miércoles, 31 de octubre de 2007

Frutas y nombres

[Muchos más nombres de frutas aquí]

Tardé muchos años en caer en la cuenta de que las naranjas navel se llaman así porque su parte inferior es parecida a un ombligo (eso es lo que significa 'navel' en inglés). El nombre de las frutas que consumimos no siempre es tan descriptivo. Muchos llevan consigo un pedacito de historia, a veces tan sabroso como un pedacito de la propia fruta.

Por ejemplo, las peras 'Conference', cuyo nombre evoca el premio otorgado a esta variedad en la Conferencia Internacional de la Pera, en 1885. Y no me extraña: son riquísimas.

Tan ricas como las manzanas. ¿De dónde proviene la palabra 'manzana'? Del latín mala mattiana, que significa 'manzanas de Mattius'. El nombre hace referencia a Caius Mattius, un agricultor romano que seguramente fue el primero en producirlas. Al igual que su prima la uva, la manzana es al menos tan antigua como la Biblia, y lleva a sus espaldas un gran cargamento de historia y de leyenda. No sólo Eva sedujo a Adán con una manzana, sino que Guillermo Tell (al menos en las películas) se hizo famoso por acertar con su flecha en una manzana colocada adrede sobre la cabeza de su hijo.

La mitología es pródiga en historias de manzanas. Atalanta prometió que se casaría con el hombre que consiguiera ganarle una carrera, y sólo Hipómenes (con ayuda de Afrodita) fue capaz de triunfar... distrayendo a Atalanta con tres manzanas doradas. En el jardín de las hespérides, Hera tenía un árbol que daba manzanas de oro. Un dragón de cien cabezas, siempre alerta, protegía aquel huerto maravilloso, del que el gran Hércules, pese a todo, consiguió robar una manzana. Era el undécimo de los famosos 'trabajos de Hércules'.


Y Eris, la diosa de la discordia, a quien nadie había invitado, se presentó un día en un banquete al que asistían Atena, Afrodita y Hera, y arrojó sobre la mesa una manzana con una inscripción: "Para la más hermosa". El altercado que ocasionó la posesión de aquella manzana fue el origen nada menos que de la Guerra de Troya.

Además, ¿quién no ha oído hablar de la famosa anécdota de sir Isaac Newton, que supuestamente descubrió la ley de la gravedad viendo caer al suelo una manzana?

Una variedad que me inspira gran ternura es la llamada Granny Smith. Es decir, 'abuelita Smith': la anciana que sembró accidentalmente esa variedad de manzana en el continente australiano.

Hay también dos tipos de ciruela con resonancias exóticas: Corazón de Elefante (Elephant Heart), y El Dorado. Sólo por el nombre, apetece comérselas.

¿Y el chocolate? El chocolate tiene variedades con fuerte sabor americano: Forastero, Criollo, Trinitero (de la isla de Trinidad, no de los padres trinitarios).

Algunas especies vegetales tardaron en ser aceptadas, ya que la población las asociaba a la brujería. El Papa Vicente III estuvo a punto de prohibir el consumo de café, del que le habían hablado como la 'bebida del diablo'. Por suerte, antes de proscribir su consumo... lo probó.

En la clasificación taxonómica, el tomate se denomina Solanum lycopersicum, y no es casual. En latín, lycopersicum significa 'melocotón de lobo', y es que el tomate fue considerado venenoso durante mucho tiempo. Hasta que -cuenta la leyenda-, harto de supercherías, el coronel Robert Gibbon Johnson declaró públicamente un día que, a las doce del mediodía del 26 de septiembre de 1820, se comería una cesta de tomates en una plaza pública de Boston. La multitud acudió en masa al acontecimiento. Pero, para chasco de los más morbosos, el coronel se comió los tomates, se relamió ostensiblemente, y se marchó a su casa por su propio pie.

La leyenda del tomate se debe, sin duda, al parecido de esa planta con la alucinógena belladona. Cuya infusión, por cierto, se aplicaban las damas a los ojos durante la Edad Media para agrandar sus pupilas, y así parecer más hermosas.

En otras palabras: para convertirse en una... 'bella donna'.

Y por si alguien desea más información sobre las frutas y otros vegetales comestibles, he abierto un un blog específicamente dedicado a este tema.

domingo, 28 de octubre de 2007

Albert Boadella

Acabo de terminar el último libro de Albert Boadella: "Adiós Cataluña". Lo he leído casi de un tirón, robándole tiempo al sueño dos noches seguidas. Yo viví doce años en Barcelona, donde asistí al ascenso del nacionalismo catalán, y sé perfectamente de qué habla Albert.

