domingo, 18 de septiembre de 2016

Proteo, dios de Archena

Hay en la Odisea un pasaje fascinante en el que Menelao, esposo de Helena de Troya, relata una de sus peripecias a Telémaco, el hijo de Odiseo que busca infatigablemente a su padre. Durante su regreso de la guerra de Troya, Menelao ha recalado en la isla de Faros, en la que habita un misterioso personaje llamado Proteo. Eidotea, la hija de Proteo, le ha asegurado que, si consigue capturar a su padre, este le revelará la causa de sus infortunios y la manera de conjurarlos para regresar a su hogar.

De modo que, cuando Proteo emerge de las aguas para conciliar el sueño rodeado de sus focas, Menelao emprende su captura. Pero Proteo es un dios prodigioso, que para esquivar a su perseguidor se transforma una y otra vez en las cosas más insospechables: un león, una serpiente, un leopardo, un cerdo, un árbol. Incluso en agua.

Creo recordar todavía los primeros dibujos que vi de VAG. Me los mostró él mismo. Eran una serie de grupos familiares, ataviados a una antigua usanza probablemente imaginada por él, aunque reminiscente de finales del siglo XIX. Estaban dibujados a tinta, y la silueta de las mujeres me recordaba vagamente a alguna de las Meninas de Velázquez.

Perseveró en aquellos temas durante algún tiempo, pero su estilo pronto derivó hacia otras figuras más surrealistas, que sorprendentemente alternaban con dibujos realistas de factura un tanto triste, como descuidada. Incluso le puse un nombre a aquel novedoso estilo, que yo interpretaba como una rebelión absurda frente a la belleza de la forma. Lo bauticé 'tosquismo'. Nunca me gustó el tosquismo de VAG, pero al mismo tiempo percibía en aquellos dibujos desolados una poderosa fuerza interior que tarde o temprano -yo no lo sabía entonces- terminaría saliendo a la luz.

Aquella fuerza interior se llamaba Proteo. Una noche, en Madrid, VAG me mostró los últimos óleos que había pintado, y entonces comprendí que el dios de la isla había salido por fin del océano y se había empezado a transformar.

Nunca se lo he dicho, pero siempre he intuido que toda la obra pictórica de VAG es una irreparable añoranza de sus primeros años en aquel pueblo suyo de la vera del Segura. Un pueblo muy singular, en el que coexisten pacíficamente vahos tropicales de oasis con pedregales despiadados, eternamente ignorados por la lluvia. Una especie de Islandia mediterránea capaz de generar pintamonas sin lustre o genios torturados.

El genio de VAG ha ido cobrando forma poco a poco, con el paso de los años. Junto a su proteica creatividad musical y didáctica ha discurrido siempre, lombriceante como un Guadiana, una atracción creciente hacia la expresión plástica, que no se ha manifestado sólo en dibujos, óleos o acuarelas, sino en un universo de experimentación infatigable. Desde aquel primer corto en super 8 hasta la programación en 3D, pasando por la animación, el comic, la fotografía o los botijos, pocos territorios visuales hay que VAG no haya explorado.

Tengo en mis paredes varios óleos suyos, todos ellos de estilos y trasfondos emocionales muy diversos. Y tendría más, muchos más. Pero necesitaría tantas paredes que prefiero refugiarme en una vieja ilusión, siempre incumplida por falta de medios materiales: habilitar un museo que recoja y realce debidamente toda su producción artística, hasta hoy lamentablemente alejada del foco de la 'cultura' oficial.

Porque VAG es mucho más que un ilustre hijo de su amada Archena, y también mucho más fácil de describir. VAG, sencillamente, es un genio.

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