lunes, 4 de mayo de 2020

La espiral - 6

(Comienzo)

Rosario había empezado a desvestirse cuando la luz de la ventana se apagó.

"Espera, espera un momento", la interrumpí con un suspiro de alivio.

La calle entera estaba sumida en la oscuridad. Obedeciendo a las ráfagas del viento, la sombra difusa del tamarindo enturbiaba inquietantemente el resplandor lejano que venía de la ciudad. Rosario, intrigada, me miró.

"Parece que se han acostado", dije.

"Pues vámonos a casa nosotros también. ¿O prefieres que...?", cuchicheó junto a mi oído, desabrochando uno de los botones de mi camisa.

"Vamos a esperar un poco todavía", propuse nerviosamente, tratando de ganar tiempo. "Ya te dije que había detectado movimientos sospechosos"

Reaccionó como yo esperaba. Se ajustó la cremallera de la falda, que había dejado a medio bajar, se puso de nuevo la blusa y escrutó afanosamente los alrededores como un perro de caza.

Mi mente trabajaba febrilmente. No se me ocurría ningún pretexto creíble para escapar de aquella encerrona. Mi cansancio era real, pero yo sabía que, con Rosario entre las sábanas, se me olvidaría rápidamente. Y el dolor de cabeza era un recurso demasiado manido.

"¿Tú crees que...?", empezó a decir, antes de que yo tapara su boca con mi mano. Me había parecido oír algo. Un zumbido monótono, apenas distinguible entre los bufidos del viento.

De pronto, unos faros iluminaron la calzada y un coche de perfil deportivo salió del garaje de Belinda. Giró noventa grados, aceleró nerviosamente, y en pocos segundos desapareció en una bocacalle lejana.

"¡Es ella, y va sola!", exclamó Rosario. "¡Rápido, síguela!"

Pero algo en aquella historia no encajaba. Belinda no podía salir de casa así como así, a aquellas horas de la noche. Yo necesitaba averiguar lo que estaba sucediendo. Abrí la portezuela.

"No", dije. "Voy a investigar"

Salí del coche y me acerqué al porche de la casa. En las ventanas, todas las luces seguían apagadas. Quienquiera que estuviese allá adentro, sólo podía estar durmiendo.

Durmiendo, o...

Sin pensarlo dos veces, me acerqué a la puerta principal y llamé al timbre. Nadie respondió. Insistí varias veces. Empezaba a temerme lo peor.

"¿Tú crees que...", preguntó Rosario.

"No lo sé, pero voy a entrar", respondí. Avancé a tientas bordeando la planta baja. Por aquel lado, todas las ventanas estaban cerradas. Al doblar la primera esquina, sentí de repente en mis mejillas el aire racheado del mar. La  puerta de la cocina estaba también cerrada, pero unos metros más allá se veía un ventanuco alto, que parecía dar a un trastero. Estaba entreabierto.

"Agáchate", le dije a Rosario. Voy a tratar de entrar por ahí. Cuando esté adentro te abro.

Rosario se puso a cuatro patas sobre el césped y me dejó encaramarme a su trasero. Por un instante, se me ocurrió que, al fin y al cabo, tal vez no sería tan fastidioso pasar la noche con ella.

"Vamos, entra ya, que me estás doblando los riñones", suplicó.

El ventanuco no era muy ancho, pero sí lo suficiente para permitirme pasar por él. Cediendo al empuje de mi mano, la hoja abatible terminó de abrirse, y dando un pequeño salto conseguí deslizarme hasta el interior.

Una nube de polvo me dio la bienvenida. Alumbrándome con la pantalla del teléfono, localicé un interruptor junto a la puerta y encendí la luz.

"¡Ábreme!", oí decir a Rosario al otro lado de la pared. Salí a un pasillo oscuro, y medio a tientas llegué hasta la cocina. Esta vez no tuve que buscar ningún interruptor: todas las luces se encendieron solas. Al otro lado de la puerta que daba al exterior, Rosario repiqueteaba con los nudillos. Le abrí.

"El despacho está en la planta alta", dije, indicando el camino. "Junto a los dormitorios"

Antes de subir, exploramos rápidamente la planta baja. Todo parecía estar en orden. En un ángulo del salón, un viejo reloj de pared marcaba los segundos con parsimonia calculada. Junto al aparador del salón, Rosario se agachó y recogió algo del suelo.

"Mira", me dijo. "Una etiqueta de ropa interior. Parece que milady estrena lencería esta noche"

La examiné por los dos lados. La marca no me decía nada, pero yo nunca he sido un experto en esas cosas. Por el nombre, parecía francesa. La leí en voz alta.

"Nada menos", silbó Rosario. "Ya me gustaría a mí"

Me guardé la etiqueta en el bolsillo

"Vamos arriba", dije, y tomé la delantera.

Detrás de mí, los pasos de Rosario retumbaban sordamente sobre los peldaños. Si había algún ocupante en aquella casa, era difícil que estuviera todavía dormido. Con el ruido que estábamos haciendo, tendría que estar ya despierto.

Bueno, despierto o...

(Siguiente)


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