Si para mí fue duro, imagino que para él ha sido y es mucho más duro todavía, porque, a diferencia de mí, él es catalán. Aunque yo hablo con soltura el valenciano, una lengua muy similar al catalán, en Barcelona siempre me resistí a emplearla. No me gustan las imposiciones. Cada vez que alguien se empeñaba en hablarme en catalán sin saber si yo era capaz de entenderle, yo respondía en inglés o, si existía alguna remota posibilidad de que en inglés me entendiera, en alemán.

He disfrutado horrores leyendo las réplicas de Albert a los ataques nacionalistas: desde orinar sobre ellos, aprovechando una escena propicia en el escenario, hasta enviar un fax con el membrete de un lupanar imaginario (naturalmente, en la calle Tusquets) para reclamar una supuesta deuda y quejarse de las perversiones sexuales de su cliente (por ejemplo, practicar la lluvia dorada cantando Els segadors).

Quería extenderme más sobre ese libro, pero he preferido reproducir aquí un texto que envié a un grupo de noticias de Internet cuando a Albert le adjudicaron el premio Boira del Ayuntamiento de Bellpuig.

Vaya con este texto mi más empática admiración a este genial artista español.

"¡Hola! Soy el Ayuntamiento de Bellpuig. No estoy muy locuaz esta tarde, porque tengo un pilar en la planta baja que necesita reparaciones. Pero no me resisto a haceros algunas confidencias. Hechos misteriosos, incomprensibles para mí, que nunca he sido un ser humano, sino simplemente un humilde edificio. Por ejemplo, ¿por qué mis concejales se miran tanto al espejo? Os diré la verdad: casi no hacen otra cosa. ¿Y por qué el alcalde se mirará tanto el ombligo? Para saber cómo es ¿acaso no basta con mirárselo una vez?

Personalmente, echo en falta un poco de diversidad. Ah, tiempos aquellos en que los Austrias nos enviaban apuestos militares flamencos, o en que los condes de Cardona libraban batallas en el norte de Africa, en Nápoles y en Sicilia. Veía yo por entonces subir y bajar mis escaleras a árabes con vistosos turbantes, nobles damas andaluzas (de la estirpe de los Fernández de Córdoba, nada menos), e italianos vivaces y elegantes hablando aquella lengua suya musical y armoniosa, tan diferente de estos chasquidos guturales que resuenan últimamente en mis salas y salones, y que me tienen sobrecogido.

Pero los Fernández de Córdoba se marcharon, aburridos de este provincianismo y falta de lustre. Ultimamente, la verdad, aquí no se habla más que de calçotadas, caracoles, gigantes, cabezudos y procesiones. Un muermo, qué quereis que os diga. La unica novedad amena de los últimos tiempos han sido, eso sí, los premios Lucero y Niebla. Los nombro en español, porque así su sonido me recuerda la mágica poesia del insuperable don Luis de Góngora y Argote, aquel poeta andaluz de la sensualidad en estado puro.

En catalán, en cambio, esos dos nombres me sugieren simplemente un club de excursionistas de la Seo de Urgel. No son unos premios muy conocidos, no vayáis a creer. Apenas merecen unas líneas en una página escondida de esos diarios catalanes que se miran el ombligo tanto como mi alcalde (es decir, todos), y menos líneas incluso en los diarios del 'extranjero' (así lo llaman aqui: me refiero a España, ese fántastico país lleno de diversidad y de paisajes cuyos habitantes pronto serán todos tan aburridos como los de Bellpuig).

Pero el otro día se lió. Resulta que le quisieron conceder el premio Niebla a Albert Boadella, alegando que se odia a sí mismo. Bueno, ellos dicen que odia a los catalanes, pero como él es catalan, eso querrá decir que se odia a sí mismo, digo yo. Lo cual es absurdo. Pero aquí, últimamente, casi todo es absurdo. Problema de espejos y de ombligos.

¿No os suena el nombre de Boadella? Sí, hombre (o mujer), sí. Albert es ese insigne catalán que hacía teatro ya en los 70 y que fue perseguido por la dictadura del general Franco. Incluso (mientras aquí, en Bellpuig, concejales, alcaldes y bastante más de un paisano eran todos más franquistas que Franco) Albert fue detenido por la policía política del régimen, aunque consiguió escapar y huyó a Francia. Donde vivió algún tiempo en el exilio, hasta que la aministía de la Transicion limpió por fin su expediente de polvo y paja (él le sacaría punta a esta frase hecha, seguro).

Ah, eran otros tiempos. De Barcelona me llegaban entonces siempre noticias estimulantes: teatro, pintura, música, bilingüismo, rebeldía, imaginación, coexistencia, creatividad. No como ahora, que todo es de diseño y está subvencionado. En fin, a lo que iba: el caso es que Albert se enfadó mucho, porque ya está hasta las gónadas de que los del ombligo le digan que se odia a sí mismo. Y, claro, envió una contestación al Señor Alcalde, diciéndole todo lo que pensaba. Verdades como puños. Si lo sabrá él, que es más catalán y más universal que todos ellos juntos. Y eso sí que salió en los papeles, claro.

