viernes, 16 de enero de 2009

El secreto de Shakespeare

Estoy leyendo una novela titulada "The Shakespeare Secret". La compré en una librería de aeropuerto, y no le pedía mucho más que entretenimiento. De todos los thrillers que hojeé, éste parecía diferente, tal vez un poco más culto que los superventas habituales en aquel tipo de librerías. El título hacía referencia a Shakespeare, y me gustó el comienzo: "Desde el río, parecía como si hubiera dos soles poniéndose sobre Londres."

Está muy bien escrita -o tal vez debería decir 'construida'- mediante una eficaz concatenación de sustantivos, verbos y citas de Shakespeare. Adjetivos, los justos. En general, los libros anglosajones parecen estar más bien construidos que escritos, lo cual no es un demérito ni mucho menos. Yo creo más en la artesanía que en el arte. En seguida he comprendido que la novela está escrita siguiendo la estela del "Código da Vinci", no sé si por contagio temático de la autora o con la secreta esperanza de verla algún día en una pantalla.

Desde que comenzó el trasiego entre la literatura y el cine, muchos autores escriben sus historias como si estuvieran contándonos una película. Esto es casi una definición de thriller pero, en general, las relaciones entre la literatura y el cine son bastante más complejas y merecerían dedicarles, más que un libro, toda una enciclopedia.

El caso es que, pese a su eficacia narrativa, "The Shakespeare Secret" me aburre a ratos, y por las noches, en la cama, no me roba ninguna hora de sueño. Curiosamente, la trama se parece mucho a la de mi primera novela. Que, por cierto, quedó impublicada. Posiblemente con toda la razón del mundo, pero también por haber sido escrita veinte años antes de que comenzase la moda 'da Vinci'.

Antes de decidir si compro o no una novela, yo tengo que hojearla y, sobre todo, leer su primera frase. Ésta de los dos soles poniéndose sobre Londres me pareció bastante atractiva. Al atardecer, un incendio que compite gongorinamente con el sol nos da una idea previa del grado de maldad del incendiador. Y, al aclararnos que estamos en Londres, la autora nos prepara para un rocambolesco periplo por distintos continentes, bibliotecas universitarias y paisajes tan cinematográficos como Las Vegas o el desierto de Mojave.

Los primeros párrafos de una novela, sobre todo si es contemporánea, me suelen dar la clave para decidir si la compraré o no. Generalmente, el dictamen es No. Todavía recuerdo aquel voluminoso mamotreto de un tal Ruiz Zafón que me regalaron hace años, y que abandoné antes de la página 10. Me daba incluso vergüenza ajena recorrer aquella cáfila de adjetivos adolescentes para públicos poco leídos. Es el tipo de literatura que yo escribía cuando tenía 17 años.

Las primeras frases de una novela son, de hecho, un género por sí solas. Un género fascinante. Animado por esta revelación, he rebuscado en mi biblioteca algunos de mis libros favoritos, y he releído únicamente su primera frase, a veces su primer párrafo. Desde luego, pocas primeras frases como aquel "Aujourd'hui, maman est morte" de Albert Camus en "L'étranger", que en sólo cuatro palabras condensa las doscientas o trescientas páginas que vienen después.

Uno de mis thrillers favoritos de todos los tiempos es "The postman always rings twice", de James M. Cain. Comienza así: "They threw me off the hay truck about noon". Casi un telegrama. En español no queda exactamente igual: "Me echaron del camión de heno a eso del mediodía". Le falta todo el ritmo. En inglés, todas las palabras de la frase excepto una son monosílabos. Uno detrás de otro, como puñetazos. Y ese 'off' intraducible -una sola sílaba, tres letras- es, en realidad, el resumen completo de toda la novela. ¿Cómo resistirse a devorar una novela que empieza con una frase así?

Entusiasmado con el nuevo género que acababa de descubrir, he releído también primeras frases de Stendhal, de Dostoievsky, de Maupassant, de Valle-Inclán, de Chloderlos de Laclos, de Chandler. Todas tenían un no sé qué que impulsaba a leer, como mínimo, el primer párrafo completo. Pero algunas hacían innecesario el resto del párrafo. De todas éstas, me he quedado con dos.

Una, el comienzo de "A Confederacy of Dunces", del malogrado John Kennedy Toole, neciamente traducida como "La conjura de los necios". ¿Por qué 'conjura'? ¿Qué tiene de malo "Una confederación de mentecatos"? La primera frase de esta novela, desnaturalizada por la conjura de los editores españoles, dice así: "A green hunting cap squeezed the top of the fleshy balloon of a head". Es decir, "Una gorra de cazador verde estrujaba la cima del carnoso globo de una cabeza". Difícil resisitirse a seguir leyendo, ¿no?

Y, por último, una de las más espléndidas. Es la frase que da comienzo a "La Regenta", de Leopoldo Alas. Abrimos la primera página y leemos: "La heroica ciudad dormía la siesta".

Chapeau. En esta frase está todo. La ironía de ese 'heroica' nos anuncia ya la amargura del tema ("dormía la siesta": la decadencia de todo un país) y el humor indoloro con que don Leopoldo nos va a dorar la píldora. Desde luego, hay que seguir leyendo hasta el final. Pero, al terminar la novela, cuando el repugnante Celedonio termina de besar en los labios a la impresionable Ana de Ozores ("Había creído sentir sobre la boca el vientre frío y viscoso de un sapo". Punto. Fin.), hay que regresar a la primera frase y retenerla en el recuerdo, más que como un resumen, como un símbolo. Porque sintetiza no sólo una de las mejores novelas en lengua española, sino también una de las épocas más lamentables de la historia de España.

O quizá uno de los eternos retornos de la historia de España.

El otro es la guerra civil.

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