domingo, 4 de agosto de 2019

Frío, caliente

Cuando todavía no se habían inventado los videojuegos y las personas tenían que usar su propio ingenio para divertirse, había un entretenimiento muy simple, pero no por ello aburrido. El juego consistía en proponer la búsqueda de algo y, seguidamente, ayudar al otro jugador en su búsqueda dándole pistas: frío, frío, frío..., templado ..., caliente..., ¡que te quemas!, hasta que la cosa buscada aparecía. La emoción del juego dependía en gran parte del valor de la recompensa y, según la edad o el sexo de los jugadores, la cosa buscada podía llegar a ser tan subida de tono como usted quiera imaginar.

Es curioso cómo usamos conceptos elementales para expresar conceptos complejos. En el juego que acabo de describir, el frío y el calor indican el grado de proximidad, pero en contextos diferentes la temperatura puede simbolizar ideas mucho menos coherentes. Y, como vamos a comprobar a continuación, hasta contradictorias.

En ocasiones exageramos, y por eso cuando decimos 'estoy helado' o 'me estoy congelando' nadie piensa que nuestra temperatura haya bajado de cero grados, del mismo modo que cuando exclamamos '¡me estoy asando!' todos entienden que lo que tenemos es, simplemente, mucho calor. Sin embargo, cuando una situación es muy conflictiva decimos que está 'que arde', y cuando nos embarga la furia sentimos que estamos 'hirviendo' de rabia. También podemos 'arder' de deseo por conseguir algo, y los deseos más intensos son para nosotros deseos 'ardientes'. O fervientes, que originalmente significaba... 'hirvientes'.

¿En qué quedamos? ¿No acabábamos de decir que el hervor era sinónimo de rabia? En realidad, el hervor o fervor es también sinónimo de entrega devota a una causa o a un sentimiento. ¿Tendremos, pues, que suponer --dirá usted-- que Santa Teresa oraba con tanta dedicación porque estaba muy 'caliente'? 'Absolutamente no', se escandalizarán los lingüistas. 'Se ha salido usted de contexto'. (Ojo: el lector tampoco deberá entender que, por el hecho de haberse 'salido' de lo que sea, el interlocutor esté 'salido').

Volvamos, pues, al contexto, y aceptemos que uno arde sólo de deseo. Pero, entonces, ¿por qué decimos que alguien está 'quemado' cuando está harto de fracasar, y no cuando ha terminado de desear? Peor todavía: cuando uno está 'echando humo' no es porque se acabe de 'quemar', sino porque está muy enfadado. Que es lo mismo que decir... 'hirviendo' de rabia. Sin embargo, aunque a nosotros nos está permitido echar humo, echar vapor sólo les está permitido a las locomotoras. O a las planchas.

El fuego, las brasas y el ardor han estado siempre asociados a la pasión desmedida, del mismo modo que la frialdad significa universalmente distanciamiento o insensibilidad. De ahí que las actitudes 'gélidas' y las miradas 'glaciales' nos inspiren desasosiego. Pero, ¿y el término medio? Tiene su lógica que una persona o una actitud 'tibia' denoten un carácter pusilánime o cierta falta de convencimiento, pero cuando hablamos de una persona 'templada' no nos estamos refiriendo a eso, sino a alguien que controla perfectamente sus impulsos. Casi lo contrario de lo que uno se imaginaría.

Echar 'leña al fuego' puede ser lo contrario que echar 'un jarro de agua fría', pero los psicólogos nos dirán que la 'frigidez' en la mujer no se cura con mucha 'fogosidad', sino con paciencia y 'calidez'. Es cuestión de grado. Ah, y añada usted una cierta dosis de 'temple', hasta que uno consiga 'encandilar' a la cohibida.

No sigo. Creo que voy por mal camino. Si espero que los lectores deparen a este artículo una 'cálida' acogida, no debo internarme en aguas demasiado 'tórridas'. Eso sería... jugar con fuego.

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2 comentarios:

Robustiano dijo...

Se le han olvidado a usted los que están cocidos por haber bebido mucho, y los que se han quedado fritos, y también todos aquellos que nos traen fritos, y aquello de que qué me dice usted: me deja usted helado. Etc, etc.

Cenutrio bis dijo...

Sin olvidar tampoco la letrilla aquella de Góngora: ande yo caliente, y ríase la gente...

 
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