Ya se sabe, la polémica gusta. En fin, os dejo por el momento, que va a empezar un pleno aquí dentro y yo, como siempre, aprovecharé para echar una cabezadita. Recuerdos a todos y a todas, incluidas por supuesto las catalanas mandonas, que he oído decir que tenéis alguna por ahí. Pillines...

Salut."

jueves, 25 de octubre de 2007

Hablar más fuerte

¿Tiene más razón quien habla más alto? A veces, parece que sí.

El domingo pasado consulté las previsiones meteorológicas para toda la semana. Las temperaturas iban a bajar sustancialmente el miércoles. Sólo un día después, las previsiones para el miércoles se habían aplazado al jueves. Hoy es jueves, y la temperatura sigue siendo primaveral. Pero eso no es todo. El martes y el miércoles iba a lloviznar solamente, y en la realidad cayeron sendas trombas de agua que duraron la mitad del día.

La conclusión no es nueva para nadie: los meteorólogos se equivocan muy a menudo. A menos, naturalmente, que predigan 'nubes y claros', que es la manera más obvia de acertar siempre.

Sin embargo, una inmensa mayoría de la población mundial cree en las predicciones de cambio climático. No sabemos con exactitud el tiempo que hará pasado mañana, pero aceptamos sin rechistar que la temperatura del planeta aumentará en no sé cuántos grados de aquí a cien años.

¿Podríamos estar siendo víctimas de un nuevo 'síndrome Galileo'? Podríamos. Pongamos un ejemplo más manejable: la Bolsa. ¿El hecho de que el Dow Jones suba durante varios meses seguidos significa que dentro de dos años estará por las nubes? Pocos en su sano juicio lo pensarán así. La Bolsa sube... y baja. El clima, igual que la Bolsa, fluctúa, pero su tendencia a largo plazo es muy difícil de predecir.

¿Cómo hacen los climatólogos para vaticinarnos esta subida de la temperatura mundial? De manera parecida a como hacen los inversores profesionales para predecir el comportamiento de la Bolsa. Le explican a una computadora cómo se ha comportado el clima en los últimos tiempos y le dicen: saca tus conclusiones. Pero ¿cuántos datos hay que darle a una computadora para que se haga una idea de cómo ha evolucionado el clima mundial?

Para empezar, habría que darle unos datos que no tenemos. Un modelo informático del clima mundial necesitaría millones de parámetros obtenidos de millones de mediciones del océano, de la tierra firme, de la atmósfera, de la troposfera, de la capa de ozono, de las nubes, de la nieve, de la orografía, y hasta del Sol. A lo largo y ancho de todo el planeta, en altura y en profundidad, y durante miles -a ser posible, decenas de miles- de años.

Los climatólogos tendrían que adivinar también qué tipos de noticias darán los periódicos en los próximos cien o doscientos años. ¿Se acabará el petróleo pronto? ¿Habrá crisis económicas o guerras o períodos de auge económico que afecten al consumo de energía de la población mundial? ¿Se descubrirán tecnologías que aumenten o reduzcan las emisiones de gases industriales? ¿Se regenerarán más bosques de los que se destruirán? ¿Cuántos? ¿Crecerá la población? ¿En cuántos millones? ¿Habrá nuevas enfermedades, se curarán las que ahora padecemos?

Frente a estos colosales requerimientos, ¿qué tenemos? Los registros de temperatura sistemáticos más antiguos datan de finales del siglo XIX aproximadamente, y eso tan sólo en unas pocas ciudades del mundo: París, Londres, Nueva York. Y en aquella época los instrumentos de medición no eran tan precisos como los actuales. ¿Y del resto del planeta? Prácticamente ningún dato hasta hace menos de cincuenta años, en que se lanzaron los primeros satélites meteorológicos. Todavía hoy es difícil saber con precisión cuál es la humedad relativa en más de una capital de un país africano, por poner un ejemplo.

Adivino cuál va a ser vuestro próximo argumento: 'Pero toda esta polución que estamos enviando a la atmósfera influirá de alguna manera en el clima, ¿no?'

La respuesta a esta pregunta no está necesariamente al alcance de la ciencia actual. La radiación que recibimos del Sol es absorbida y reflejada también por las nubes, los océanos, los lagos, el aire, los valles y montañas, las ciudades, los hielos, etc. en muy distinta medida, y un balance exacto de todos esos procesos está muy lejos del alcance de nuestras posibilidades.

Sólo nos queda, pues, un argumento: 'Sí, pero se ha demostrado que el aumento de temperatura y de CO2 han ido a la par desde que tenemos constancia'.

