sábado, 4 de mayo de 2019

Estereotipos

Si alguna riqueza tiene el español no es de recursos sintácticos, léxicos o morfológicos, sino de estereotipos. En los últimos tiempos, sin embargo, los estereotipos tradicionales están siendo sustituidos por otros importados o políticamente correctos. Hubo un tiempo, por ejemplo, en que a uno se le hacía "cuesta arriba" regresar a la oficina después de unos días de ausencia. Hoy, en cambio, nos han convencido de que padecemos un "síndrome post-vacacional". Del mismo modo, cuando nos levantamos de un asiento después de pasar muchas horas sentados, uno ya no dice que está "hecho un cuatro", sino que tiene el "síndrome de la clase turista". Antes, uno era un tragaldabas, ahora tiene bulimia. Y los maricones y tortilleras de antaño se han convertido hoy, tout court, en anodinos "gays".

Hubo una época en que el verbo "propasarse" describía exactamente lo que ahora, exageradamente a veces, se llama "acoso sexual". Por desgracia, a nadie se le ocurrió nunca usar un sustantivo (¿propasamiento, propase?), y nos tuvimos que quedar con el cinegético/castrense "acoso", que traduce malamente el inglés "harassment". Hay también algún que otro término que se nos ha instalado directamente sin traducción, como es el caso de "freaky", que ha sustituido, con connotaciones no sé si cómicas o despectivas, eso que antiguamente llamaban "un bicho raro".

Muchos estereotipos, sin embargo, sobreviven. Es cierto, están desapareciendo, pero no más rápido que la mayoría de las palabras del diccionario, innecesarias hoy en día gracias a los iconos del iPad y a la pedagogía progresista. Desde luego, las palabras que usamos tienen que reflejar la sociedad en que vivimos, y nadie espera ya encontrarse con un "bala perdida" sino, en todo caso, con un ludópata, un sexoadicto o un abusador de sustancias. Pero si finalmente, como es previsible, el léxico español termina reduciéndose a diez o quince palabras en total, estoy seguro de que por lo menos cinco de ellas serán estereotipos.

Una buena parte de los estereotipos españoles tienen que ver con lo que el prójimo dice. ¿Quién no ha tenido que aguantar pacientemente alguna vez a los "bocazas", "fantasmas", "soplagaitas" o "cantamañanas" de turno? Un caso particular es el "cenizo", muy mal visto en general pese a que, en ocasiones, lo único que hace es decirnos las verdades que no queremos oír.  Los espabilados y sus víctimas forman también una categoría sólida de estereotipos patrios. Así, los "listillos", "caraduras", "jetas" y "mangantes" que abarrotan nuestra sociedad tienen su contrapunto perfecto en los "pardillos", que deberán ser objeto de burla, y no de compasión.

En el mundo escolar, el "empollón" rara vez es visto con admiración, y tampoco gozan de gran predicamento el "sabelotodo" y la "marisabidilla". No es casualidad que nuestros dos únicos premios Nobel de ciencia se tuvieran que buscar la vida como mejor pudieron (¿como "puta por rastrojo"?).  Curiosamente, parece haber muchos menos estereotipos femeninos que masculinos. La "maruja" es quizá el más conocido, aunque hay por ahí también alguna que otra "bruja", especialmente durante los procesos de divorcio. Por cierto, supongo que ya saben ustedes cuál es la diferencia entre 'bruja' y 'hechicera': hechicera es antes de casarse; bruja, después.

Las "macizas" no son realmente estereotipos, sino señoras o señoritas muy agraciadas de cuerpo, tal vez gracias al tanga de cordoncillo, al milagroso áloe vera (sí, con acento) o a la liposucción. Y es probable que, con la relajación de las costumbres, las "calientapollas" y los "putones verbeneros" estén ya al borde de la extinción. Por cierto, ¿se han fijado los inquisidores de 'género' en que "putón" es masculino?  El que no parece al borde de la extinción, en cambio, es el "pichabrava". Cosas de la testosterona. Y, si además es un "cachas", más fácil lo tendrá: dos por el precio de uno.

Una categoría aparte son los que están "p'allá" (antiguamente, les faltaba un tornillo). Destacan en ella, en particular, el "zumbado" y el "colgao". La actitud ante la vida define también dos tipos de personajes completamente opuestos: el "vivalavirgen" y el "tiquismiquis".  Naturalmente, el tribalismo político no podía dejar de generar sus "fachas" y sus "progres" (antiguamente, "rojos"), todos ellos muy mal vistos desde la tribu adversaria. Y, en términos de buen gusto y mal gusto, tenemos al "finolis" y al "hortera", respectivamente. Los nacionalistas catalanes, por ejemplo, se dividen al 50% entre esos dos estereotipos tan españoles.

Lo cual me recuerda que no podemos olvidar en nuestra galería al "rata" y a la "ardillita", cicateros administradores de recursos financieros. Todo lo contrario que el inmoderado "manirroto", término innecesario hoy en día gracias a la popularidad de las hipotecas subprime y de las tarjetas de crédito.  Hablando de manos, el "manitas" y el "manazas" son los dos polos opuestos de la habilidad manual. Sin olvidar al "chapuzas", uno de los personajes más inevitables del mundo profesional, especialmente en Barcelona.

Aunque sea políticamente incorrecto, no puedo dejar de mencionar también a las "locas", ingrediente especialmente vistoso en las cabalgatas del orgullo gay y otros fastos.  Seguramente me he dejado alguno en el tintero pero, para muestra, basten estos botones. Aunque, bien pensado, creo que voy a terminar esta semblanza con una definición políticamente escandalosa de este ruedo ibérico por el que se pasean tan pintorescos personajes: España, ese país de "pringaos" que vive de los "guiris".

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