domingo, 14 de noviembre de 2021

Mucho ruido y poca ciencia

Un buen amigo me escribió el otro día una frase tremenda: "la ciencia es una de las cosas en las que he perdido la fe". Supongo que es una exageración dictada por alguna que otra amarga decepción, pero es muy reveladora. De hecho, yo mismo he llegado últimamente a una conclusión muy parecida. En particular, hay unas cuantas ciencias que contemplo con escepticismo desde hace algún tiempo.

Empiezo con la física. En este blog he escrito ya alguna vez que la física teórica está invadiendo alarmantemente el territorio de la metafísica. La teoría de cuerdas sigue sin ser verificable. El multiverso es una teoría fascinante, pero a quién le puede importar que existan o hayan existido infinitos universos paralelos si, por definición de paralelo, no tendremos nunca la posibilidad de comprobar su existencia.

El llamado 'modelo standard' explica admirablemente lo que alcanzamos a conocer de este universo... con algunas inquietantes excepciones. Viene sucediendo desde Aristóteles. Cada vez que los científicos afirman que todo está descubierto es cuando aparecen las primeras grietas en el edificio, y uno empieza a sospechar que el descubrimiento de nuevas teorías cada vez más profundas sólo podrá terminar cuando los experimentos alcancen niveles de energía suficientes para volar en pedazos el planeta Tierra o el sistema solar.

Abrigo todavía dudas respecto a la realidad real de los agujeros negros, y las pocas veces que he expuesto esas dudas mis interlocutores me han salido por los cerros de Úbeda. El misterio de la materia oscura, las rupturas de paridad o de simetría y la falta de una teoría que explique a la vez la relatividad y la mecánica cuántica son nubes oscuras en el firmamento de la física teórica, y al menos algunas de ellas amenazan tormenta.

Pero, mientras los aceleradores de partículas no sean capaces de crear el agujero negro o el cataclismo que se tragará definitivamente la Tierra, la física teórica seguirá siendo caviar intelectual para espíritus exquisitos. Mucho más inquietante que eso, más que nada porque empieza a afectar ya a nuestra vida cotidiana, es la nueva superstición del cambio climático.

También he escrito ya en este blog sobre ese tema, de modo que no me extenderé mucho. Baste decir ahora que un modelo no es ciencia hasta que es comprobado experimentalmente. Y exhaustivamente. Los modelos del IPCC, en los que ha colaborado una legión de meteorólogos del tercer mundo con familias que mantener, fallan en sus predicciones retrospectivas, llevan cuarenta años haciendo predicciones incumplidas y carecen abrumadoramente de datos espaciales e históricos para resolver un problema que es matemáticamente insoluble. 

La propaganda oficial nos explica que la superstición del cambio climático está basada en el consenso. Para empezar, la ciencia no está basada en el consenso, sino en el disenso. Las teorías tienen que ser criticables, y sólo la experimentación puede confirmar una teoría. O un 'modelo'. Pero es que además el consenso es completamente falso. Hay miles de climatólogos que disienten de las conclusiones del IPCC; sólo que no salen en los periódicos.

Empieza a ser ya el pan nuestro de cada día. Nadie sabe si en algún lugar del mundo unos millonarios psicópatas o borrachos han creado secretamente un Ministerio de la Verdad, como profetizó George Orwell en '1984', pero lo que es indiscutible es que la verdad oficial (a) es mentira y (b) es la única verdad aceptada oficialmente. 

Mi farmacéutico, por ejemplo, no sabía que en Japón e India están erradicando ese virus misterioso simplemente con ivermectina. La inmensa mayoría de la población española no tiene ni idea de que medio mundo está en este momento bajo la bota del nazismo (no, no estoy usando una metáfora) y muchos padres van a sacrificar a sus hijos sin saberlo, gracias a una campaña de propaganda mundial que convierte a Göbbels en un pobre aficionado, y a los NoDos del franquismo en novelas de Émile Zola.

Pasaré de puntillas sobre el tema del virus, para evitar la censura del Ministerio de la Verdad o quizá algo peor. También lo he tratado más que ampliamente en otras entregas de este blog, igual que el circo de los estudios epidemiológicos. Por mi parte, no me han hecho nunca una analítica de colesterol, bebo vino, café y whiskey, he vuelto a fumar, me he pasado a la leche entera, como diariamente embutidos y quesos franceses y no echo a correr ni para coger el autobús. Y me encuentro estupendamente.

Le he dado muchas vueltas al problema de la ciencia contemporánea o, más bien, a lo que ahora llaman 'ciencia'. No me creo capaz de hacer un diagnóstico completo, pero hay un par de fenómenos que no me han pasado inadvertidos. 

Uno es la burocratización. Las universidades vomitan (sic) todos los años miles de licenciados, cada vez en mayor número y cada vez peor preparados. No todos son necesarios, y más de uno termina trabajando de operador telefónico o de camarero, pero las universidades, estatales o privadas, son un buen negocio, y llega un punto en que el científico o el historiador de vocación se ven engullidos por una masificación que no entiende de vocaciones. La valía intelectual empieza a ser un criterio en extinción, y el aflujo de mediocres termina creando lo que todos los mediocres han creado siempre: burocracia.

Otro fenómeno decisivo ha sido la penetración de las ideologías en las universidades. En ausencia de crítica, las ideologías se engordan a sí mismas, y en la pugna por ser el más catequista se llega a extremos psicopáticos, como es fácil comprobar si uno lee las noticias. Sí, de lo que estoy hablando es de la decadencia de Occidente. 

Hace poco descubrí una universidad del Reino Unido en la que todos los proyectos de investigación, tanto de letras como de ciencias, eran ideológicos. Puede  parecer difícil analizar la caída de una manzana desde la perspectiva de género, de la crisis climática y de la supremacía de la raza blanca, pero estamos sólo a un paso de conseguirlo, si es que alguien no lo ha conseguido ya.