Esta afirmación no es exactamente exacta. En los años 40 a 70, en que el desarrollo industrial fue espectacular debido a la Guerra Mundial y a la posterior reconstrucción industrial, el CO2 aumentó, pero la temperatura, en cambio, descendió. Pero, aunque no hubiera sido así, el CO2 y las temperaturas no van exactamente a la par. Si analizamos detalladamente las gráficas, veremos que el aumento de temperatura precede siempre al aumento de CO2 en un puñado de años. Las gráficas pueden utilizarse con intención publicitaria, pero son productos científicos.

Parece más verosímil que hayan sido las fluctuaciones de la radiación solar las que han causado las variaciones de la temperatura global, y que éstas hayan causado las variaciones de CO2 en la atmósfera. Y no al revés.

Pero, a veces, el que más fuerte habla es el que más se hace oír. Y, una vez echadas a rodar, las bolas de nieve son muy difíciles de detener.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Leer

LEER

A veces, leer induce a la melancolía.


Discurría un arroyo verde por la angostura del valle.
Se ocultaba el poniente tras una gran nube amurallada, silueteada de fulgores bíblicos
y yo, casi sumergido en la penumbra de la noche,
pensaba en el acto de leer.

A veces, una página nos exalta, un capítulo nos hace contener el aliento.
Aquella tarde, alguien que viajaba en automóvil
experimentaba deseos de estar triste,
se supo aliviado por la nostalgia de un pasado joven, fallido y hermoso.
Las lomas, los bosques, los valles se prolongaban en sí mismos.

Los molinos o los gigantes. Dulcinea o Aldonza.
Ese impulso de leer, de multiplicar el mundo.
Ah, la velocidad del aire cuando se está en movimiento.
Fabricar un rojo intenso con cromo y con mercurio.
Pensar que es un criminal quien corta en dos a un centauro.

Pero la libertad también es ir de la Tierra a la Luna,
salir en busca de Molloy, ver descender a Icaro,
ser un ser montañoso que ama a Galatea,
disgregar en Justina pedazos de sí mismo;
atarse, sordo, a un mástil y mirar el azul.

Aunque yo, aquella tarde, mientras caían las sombras,
no soñaba con ascensiones del alma, ni con el baño de Arquímedes;
no adoré a Melibea, ni evocaba a los grandes califas.
Sólo pensaba y pensaba en cómo expresar, de la mejor manera posible,
que, a veces, leer induce a la melancolía.

Era de noche. El automóvil se detuvo en un pueblecito del Tirol.

Un texto de Lacan

"Hay que concebir el resto de la operación en que el sujeto se estabiliza como cociente establecido entre el deseo que lo ha engendrado y el yo que él ha creído ser.

A partir de un tal resto puede esclarecerse lo que se pone en juego de aquello que constituye un acto: a saber, aquello en que el sujeto se realiza por lo que es, de su estructura: una pérdida."

Nostradamus no lo habría hecho mejor. Lacan creó toda una escuela de psicoanalistas, de pensadores y hasta de admiradores. ¿Alguien es capaz de adivinar por qué? ¿Existe un límite a lo que podemos considerar como pensamiento serio? La poesía dadá, o el stream of consciousness de Joyce, eran sólo un poco más confusos, pero eran literatura. Lo sorprendente es que alguien, alguna vez, haya llegado a tomar en serio a Lacan. Y a muchos otros como él.

Althusser, Sartre, Adorno, Lucaks... La lista es larga. Compárense con sus brillantes antecesores Spinoza, Staël, Voltaire, Erasmus, Diderot. ¿A alguien le sorprende que Europa haya sido cuna de dos guerras mundiales en un solo siglo?

Creo que Europa necesita descender a tierra. Pero cuidado: si antes de aterrizar no abre los ojos, podría morder el polvo.

lunes, 22 de octubre de 2007

El tamaño

Pues no. Para según qué cosas, el tamaño no es realmente importante.

Por ejemplo, para expresarnos los seres humanos. Desde el manuscrito original de 'Salo, ou les 120 jours de Sodome', que el marqués de Sade escribió durante su cautiverio en una única tira de papel de escasos milímetros de anchura, hasta las pirámides de Egipto, la escala de las producciones humanas no parece tener límites.

Siempre me he preguntado cómo es que hay artesanos que ganan dinero inscribiendo el nombre de uno en un grano de arroz. Y, en el otro extremo, qué combinación de fe y de sed impulsó a los habitantes de Nazca a trazar aquellas portentosas figuras que aún hoy, dos mil años después, podemos contemplar (desde un aeroplano).



