viernes, 21 de marzo de 2008

Sorpresas

Esta misma tarde he entrevistado, por fin, a Fernando Savater. De todas las entrevistas que tenía previstas, esta era la que más me ilusionaba. Sin embargo, contra todo pronóstico, me ha decepcionado.

Después de darle unas cuantas vueltas al asunto, he llegado a la conclusion de que este hombre, probablemente, estaba hoy de mal humor. Es la interpretación más benévola que se me ocurre. Ya sé que todos evolucionamos y que, con los años, se nos atenúa en mayor o menor grado el espíritu rebelde de la primera juventud. Pero Fernando Savater tiene, todavía hoy, muchas cosas contra las que rebelarse. De hecho, incluso se juega la vida desde hace muchos años, y esa sola circunstancia me impide ser beligerante con él.

Pero vayamos por partes.

El primer indicio de que algo iba mal lo he percibido ya en la primera respuesta. "Tengo entendido que tú fuiste ávido lector de novelas de aventuras", he comenzado diciendo. "¿Tu vocación por la filosofía avanzaba paralelamente a aquella afición, o hay un camino que conduce de la novela de aventuras a la filosofía?"

Parece evidente que yo me estaba refiriendo aquí a sus lecturas infantiles. Recuerdo haberle oido, o leído, declarar que en su infancia había devorado las novelas de Sandokán. Mi pregunta parece legítima. ¿Habrá algo en las novelas de los mares del Sur que pudiera incitar a emprender el camino de la filosofía? Pocos más apropiados que él para contestar.

Confieso que me esperaba otra respuesta. No encuentra ninguna relación entre ambas cosas. Ahá. Una pasión infantil y una vocación intelectual: dos compartimentos estancos. Suena un poco raro, pero de todo hay en la viña del Señor. Me pongo en su lugar. Yo estudié física estimulado por los libros de ciencia ficción, y el relato bíblico de la Torre de Babel despertó en mí, a muy temprana edad, la pasión por la lingüística. De hecho, todo lo que leía de niño desataba mi fantasía y mi curiosidad.

Pero ya su respuesta contenía algún elemento inquietante: ha empezado puntualizando que todavía es un lector asiduo de la literatura 'popular'. Cosa que yo no había puesto en duda. "Me consta que eres un lector avezado de todos los géneros", le había dicho yo casi de entrada. Never mind. El primer escollo había asomado a la superficie.

Y era sólo el comienzo. A continuación, una pregunta suavemente provocativa. "¿Contra qué filósofos te sientes más cómodo argumentando?" Yo había construido cuidadosamente mi pregunta. Una cosa es "sentirse cómodo argumentando" y otra es "descartar". Sin embargo, él contesta inmediatamente que "Si son filósofos, no me atrevería a descartar ninguno". La cosa huele a corporativismo. ¿No habrá ningún filósofo nacionalista que a Fernando Savater le agrade rebatir? La Alemania de Hitler tuvo unos cuantos. Por no mencionar a Cioran, con quien Fernando en su juventud parece haber tenido afinidades, y que había empezado siendo un hitleriano declarado.

Naturalmente que uno no rebate personas, sino argumentos, pero, para poder rebatirlos, alguien tiene que haberlos expuesto. Bertrand Russell, filósofo al que él admiró, argumentaba sin cesar contra tirios y troyanos. Mi pregunta era animosa sólo en el sentido intelectual.

Era sólo el comienzo. En ese momento ha empezado la tormenta eléctrica. "Me da la impresión de que estás escurriendo el bulto", he comentado. Entonces él me ha respondido que de ningún modo. Resulta que mi pregunta "en sí misma, es una bobada" y "no tiene contenido". Ver para creer: al pronunciar esas palabras ¡estaba argumentando contra mí! Pero, claro, yo no soy "un filósofo"...

El resto de sus respuestas han sido del mismo tenor. Empezaban descalificando mis preguntas, para a continuación contestarlas. El rifirrafe sobre Sherlock Holmes que ha venido a continuación era en realidad un cruce de afirmaciones con Wikipedia, que es de donde yo había sacado la información sobre Conan Doyle. Todavía no sé si era él, y no Wikipedia, quien tenía razón, pero mi entrevista era sagrada. Yo tenía que guardar la calma, y ni en esa ni en las demás ocasiones he querido polemizar.

En tal tesitura, mi pregunta siguiente venía al pelo, de manera que he aprovechado la ocasión para porfiar un poco en el asunto: "Replantearé mi pregunta: ¿Qué filósofos malditos te caen más simpáticos?"

"Es que tampoco hay filósofos malditos. Sigues estando fuera de tiesto", ha sido el comienzo de su respuesta. La cosa empezaba a sonar ya a lección magistral. Aquí me ha dado la impresión de que el eximio catedrático empezaba a pasarse un poco. Hay una cosa que se llama 'buena voluntad', y a Fernando Savater, por lo visto, hacía tiempo que se le había terminado.

"Ha habido poetas malditos y poesía maldita", me he defendido yo. "¿Por qué la filosofía no puede tener ese privilegio?" "Todos esos que son malditos, lo que les sobra es una letra: muchas veces son 'malitos'. Lo que pasa es que, para prestigiarse, creen que son malditos." Bien. Deduzco, pues, que Baudelaire era un mal poeta y que Nietzsche era un mal filósofo. Para no hablar por hablar, escribo en Google las palabras "Nietzsche maldito", y obtengo 66.700 respuestas. La confusión empieza a apoderarse de mí. A este entrevistado, hoy le pasa algo.

Pero mejor no sigo. Basten para muestra estos pocos botones.

En realidad, todo esto confirma mis sospechas. Excepto Mauricio Sotelo, el adorable Mauricio casi adolescente que conocí en Viena y que sigue manteniendo un espíritu fresco como la primavera, he tenido la impresión de que los demás entrevistados no se esperaban el tipo de preguntas que les he hecho. Lo cual me parece anómalo. ¿Sólo se puede hablar de política en un país normal? En España, al menos, así lo parece.

La vorágine de la política, me temo, ha engullido a los intelectuales españoles. Lo peor de todo: la política, tal como está últimamente planteada en España: en términos de bandos. Hoy seré bueno y no utilizaré la palabra 'sectas'.

Ante una situación así, qué puede uno balbucir. Mejor tomárselo a broma. Recuerdo que, tiempo atrás, se oía una frase que siempre me gustó mucho:

Que paren el mundo, que me quiero bajar.

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miércoles, 12 de marzo de 2008

Ciudadano López

El ciudadano terráqueo López XH98 dejó en el suelo su escafandra interestelar y se acercó a mirar la vieja radio. A aquellas horas, el mercadillo del planeta Neptuno bullía de actividad. En su mayoría, pensionistas aburridos, como él, que llevaba ya cuarenta años de jubilación dando vueltas por la Vía Láctea. La radio era muy antigua. Nunca había visto un modelo como aquel, tan verde y tan dócil. Se inclinó sobre el aparato, le acarició la rodilla, y enarcó las cejas, sorprendido. Vivía todavía. Tiene varios siglos, dijo entonces el vendedor. Pero, ¿funciona? Acérquese a escuchar: es la que está sonando. Entonces López se encogió de hombros y ofreció al vendedor su huella dactilar. Por dos miserables biocréditos tendría entretenimiento para unos cuantos días en la tediosa pensión de Saturno.

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