sábado, 9 de mayo de 2020

La espiral - 8

(Comienzo)

Abrí los ojos. Aquella cama no era la mía. Las rendijas de luz de la persiana entrecerrada me sobresaltaron, pero me tranquilicé en seguida. No, aquellas rayas no eran los barrotes de una celda. Palpé las sábanas a mi alrededor. Rosario ya se había levantado. La oí canturrear en la lejanía de la cocina.

Traté de hacer memoria. Recordaba haber bajado por aquellas escaleras de la mano de Rosario y, al salir por la puerta principal, aquel ronquido de despedida de Severo Smith, que los dioses habían querido que siguiera siendo mi cliente. Miré mi reloj. Era tardísimo. Considerando mi estado físico y los gorjeos de Rosario en la cocina, deduje que la noche anterior había sido movidita. Me levanté y, bostezando, sin levantar siquiera la persiana, me fui directo a la ducha.

Cuando aparecí en la cocina, sin afeitar pero oliendo a un desodorante poco indicado para cazadores de osos, Rosario vino hasta mí, feliz, y me besó en los labios.

"Acabo de desayunar. ¿Quieres un zumo de naranja?", preguntó.

"Hum. Preferiría un whisky, si no te importa"

Desapareció en el salón y regresó al poco rato con una botella y un vaso alto. Caminaba de un lado a otro como si flotase. Mientras sacaba unos cubitos de hielo del frigorífico, yo me serví una ración generosa. Poco a poco, los recuerdos retornaban a mi memoria.

"Así que Belinda deja grogui a su marido con jarabe para la tos", dije. "Y luego se va de juerga con su Andy"

"¿Tú crees que eso era jarabe para la tos?"

"No lo sé, pero ya lo averiguaré. Ahora, lo primero es fotografiar a los dos tortolitos. Y me parece que eso va a ocurrir esta misma noche"

"Esta noche yo trabajo, amor"

"Yo también", repliqué.

Con movimientos coquetos, se acercó a mí y besuqueó varias veces mi cuello, justo debajo de mi oreja.

"¿Es que no me vas a necesitar? ¿Nunca?"

Era una trampa, claro. La típica trampa femenina. Un no habría significado un rechazo, y un sí habría sido un cheque en blanco, canjeable por una eternidad de macarrones y marejadas de somier. El infierno con sonrisa de ángel. Pero yo no podía permitirme perder a aquella fuente de información. Calculé que la cuerda floja resistiría bajo mis pies.

"Ya te necesito, cielo", susurré, apartando suavemente de su cara un mechón de su cabello. Apenas había terminado de decirlo cuando sentí su mano tratando de desabrochar la hebilla de mi cinturón. Aquella mujer era insaciable.

"Anoche estuviste muy bien", mimoseó. "¿Sabes? Me quedan todavía dos horas para empezar el turno"

"Me muero de ganas", respondí. Pero no dije de qué. "Sólo que tengo otro caso entre manos, y se me está haciendo tarde"

"¿Otro caso?", se extrañó. "No me habías dicho nada"

"Es confidencial, cariño. Un paralítico que quiere cobrar un seguro de invalidez. Me sacaría ventaja en los cien metros lisos. Sale a caminar a estas horas, con una barba postiza".

Me miró, sorprendida.

Dejé caer los brazos, con un gesto de impotencia.

"Lo siento, no te puedo dar más detalles"

Antes de que pudiera reaccionar, apuré mi whisky, le di un beso en los labios y me marché.

(Siguiente)

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

 
Turbo Tagger