¿Materiales? ¿Tamaños? Sírvase usted mismo. Barcos encapsulados en botellas, códices en miniatura, camisetas serigrafiadas, rótulos luminosos, joyas, palimpsestos, exhibiciones aéreas, grafitti arañados en las ventanillas del autobús, tatuajes, aleluyas de ciego, señales de humo, fuegos de artificio, mapas, tartas de cumpleaños, la piedra de Rosetta, los frescos de la Capilla Sixtina, las esculturas de Mount Rushmore, las famosas letras de Hollywood o el Coloso de Rodas. Desde el recuerdo más íntimo hasta el más desaforado afán de grandeza, los símbolos humanos pueden adoptar cualquier escala viable, y no hace muchos años todavía ciertos astrónomos creían discernir en el planeta Marte una red de canales creados por extraterrestres.

Es decir, el ser humano no sólo representa: también interpreta. Vemos animales, rostros o sombreros en las nubes, espíritus en los aullidos del viento, signos en las constelaciones, virtudes mágicas en raíces, amuletos o colores, OVNIs, yetis, vírgenes y señales de tráfico. Y, para bien o para mal, les asignamos un significado.

El ser humano es, antes que ninguna otra cosa, una máquina de símbolos. O tal vez es que necesita de símbolos para poder escoger entre dos montones de forrraje exactamente iguales.

Como el famoso asno de Buridan.

Que, por no poder escoger, murió de hambre.

viernes, 19 de octubre de 2007

Fogonazos

Si Google tuviera conciencia, no sería muy distinta de la nuestra, o de la de nuestro gato. Cada búsqueda individual sería en la mente de Google una pequeña llamada de atención, pero sólo las búsquedas masivas atraerían realmente su interés.

Por ejemplo. En un canal de televisión de gran audiencia, el presentador formula una pregunta a un concursante: "¿En qué año nació Napoleón Bonaparte? Inmediatamente, varios millares de teclados se ponen furiosamente a escribir y, en miles de pantallas, en el campo de búsqueda de Google aparece la palabra "Napoleón".

Naturalmente, la conciencia hipotética de Google no le puede prestar la misma atención a esa oleada de Napoleones que a aquel tímido "anatomía de la sardina" que un solitario estudiante de piscicultura le acaba de solicitar porque se le ha estropeado el televisor.

A nosotros nos sucede algo parecido. De todos los millones de estímulos que bombardean constantemente nuestros sentidos, sólo unos cuantos, los más poderosos, triunfan en nuestra conciencia. En parte, claro, por ahorrar esfuerzo: es mucho más descansado ocuparse únicamente de los sucesos más imprevisibles. ¿Es éste tal vez el origen de la mentalidad conservadora?

Pero, además de inmutarse cuando la edad de Napoleón puede reportar una fortuna fabulosa a Cuquita López, las estadísticas de Google pueden señalarnos, sobre un mapamundi, en qué lugares del mundo la población ha sentido más curiosidad por el motor de explosión, o por el tikka masala.

Según Google Trends, por ejemplo, los países más buscadores de la palabra 'amor' son, en primer lugar, Filipinas, y a continuación Australia y Estados Unidos. ¿Cabe extraer alguna conclusión? Caber, cabe. Pero a mí no se me ocurre ninguna.

La palabra 'sexo', en cambio, ha sido más buscada en Egipto, India y Turquía. Este dato quizá no es tan sorprendente, ¿verdad? Pero el deseo no siempre marcha a la par de la realidad, y las búsquedas de 'Viagra' provienen principalmente de Italia, Reino Unido y Alemania: el cinturón (¿de castidad?) de Europa.

Hay también algunas sorpresas. Después de Alemania, el país donde más han buscado la palabra 'Hitler' ha sido... México. En cambio, 'nazi' ha sido especialmente solicitada en Chile, Australia y Reino Unido.

Chile tiene también otros récords: ha sido el país que más se ha interesado por la palabra 'gay', y el segundo del mundo más interesado en 'homosexual'. Seguido por México, Colombia y Venezuela. Pero superado por Filipinas. Decididamente, en Filipinas van a por todas.

¿Qué países desean mayor información sobre la palabra 'jihad'? No nos sorprenderá mucho: Marruecos, Indonesia y Pakistán.

Y, por último, un dato anecdótico, pero previsible. ¿Qué habitantes del planeta han tecleado más veces en Google la palabra 'resaca'?

¿Alguien tenía duda? Los habitantes de Irlanda, naturalmente.

miércoles, 17 de octubre de 2007

¡Escuchado cocina!

No sólo nadie parece tener necesidad de distinguir entre pelo y cabello, sino que tampoco está muy claro si diferencian entre oír y escuchar, o entre ver y mirar.

El verbo oír está pasado de moda. Descuelgas un día el teléfono, y resulta que se oye fatal. Entonces, desde el otro extremo de la línea una voz te grita: '¿Me escuchas?'

Pregunta absurda. Se supone que escucho, ya que he descolgado. Lo que no está tan claro es si oigo.

