Por fin. Empieza a haber indicios de que las cosas van a cambiar. Era previsible, sólo que a lo largo de la historia los cambios suelen ser muy lentos y duran generaciones. A veces, simplemente están creciendo en la sombra durante años o siglos, larvados, hasta que un día, de repente, salta una chispa que los hace irreversibles.
Algo así es lo que está sucediendo en los últimos meses. Durante siglos, los seres humanos han vivido con mentalidad de rebaño. No podían participar directamente en su sociedad. Sólo tenían la fuerza de la masa para cambiar la cúpula del poder. Y terminaban descubriendo, demasiado a menudo, que el remedio venía a ser peor que la enfermedad.
Lo que nunca se les pasaba por la cabeza cambiar era la estructura del poder, sencillamente porque era imposible. Hasta el día de hoy, la mentalidad de los individuos ha sido jerárquica, y el modelo llamado 'democracia' se limitaba a atenuar los abusos del poder en un grado más o menos tolerable. Pero el ejército siempre fue jerárquico, al igual que las religiones o la policía y, más recientemente, el sistema monetario y los medios de comunicación.
¿Cómo cambiar la estructura de poder, si ni siquiera existía un modelo viable? Las comunas (las libertarias, no las comunistas) trataron de disociarse de la sociedad jerarquizada, pero estaban basadas en un modelo del ser humano irreal. Los seres humanos somos buenos y malos, benéficos y deletéreos, y sólo la disciplina de las sectas puede reconducir esa realidad.
No. El cambio real de las sociedades no era posible porque la comunicación entre las personas tenía un componente material imposible de evitar. Las cartas eran transportadas a mano o en diligencias, trenes o aviones, el tamtam se oía en toda la selva, el telegrama y el teléfono permitían comunicarse uno a uno solamente, y la radio y la televisión crearon una masa pasiva de espectadores, tan manipulables como agradecidos por no tener que digerir la información ni correr el riesgo de pensar por sí mismos.
Cuando nació Internet, era evidente que el mundo, tarde o temprano, tenía que cambiar. Sencillamente, porque la estructura de Internet no es jerárquica. Está hecha de redes. Sin embargo, era aún demasiado pronto para materializar esas redes. En primer lugar, porque la gran mayoría de la población todavía no estaba interconectada. Y, en segundo lugar, porque las generaciones más antiguas habían crecido en sociedades en que la información y el poder estaban centralizados.
Algo así es lo que está sucediendo en los últimos meses. Durante siglos, los seres humanos han vivido con mentalidad de rebaño. No podían participar directamente en su sociedad. Sólo tenían la fuerza de la masa para cambiar la cúpula del poder. Y terminaban descubriendo, demasiado a menudo, que el remedio venía a ser peor que la enfermedad.
Lo que nunca se les pasaba por la cabeza cambiar era la estructura del poder, sencillamente porque era imposible. Hasta el día de hoy, la mentalidad de los individuos ha sido jerárquica, y el modelo llamado 'democracia' se limitaba a atenuar los abusos del poder en un grado más o menos tolerable. Pero el ejército siempre fue jerárquico, al igual que las religiones o la policía y, más recientemente, el sistema monetario y los medios de comunicación.
¿Cómo cambiar la estructura de poder, si ni siquiera existía un modelo viable? Las comunas (las libertarias, no las comunistas) trataron de disociarse de la sociedad jerarquizada, pero estaban basadas en un modelo del ser humano irreal. Los seres humanos somos buenos y malos, benéficos y deletéreos, y sólo la disciplina de las sectas puede reconducir esa realidad.
No. El cambio real de las sociedades no era posible porque la comunicación entre las personas tenía un componente material imposible de evitar. Las cartas eran transportadas a mano o en diligencias, trenes o aviones, el tamtam se oía en toda la selva, el telegrama y el teléfono permitían comunicarse uno a uno solamente, y la radio y la televisión crearon una masa pasiva de espectadores, tan manipulables como agradecidos por no tener que digerir la información ni correr el riesgo de pensar por sí mismos.
Cuando nació Internet, era evidente que el mundo, tarde o temprano, tenía que cambiar. Sencillamente, porque la estructura de Internet no es jerárquica. Está hecha de redes. Sin embargo, era aún demasiado pronto para materializar esas redes. En primer lugar, porque la gran mayoría de la población todavía no estaba interconectada. Y, en segundo lugar, porque las generaciones más antiguas habían crecido en sociedades en que la información y el poder estaban centralizados.
Durante dos generaciones, la población trasplantó de la vida cotidiana a Internet el modelo de comunicación centralizada (el único que conocían). Así nacieron los grandes monopolios de la comunicación. Viejos esquemas, en el fondo. Todos en Twitter, juntitos y abigarrados. O en Facebook, exhibiendo por primera vez en la historia su narcisismo al resto del mundo. Pero estamos ya en la tercera generación, que no ha nacido ante un aparato de radio o un televisor. Para ellos, el modelo centralizado es absurdo, porque en una red todos se pueden comunicar con todos, y cada uno de ellos tiene libertad para escoger.
La chispa que ha desatado el inevitable cambio de sociedad ha saltado en estos últimos meses. Los jerarcas de las grandes tecnológicas, embriagados de su propio poder, se han llegado a creer omnipotentes y han decidido censurar los contenidos que no les gustaban. El poder les ha hecho olvidar una realidad que para ellos debería haber sido obvia: en una red abierta cada uno se puede comunicar con quien prefiera. Y, quieran ellos o no, la estructura de nuesta sociedad es ya una red abierta.
Sólo en este último mes, cien millones de usuarios se han pasado de WhatsApp a Telegram, y el proceso no se detiene. Las migraciones no han hecho más que empezar, y por fin, después de tres décadas, los nuevos poderosos van a tener que aceptar que deben competir por sus usuarios.
Los bancos centrales están también mirando con aprensión la popularización de las criptomonedas. Son ya muchas, cada vez más, las empresas que aceptan cobrar en criptomonedas, ante la impotencia de quienes, durante siglos, monopolizaron la acuñación de las monedas y controlaron la economía. Al servicio de modelos que terminaban, siempre, favoreciendo a los poderes fácticos.
Pero la verdadera chispa, que para algunos ha abierto las puertas del infierno, ha sido el reciente fenómeno en torno a GameStop. Por primera vez en muchos, muchos, muchos años, una empresa financiera no ha podido seguir robando tranquilamente a los pequeños inversores mediante la manipulación del mercado de acciones. Y ha saboreado su propia medicina, en carne propia. Ya era hora.
Las puertas están abiertas. El camino no será fácil, y estará jalonado por avances triunfales y retrocesos dolorosos, pero es irreversible. Cuando las personas comprenden que tienen la posibilidad de ser libres, generalmente escogen serlo. En comparación con una vida humana, los procesos históricos son lentos, y es posible que yo no vea el final de ese camino. Pero estoy convencido de que la era de los monopolios está llegando a su fin.
Los dinosaurios murieron a causa de un meteorito, pero de todos modos no habrían sobrevivido. Les faltaba agilidad e inteligencia. Esperemos que las generaciones futuras sepan hacer realidad la gran revolución del futuro: la segunda extinción de los dinosaurios.
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