No sé si con todo esto he aportado algo a la comprensión de la realidad histórica contemporánea, pero por lo menos me he desahogado. Y quizá algún historiador del siglo XXIV, si es que para entonces todavía existe el sistema solar, me lea con interés desde algún gulag de experimentación genética en las llanuras rojas del planeta Marte. Los demás, mientras podáis, id disfrutando del NoDo.

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Jornada 7

Hay días en que Robinson siente tentaciones de añorar el pasado, y no se lo puede permitir. La vida es aquí y ahora, y retroceder en el tiempo es huir. Pero no siempre puede evitar rememorar tiempos pasados. Otros tiempos en los que él era, todos éramos, mucho más libres. O, simplemente, libres.

No pide mucho. Sólo recuperar el contacto con la naturaleza y la calma de la vida contemplativa. La que vivió de niño en una playa ondulada por dunas deslumbrantes, o la que lo aquietó hace muchos años en una isla del Mediterráneo, escuchando el aserrar persistente de cigarras lejanas y dejando resbalar su mirada por las cabelleras de los pinos que tapizaban el valle.

En la isla desierta que ahora habita no hay árboles frutales. Tenerlos sería el colmo de su felicidad.

Tal vez algún día una racha de viento inverosímil le traiga las semillas que tanto desea ver germinar.

O tal vez algún día algún barco improbable lo rescate...

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Los ricos y los tontos

Ya lo he dicho alguna vez antes: la diferencia entre dictadura y fascismo es que la dictadura es impopular. Por eso el fascismo es mucho más peligroso. En una sociedad fascista (o comunista), tu vecino puede ser  tu opresor. Una parte de la población somete a todos los demás en nombre de un supuesto "bien colectivo". El disidente vive permanentemente en territorio enemigo, y la solución más práctica es, a menudo, huir. Al fin y al cabo, sólo se vive una vez.

Pero el fascismo tiene dos caras: una, los pastores; otra, los borregos. Con esto no digo que todos los borregos sean crédulos, o tontos. Muchos de ellos, la mayoría, lo son. Otros son indiferentes, quizá porque no le piden a la vida mucho más que un plato de lentejas. O un móvil y un tatuaje de moda. Pero unos cuantos, los suficientes, callan por miedo y prefieren consentir.

Esos, naturalmente, son los peores porque, si ellos no callaran, los crédulos y los tontos abrirían los ojos a la realidad. No, esos que callan no son esclavos inocentes. Son cómplices. Los crédulos y los tontos, de buena fe, confían en ellos. Esperan de ellos que velen por su salud, por su seguridad, por su igualdad ante la ley. Entre los ahorcados tras los juicios de Nuremberg había unos cuantos y, por cierto, de nada les sirvió escudarse en la "obediencia debida". 

Hace poco averigüé los beneficios que cierta empresa farmacéutica muy conocida esperaba obtener este año: 36 000 millones de dólares. En un solo año. Y lo primero que pensé es que 36 000 millones de dólares dan para mucho.

¿Para cuánto, exactamente?

Veamos. Para pequeñas componendas los negocios sucios pueden ser un recurso aceptable, pero para negocios en gran escala son arriesgados. Pueden terminar saliendo a la luz, y los juicios de Nuremberg son un precedente inquietante. Seamos realistas. Es preferible crear una fundación supuestamente filantrópica y repartir 'estímulos' entre los sectores de la sociedad que más nos convienen. No es difícil. Uno siempre encuentra a algún puñado de paranoicos o de imbéciles que creen en alguna crisis climática, en alguna epidemia devastadora o en las virtudes del colectivismo. 

Aunque sean pocos. No importa. Bastará con conseguir que salgan en los noticieros. ¿Y cómo se consigue eso? Con generosidad, hombre. A ninguna revista científica le disgusta que le compren cada mes unos cuantos miles de ejemplares de sus publicaciones, o que incluyan a su director en algún consejo de administración. Tampoco a los políticos les molestan los cargos honoríficos en empresas privadas. Es más, les agradan. Y los medios de comunicación, que desde la desaparición del papel están al borde de la ruina, estarán encantados de recibir un empujoncito de fundaciones dedicadas a fines tan nobles como la igualdad, la salud, el medio ambiente, los niños o la pobreza.

Sí, 36 000 millones de dólares dan para mucho. Por ejemplo, un millón de dólares para 6 000 personas. O 500 000 dólares para 12 000. O, si me apuran, 100 000 dólares para 60 000 estómagos agradecidos, y todavía le quedan a uno 30 000 milloncetes limpios, que no están nada mal. 

Además, pensemos que esas 60 000 personas no tienen por qué estar concentradas en un solo país. Pueden estar distribuidas, por ejemplo, entre cien países, a 600 personas por país. Piense usted en lo que se puede conseguir 'ayudando' con 100 000 dólares a 600 personas en puestos clave de un solo país. ¿No es suficiente? No importa. Multipliquemos por dos: 1 200 personas por país, y todavía nos quedan 24 000 millones limpios de beneficio.

¿Dónde está el límite? Hay mucho margen. Entre ganar cero dólares con un producto inútil y dañino que nadie compraría y ganar, digamos, sólo seis mil millones de dólares, quién dudaría. 'Donamos' generosamente 100 000 dólares a tres mil personas en cada país y todavía nos embolsamos una pasta. En un país como España, por ejemplo, tres mil estómagos agradecidos darían mucho juego. 

Así que, con cifras como esas y con un puñado de psicópatas en el vértice de la pirámide, el fascismo (o el comunismo) es pan comido. Y, para dormir, a contar ovejas.

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.

 
Turbo Tagger