A veces, un periodista nos da una noticia diciendo que 'a las 5 de la mañana se escuchó una explosión'. ¿Cómo puede uno escuchar una explosión?

Pero lo más curioso es que en España nadie me da la impresión de escuchar nunca. La música de los lugares públicos está ahí únicamente para que todos hablen a gritos. Y en las conversaciones, el interlocutor simplemente aguarda a que uno termine para tomar la palabra.

Y, tal vez, escucharse a sí mismo. Que es, probablemente, de lo que se trata.

Pero, ¿y la televisión? En los comienzos del cuaternario, cuando existía el cine pero no la televisión, es lógico que los espectadores pensaran que 'veían' las películas, y no que las 'miraban'. Al fin y al cabo, la sala estaba oscura, y no había ningún otro sitio a donde mirar.

Pero lo de 'ver la tele' ya es otra cosa. Para empezar, en una habitación uno generalmente puede escoger. Puede escoger entre un libro, un jarrón, una charla, una comida, un café, una reflexión, una sinfonía, o incluso un revolcón. Puede que vea la tele, pero eso no significa que la esté mirando.

Yo, la verdad, si alguna vez me hacen esa pregunta inevitable, me suelo alarmar muchísimo:

-¿Viste la tele anoche?
-No. ¿Por qué? ¿Es que alguien se la ha llevado?

Soy tonto. Siempre albergo la esperanza de que alguien realmente se la haya llevado.

Una lengua de medio pelo

No sé por qué en lenguaje coloquial nadie usa la palabra 'cabello'. Se me ocurre que, desde aquellos tiempos lejanos en que los caballeros tapaban sus cuerpos con armaduras y en que la longitud de las faldas de las señoras les ahorraba depilarse, nos hemos acostumbrado a decir simplemente 'pelo', sea cual sea su ubicación anatómica.

No sé qué tienen los españoles contra el cabello. O, por el contrario, qué extraña fijación tienen con el pelo. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua señala nada menos que 19 acepciones distintas de esta palabra, y 82 frases hechas que la contienen.

Pero lo peor, para mí, son las contradicciones. Si una idea nos viene al pelo, se supone que es una idea estupenda. Pero si aprovechamos la circunstancia para agarrarla y traerla por los pelos, entonces se convierte en un disparate.

Siempre me han impresionado esos valientes que no tienen pelos en la lengua. Pero es que... ¿hay alguien que los tenga?

Otra paradoja: todos esos atrevidos que se cortan el pelo y que, sin embargo, no se cortan ni un pelo.

No os lo toméis a broma: un solo pelo puede tener consecuencias tremendas. Por ejemplo, cuando uno llega tarde a una cita simplemente por un pelo, o cuando nos parece que la sopa está un pelín caliente y nos quemamos la lengua (con o sin pelos).

¿Alguien ha visto alguna vez correr a un pelo? Entonces, ¿por qué decimos a veces que no corre un pelo de aire?

Si un buen día nos soltamos el pelo y, tal vez, nos pasamos un pelo, probablemente alguien nos dirá que se nos va a caer el pelo. Claro que, si uno ya es calvo, tal vez prefiera que le digan que le van a dar para el pelo.

Si tengo miedo, se me ponen los pelos de punta. Ellos solitos. Pero, si estoy rabioso, me tengo que tirar yo mismo de los pelos. Todo esto es... descabellado.

Y, lo peor de todo: nunca he sabido por qué a la ocasión la pintan calva. ¿No será que algún gamberro le ha tomado inmisericordemente el pelo?

martes, 16 de octubre de 2007

Lee Smolin

Estaba uno acostumbrado al racionalismo, y parecía descabellado imaginar siquiera que las ciencias retornarían un día a la metafísica.

Pero eso es lo que parece estar sucediendo. Al menos, en física.

En 'The Trouble with Physics', Lee Smolin (Mariner Books, 2007) nos explica lo que está sucediendo. La historia de la física contemporánea ha sido la historia de la unificación de los fenómenos de la naturaleza. Primero, James Clerk Maxwell unificó en un puñado de ecuaciones la electricidad y el magnetismo.

Sí. La electricidad y el magnetismo son una misma cosa, sólo que se manifiestan de maneras distintas. Las ecuaciones de Maxwell fueron el gusanillo que incitó a otros físicos a seguir por ese camino. Y el camino fue fructífero.

Muchos años después, Abdus Salam, Steven Weinberg y Sheldon Glashow unificaron el electromagnetismo y la fuerza débil. La fuerza débil es la causante de la desintegración de los átomos radiactivos. Cuando la energía es muchísimo más alta que la que invierte nuestro frigorífico en enfriar nuestra tarta de cumpleaños, la electricidad, el magnetismo y esa fuerza débil son una misma cosa.

