viernes, 10 de abril de 2020

Desventajas de las limusinas

Todos conocemos  el cuento del emperador que creía estar vestido pero iba desnudo... hasta que un niño dio la voz de alarma. Pero, ¿qué ocurriría si el emperador viajase en limusina y sus súbditos sólo pudiesen ver su rostro sonriente y su mano saludando a la multitud?

Día uno. El gobierno chino llega a la conclusión de que en su territorio se está declarando una epidemia que podría ser devastadora para la salud y para la economía del país. Inmediatamente, adoptan medidas de control estricto de la población, secuencian el genoma del nuevo virus y dan aviso a la Organización Mundial de la Salud.

Son dos actos reflejos. Para el gobierno chino, la sociedad es piramidal, y las decisiones que afectan a todos las adoptan invariablemente los que están en la cúspide de la pirámide. Por eso dan aviso a la OMS. Su concepción del mundo los lleva siempre a buscar la cúspide de la pirámide. Pero analicemos un poco esta decisión.

El objetivo de la OMS es “luchar contra las enfermedades, ya sean infecciosas, como la gripe y la infección por el VIH, o no transmisibles, como el cáncer y las cardiopatías”. Un momento. ¿De eso no se ocupan ya los médicos? Tal vez sería mejor que la OMS se dedicara a informar a los médicos de los riesgos sanitarios que se vislumbran en el horizonte, y dejara que cada profesional competente hiciera su trabajo.

Pero para informar ya están los medios de comunicación, que también cuentan con profesionales competentes. Presumiblemente. ¿O acaso supone la OMS que un brote epidémico grave le puede pasar inadvertido a un profesional de la información? El mundo tardó minutos en enterarse de la muerte de Kennedy, del accidente de Chernobil o del atentado contra las torres gemelas. En las sociedades democráticas la información no es piramidal.

Al menos, alegarán los defensores de las pirámides, alguien tendría que establecer un protocolo de actuación común para todo el planeta. Pero ese argumento no se sostiene. Cada país y cada región del mundo tiene sus peculiaridades. De unos a otros, varían el clima, la composición de la población, los medios disponibles, el número y distribución del personal sanitario. Las personas más capacitadas para definir un protocolo son los profesionales que mejor conocen todas esas circunstancias locales.

¿Cómo sabremos quién es el profesional que mejor conoce la manera de afrontar una epidemia? No lo sabemos, porque no hay un criterio objetivo que puntúe a todos los médicos de un país y decida quién es el más capacitado para una situación específica. Pero eso es lo mismo que sucede en los sectores de la economía que no son estatales. Cada empresa tiene sus accionistas, que, siempre en defensa de sus intereses, deciden quién es la persona más adecuada para marcar las pautas de la empresa. Naturalmente, una empresa se puede equivocar, y ocasionar la ruina de sus accionistas y el desempleo de sus trabajadores. Pero también el Estado se puede equivocar, acarreando la ruina y el desempleo de toda una nación. ¿Qué es preferible?

En los países en que la sanidad depende del estado, los accionistas son los contribuyentes, pero los contribuyentes no tienen ningún control sobre las decisiones sanitarias. Pueden votar una u otra coalición de partidos, pero no tienen forma de garantizar que las decisiones últimas no sean políticas, y tampoco pueden controlar la cuantía ni la administración de los presupuestos. Para eso, los servicios sanitarios tendrían que ser privados.

Suena mal eso de que la salud esté en manos de empresas privadas, sí. Pero la alimentación está en manos de empresas privadas, que funcionan mucho mejor que los economatos estatales. Uno puede aguantar unos cuantos meses sin que lo operen de cataratas o le implanten una prótesis de cadera. Pero, si se queda tres semanas sin comer, se muere.

¿Por qué son mejores las empresas privadas que el Estado? Las empresas tienen poderosos motivos para optimizar sus decisiones, para mantenerse lo más informadas posible de la realidad y para mejorar constantemente sus servicios al menor coste posible, a riesgo de que sus clientes se vayan a la competencia. El Estado, en cambio, es una pirámide. Los políticos designan a sus informadores y a sus gestores, demasiado a menudo con criterios estrictamente políticos, o incluso amistosos. Los presupuestos son, generalmente, anuales, y están basados en una información contaminada de intereses políticos. Si al final del ejercicio sobra dinero, los gestores lo dilapidan para evitar recortes. Si los fondos no alcanzan, reducen prestaciones.

Pero también puede suceder que las empresas, viciadas por el modelo piramidal, se inhiban de ciertas responsabilidades y las deleguen en el Estado. Si usted tiene un puesto de helados en la playa y se entera de que se acerca un tsunami, lo último que se le ocurrirá es sentarse a esperar a que el gobierno construya a toda velocidad un muro de contención. Lo normal es que usted recoja sus bártulos y se suba a la montaña más cercana. Y si usted tiene una empresa y quiere que sus empleados se mantengan sanos para poder seguir trabajando, en cuanto se entere de que viene una epidemia extremará las medidas de higiene en la empresa y comprará mascarillas suficientes para todos sus empleados.

¿Eso quiere decir que el Estado no pinta nada en este tipo de crisis? El Estado es necesario. Existe para proteger a la sociedad siempre que la sociedad no sea capaz de hacerlo por sí misma. El Estado tiene un papel insustituible como defensor de la libre competencia, de modo que ninguna empresa o grupo de empresas lleguen a acaparar el mercado e imponer los precios que les dé la gana (es decir, implantar un modelo de economía piramidal). Y tiene también el deber de proteger a sus ciudadanos, por ejemplo controlando las fronteras para que las epidemias externas no lleguen a contagiarnos.

Aislar a toda la población es una solución piramidal, una solución extrema para un problema que quizá habría tenido una solución más eficaz si todos, tanto nosotros como nuestros representantes, hubiéramos tenido una conciencia clara de nuestras responsabilidades... y de nuestros intereses.

En lugar de estar mentalmente contaminados por el modelo de sociedad piramidal. En las sociedades humanas, el poder es inevitable. Contra lo que muchos creen, la solución no es reformarlo, sino trocearlo.

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