresó a un planeta en el que su propio tataranieto había pasado a los libros de historia, y el solo pensamiento de que un enano microscópico no pueda predecir cuándo su pelota atravesará la pared del frontón en lugar de rebotar en una dirección impredecible desafía al más sensato.

¿Estoy haciendo trampa? Sólo aparentemente. Es cierto que la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica son construcciones matemáticas rigurosas y -lo que es más importante- verificadas experimentalmente. Pero la lógica cotidiana, la que usamos para sobrevivir y tomar decisiones todos los días, está mucho más vinculada a nuestras percepciones. Todas las mañanas esperamos que el sol salga y se ponga a una hora predecible, que los relojes no se aceleren ni se detengan, y que la lluvia caiga desde lo alto y no al revés. Más allá de estas expectativas, lo que pudiera o no suceder pertenece, en la práctica, al reino de la fantasía.

Con todo, nos hemos ido acostumbrando a la idea de que la lógica cambia a medida que aumenta o disminuye el tamaño de sus súbditos. Lo cual, por cierto, parece absurdo: ¿acaso la lógica no es un concepto abstracto, independiente del espacio y del tiempo? Sería lógico pensar que sí. (¿Lógico, he dicho?)

Pero, en fin, nos hemos acostumbrado, y de hecho todas esas lógicas 'ilógicas' nos han permitido materializar viajes a planetas lejanos, microscopios de una potencia casi inimaginable o imágenes de nuestro reciente esguince mediante resonancia magnética nuclear. La cueva de Platón, en cambio, sólo nos ha servido hasta ahora para subvencionar a una larga saga de filósofos más o menos imaginativos: Galileo, 1 - Platón, 0.

La diferencia decisiva entre Galileo y Platón es que Galileo no se limitó a conjeturar, sino que construyó un telescopio para poner a prueba sus conjeturas. Aquel primer paso de Galileo abrió las puertas a la astrofísica moderna, y desde entonces nuestro conocimiento del Universo no ha hecho más que avanzar.

Sin embargo, la Luna y el Sol y los planetas están tan cerca de nosotros -astronómicamente hablando- que no necesitamos abjurar de nuestra lógica ordinaria para explicarlos. Tenemos que hacer un zoom gigantesco con nuestro telescopio para empezar a observar fenómenos extraños que nos obligan a echar mano de esas otras lógicas 'ilógicas'. Así, poco a poco, hemos ido concibiendo ideas aparentemente tan descabelladas como el big bang, el vacío virtual, los agujeros negros o, más recientemente, la materia oscura. Y verificándolas.

¿O no?

No del todo. De hecho, nadie está seguro de haber visto alguna vez un agujero negro o una evidencia irrefutable de su existencia. Y mucho menos de la materia oscura, de la energía oscura o de otros nuevos conceptos que están irrumpiendo últimamente en el vocabulario de los astrofísicos.

Por ejemplo, el 'flujo oscuro', cuyas causas habría que situar más allá del mismísimo horizonte de nuestro universo. O la 'inflación eterna', según la cual nuestro universo sería simplemente una burbuja más de un multiverso en perpetuo burbujeo. O el modelo de 'universo fractal', infinitamente complejo y siempre similar a sí mismo en todas las escalas. O la fantástica idea de que -como sucede en el horizonte de los agujeros negros- nuestro universo es, en realidad, nada más que un holograma.

El caso es que cuanto más grande y más lejano sea el fenómeno que pretendemos explicar, menor cantidad de información podremos sacar de él, y más inciertas serán forzosamente nuestras explicaciones. En otras palabras: a menos que el universo tenga un límite, el número de explicaciones posibles se multiplicará hasta el infinito. Ay, Galileo. No estamos tan lejos de la metafísica.

Peor aún: todas las conjeturas que podemos llegar a construir son andamiajes ensamblados por nuestro raciocinio con sus propios materiales, pero también es concebible que los tubos y tuercas necesarios para explicar las leyes de la realidad 'real' ni siquiera existan en nuestra mente. Si aumentamos suficientemente la escala de nuestras pretensiones, ¿habrá algún 'más allá' cuya lógica 'real' nuestro intelecto, por naturaleza, es incapaz siquiera de concebir?

Es cierto que Ícaro se quemó las alas por acercarse demasiado al sol, pero nuestro problema es justamente el contrario. Nuestras alas no son de cera. Aherrojados en una cueva de Platón, fabricamos sin cesar magníficos plumajes de faisán, quizá para no reconocer que nunca volaremos más alto que una gallina.

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