En 1921, Kaluza y Klein descubrieron, casi al mismo tiempo, que el electromagnetismo podía explicarse mediante la fuerza gravitatoria. Pero, para eso, tenemos que suponer que el espacio tiene cuatro dimensiones, una de las cuales está tan curvada que no la alcanzamos a percibir.

Y cincuenta años después se observó que, si asignamos a las partículas elementales una 'tensión' semejante a la de las cuerdas de una guitarra, para cada 'nota musical' de la naturaleza existe un tipo de partícula diferente.

Ahí empezó todo. Esas 'cuerdas' hipotéticas, si realmente existen, son de un tamaño tan pequeño que nuestros instrumentos no pueden percibirlo. Es decir, no podemos verificar experimentalmente la teoría de cuerdas.

Así llevamos ya 30 años. Las teorías de cuerdas más modernas implican que nuestro espacio tiene, además de las tres dimensiones que ya conocemos, otras siete, o tal vez ocho, o incluso más, tan pequeñas y curvas que no podemos saber si existen.

La idea guía de todo esto es que, al nacer el Universo, su temperatura era tan alta que todas las fuerzas de la naturaleza se confundían en una sola. Al ir expandiéndose (y, por lo tanto, enfriándose) el Universo, de esa fuerza única se desgajaron la fuerza gravitatoria, primero, y las fuerzas electromagnética y débil, mucho después. Por eso, para verificar experimentalmente cualquier teoría de unificación en un laboratorio tendríamos que ser capaces de generar tanta energía como para crear otro Universo.

Tal vez por eso la física teórica lleva estancada mucho más tiempo que nunca antes desde los tiempos de Newton. La física de hoy es, a todos los efectos, metafísica.

Bienvenido otra vez a casa, Nostradamus.

domingo, 14 de octubre de 2007

Mauricio

Ya he hablado de Mauricio en el podcast, en alguna ocasión. Para los entendidos, no hace falta añadir ningún apellido. Él es Mauricio Sotelo, naturalmente. Entre los entendidos incluyo también a una gran parte del universo del cante jondo, donde él es conocido y querido.

http://www.mauriciosotelo.com/music.html

La música que hace Mauricio no es una fusión. Sus ideas son demasiado originales para encajar en género alguno. El flamenco no es para él un compañero de viaje: es una raíz viva, una más, que alimenta su música y que la mantiene en contacto con la realidad.

Tal vez el problema de los artistas contemporáneos es el haber perdido en mayor o menor grado el contacto con la realidad. Desde sus torres de marfil, el arte se divisa simplemente como una abstracción, como un coqueteo con símbolos y arcanos, más parecido a un código da Vinci que a una puesta de sol en Arlès.

Y, hablando de Arlès. Muchos de vosotros sabéis que van Gogh convivió algún tiempo con Gauguin en aquel pequeño pueblo del sur de Francia. En cierto modo, aquella convivencia frustrada de dos locos geniales representaba la coexistencia imposible de dos actitudes ante la vida. Y de dos corrientes artísticas.

Van Gogh rompió una barrera cuando dejó que sus emociones colorearan la realidad que él reflejaba en sus cuadros. En toda Europa, un bulldozer despiadado se había puesto a derribar barreras: todas aquellas barreras que hasta entonces habían constreñido la creación artística. Gauguin intuyó, tal vez, que aquel bulldozer no tenía más remedio que arrasar el paisaje para abrir nuevos caminos. Y huyó.

Y en la Polinesia encontró un manantial de inspiración puro. El retorno a los orígenes.

Van Gogh y Gauguin se separaron, evidentemente, porque se llevaban fatal. Pero, en la historia del Arte, los van Goghs y los Gauguins tampoco son capaces de coexistir en una misma era. Están condenados a turnarse eternamente, en un ciclo perpetuo de destrucción, creación, y retorno a los orígenes.

Como la vida misma.

lunes, 8 de octubre de 2007

El atractivo de ellas

Por fin alguien ha cuantificado el atractivo de las mujeres. En función del ciclo menstrual. ¿Cuantificado?, se extrañará usted. Pues sí, aunque parezca difícil. Leí hace algún tiempo en Science que las bailarinas de los clubs de alterne ganan más o menos dinero según la fase de su ciclo hormonal. Resulta que durante la ovulación esas señoritas ganan el doble que durante la menstruación. Ah, y las que toman píldoras anticonceptivas ganan lo mismo durante todo el ciclo: siempre menos que las que no las toman.

 El alcance de un descubrimiento así es enorme. ¿Será posible entonces que las hormonas modulen, o incluso decidan a veces, los caminos de la Historia? ¿La historia del Imperio romano estuvo condicionada por el nivel de estrógenos en la sangre de Cleopatra? Puede. Y eso, sin contar con otro factor posiblemente más influyente todavía: la testosterona.

