domingo, 5 de marzo de 2017

La policía del pensamiento

“Aún estaban aquellas palabras en boca del rey cuando una voz descendió del cielo:

- Nabucodonosor: serás desposeído de tu reino y expulsado de entre los hombres. Habitarás con los animales silvestres, y como a los bueyes te apacentarán. Siete periodos de tiempo pasarán hasta que reconozcas que el Altísimo gobierna el reino de los hombres y lo entrega a quien El quiere.

Al instante se cumplieron aquellas palabras, y Nabucodonosor fue expulsado de entre los hombres. Comía hierba como los bueyes y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su cabello creció como plumaje de águila y sus uñas como uñas de ave.”


Algunos autores han interpretado este pasaje del Antiguo Testamento (Daniel, 4:33) como el primer caso conocido de zoantropía. Es decir, de un raro síndrome consistente en creerse un animal y comportarse como tal.

Un texto tan escueto como este pasaje bíblico difícilmente permite deducir que Nabucodonosor sufriera realmente un acceso de zoantropía. Sin embargo, si atendemos a la tradición persa, en el siglo I el emir Abu Táleb Rostam padeció un trastorno similar, del que fue curado por Avicena. El emir había afirmado ser una vaca, en prueba de lo cual prorrumpía en mugidos y pedía ser sacrificado y entregado a un cocinero.

Medio siglo antes había llegado a Armenia un grupo de monjas huyendo de Roma, donde habían padecido persecución por profesar la fe cristiana. El rey Tiridates III, que había oído ensalzar la belleza de una de aquellas monjas, las mandó llamar y pidió a la bella religiosa en matrimonio. La monja se negó, y entonces el rey ordenó torturar y dar muerte a todas ellas, después de lo cual cayó enfermo y, siempre según la leyenda, se dedicó a merodear por el bosque, donde se comportaba como un oso salvaje.

No tan legendarias fueron las observaciones del médico luterano Johann Weyer, que en el siglo XVI describió por primera vez los síntomas de lo que todavía hoy conocemos como 'licantropía', consistente en que el afectado está convencido de ser un lobo o de transformarse en él. Según Weyer, los afectados por este síndrome presentaban palidez, ojeras, sequedad en la lengua y una intensa sed, y sus ojos aparecían secos y mortecinos.

Ciertamente la medicina de aquella época, basada en sangrías, sanguijuelas y brebajes de dudosa composición, no nos merece hoy mucha credibilidad, pero más recientemente el hospital psiquiátrico McLean, de Massachusetts, ha dado a conocer cierto número de casos en que los pacientes estaban convencidos de ser o haber sido algún animal. No sólo eso, sino que para demostrarlo aullaban a la luna, ladraban o reptaban, y afirmaban tener garras, pelaje, pezuñas, etc. Algunos de ellos, incluso, se habían echado al monte y habían adoptado la dieta del animal que decían encarnar.

Si repasamos la bibliografía médica de 2004 a esta parte encontraremos todavía más casos de zoantropía, en los que el paciente afirma ser un perro, un gato, una hiena, un pájaro, un tigre, una rana, una serpiente, o incluso una abeja. En un curioso caso descrito en 1989, el paciente decía haberse transformado primero en perro, a continuación en caballo y, por último, en gato. Tras el tratamiento, el paciente se declaró curado.

En dos de estos casos se practicaron pruebas de imaginización del tejido cerebral, que evidenciaron una activación inhabitual de las areas del cerebro relacionadas con la forma de los respectivos animales. En otras palabras, los pacientes realmente percibían tener una forma distinta de la suya propia.

Como es evidente, todos estos diagnósticos estaban basados en un principio de sentido común: ninguna de aquellas personas era un perro, un lobo o una serpiente. Por mucho que argumentaran, ladraran, aullaran o reptaran, cualquiera podía comprobar con sus propios ojos que se trataba de seres humanos con sus brazos, sus piernas y su facultad de hablar. Ninguno de ellos respondía a la definición de can o de reptil, y todos ellos encajaban perfectamente en la definición de persona.

Ese mismo criterio es el que aplicamos a los sexos, hoy llamados -confusamente- 'géneros'. Si una persona tiene genitales inequívocamente masculinos al nacer, entonces es un hombre, y si sus genitales son inequívocamente femeninos, será una mujer. No es que nadie le 'asigne' la clasificación de hombre o mujer, sino que encaja perfectamente en la definición de su sexo y no en la otra. Nadie 'asigna' a un calvo el adjetivo 'calvo': definimos como calva a la persona que carece de cabello, y si resulta que usted está en ese caso, pues entonces usted es calvo.

En los últimos tiempos se está extendiendo una ideología consistente en tergiversar los conceptos para culpabilizar a quien los usa, en favor de la ideología del tergiversador. Es la ideología de la corrección política.

La corrección política consiste en hacernos sentir culpables si decimos 'negro', 'gitano', 'moro', '[la] concejal', 'musulmán', 'portera', 'inválido', 'ilegal', 'vagabundo', 'marica', 'tortillera', 'ciego', 'travesti', 'cojo' o 'sirvienta'. Otros términos, en cambio, como 'España', 'nazi, 'capitalista', 'casposo', 'machista', 'facha', 'derechista', 'patriarcal', 'insolidario' o 'liberal', que sí son usados en sentido abiertamente despectivo, no sólo están autorizados por la ideología, sino que son proferidos a todas horas en casi todos los medios de comunicación (y algunos de ellos incluso en las escuelas). La costumbre se va extendiendo, y con ella la ideología, insensiblemente, va calando.

Una ideología es una estructura de conceptos que justifica el poder. Gracias a tales ideologías 'progresistas' y a los medios de comunicación, muchos lobbies han conseguido acceder a parcelas del poder en el último cuarto de siglo, cada uno con su matraca particular: nacionalistas regionales, feministas, ecologistas, defensores de sexualidades alternativas, actores de cine (los intelectuales son ya una especie desaparecida), periodistas, anticlericales, propagandistas de la medicina preventiva. Ellos son la nueva cara del poder, las nuevas tribus que han venido a reemplazar el antiguo cocktail de falangistas, opusdeístas, nacionalcatolicistas y franquistas que hace medio siglo protagonizaba la actualidad nacional.

Los mismos perros con distintos collares. Pero nadie repara en que la realidad y la lógica permitirían sumirlos sin mucho esfuerzo en graves contradicciones. 'Casposa', por ejemplo, es la teoría marxista, que data de hace ya 150 años. Tildar a alguien de 'insolidario' es un insulto al colectivo autista. Atacar a los 'liberales' implica atacar la libertad. Denunciar el 'patriarcado' es una afrenta a muchas -y por lo visto sacrosantas- culturas aborígenes. Defender a los homosexuales, o la separación religión-estado, es un ultraje a los principios musulmanes. Un verdadero ecologista permitiría que la especie humana tuviera predadores, por ejemplo de sus propios hijos. Luchar contra el calentamiento global discrimina injustamente al colectivo de frioleros. Y el voto femenino en España fue posible gracias a la derecha, contra el deseo de la izquierda. Amigos políticamente correctos: ¿de qué estamos hablando?

Pues así están las cosas.


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