¿Qué señales imperceptibles impelen a esos trasnochadores de los clubs nocturnos de Nuevo Méjico a deslizar más billetes en el top-less de las bailarinas cuando estas son fértiles? ¿Olores que acceden al cerebro sin pasar por la conciencia? Podría ser un buen punto de partida para delimitar las fronteras de nuestra consciencia. ¿Cuántas moléculas de hormonas por milímetro cúbico son necesarias para que nos demos cuenta de que esos efluvios femeninos son irresistibles?

¿O acaso esas hormonas inducen cambios sutiles en la manera de moverse? Por ejemplo, haciendo que las chicas pierdan esas inhibiciones que les impiden creerse lo que están haciendo. ¿Es posible que en el interior del cuerpo humano se libre una batalla permanente entre las hormonas y las convenciones sociales?

Parece un terreno de investigación interesante. Se podría estudiar, por ejemplo, la frecuencia y la severidad de los trastornos neuróticos en las sociedades en que el lenguaje corporal es más exuberante, y comparar los resultados con los de las sociedades en que la comunicación es más simbólica.

Para bien o para mal, estamos en el siglo de la comunicación codificada: el siglo digital. Las hormonas, de momento, se libran.

La política española

La política española es un monstruo deforme. Tiene muchas cabezas, todas ellas más o menos grotescas. Tiene rabo de diablo y alas de arcángel. Tiene, como en los viejos tiempos, caciques y comisarios políticos. Tiene populistas, arribistas, oportunistas, iletrados. Y tiene un guión copiado de los libros de historia. España es uno de esos países que tropiezan una y otra vez en la misma piedra.

Recuerdo unas cuantas novelas que me apasionaron, y que retratan con sorprendente similitud, creo yo, lo que está ocurriendo ahora en España. "César o nada", de Pío Baroja (me cuesta trabajo no escribir "don Pío Baroja") es una de ellas. Es la historia de un ascenso diseñado, a través de las aguas del poder político de la Primera República. Allí están todos los ingredientes: conspiraciones, intercambio de favores, amiguismos, corporativismo, y el desprecio más absoluto por la voluntad popular.

"¡Viva mi dueño!", de Ramón del Valle Inclán, es más bien una caricatura. O tal vez es que la realidad misma era una caricatura. En cualquier caso, Valle supo reflejar con vívido pincel impresionista la realidad de aquella España. Valle Inclán era, para mí, un escritor genial. Dominaba con la misma maestría el lenguaje de los truhanes de los bajos fondos que el de las clases empingorotadas.

Y la primera novela de Pérez Galdós, "La fontana de oro", que es, para mí también, la más apasionante. La literatura española, a diferencia de los quesos franceses, no ha sabido traspasar sus propias fronteras. Calderón de la Barca y Pérez Galdós son dos buenos ejemplos. Calderón no tiene nada que envidiar a Shakespeare, y P. Galdós, a Balzac o a Dickens. Pero ahí están: en las colecciones de bolsillo publicadas para los estudiantes de bachillerato.

Bachillerato que, por cierto, ahora todos en España llaman "bachiller". No por mor de brevedad, sino por lacra de ignorancia.

El blog de Laura García

He escrito Laura, por respeto. Pero para mí, ella siempre será Laurita. Diminutivo cariñoso.

http://clar-let.blogspot.com/

Conocí a Laurita hace unos cuantos años, por vía virtual. Ella se había encontrado por casualidad con mi antigua revista Leo, y me había escrito. Laura García es una apasionada de la literatura, y su blog es el mejor que he conocido en la Web. Os lo recomiendo. En él podréis leer entrevistas a escritores de actualidad, artículos de crítica literaria, y hasta poemas y textos inéditos... algunos de ellos, del mismísimo Ricky Mango (con un pseudónimo diferente).

Además... no se lo digáis a nadie, pero Laura es también escritora. Amigos Flaubert y Dickens: ¡temblad!

El podcast de Ricky Mango

La primera entrada de este diario tiene que estar dedicada, naturalmente, al podcast que lleva este mismo nombre: Ricky Mango.

http://rickymango.podomatic.com/

Naturalmente, Rick no es un nombre real. Ni siquiera es un pseudónimo. Es, más bien, una idea.

No es tampoco una idea muy concreta, no creáis. A veces (casi siempre), la confusión es condición necesaria para la creación. Me propongo que este blog sea testigo directo de esa confusión y, espero, del alumbramiento final de la criatura que con sus nutrientes se forme.

Lo que está claro es una cosa: al contrario que en la política, en esto de la creación y de la libertad, el que no se mueva no se entera de nada... aunque salga en la foto.

Que Odiseo me guíe por estos procelosos mares.

 
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