martes, 14 de abril de 2020

La muralla española

Con 26 000 km de longitud, la gran muralla china es la única estructura de origen humano que es posible distinguir desde el espacio. Su construcción comenzó en el siglo VIII antes de nuestra era, como defensa frente a los bárbaros y, posteriormente, para proteger la ruta de la seda. A lo largo del tiempo, sucesivos emperadores la fueron modificando y ampliando hasta bien entrado el siglo XVII. Sobrepasaba la altura de tres seres humanos, y estaba provista de puestos de vigilancia, control y abastecimiento, y faros de comunicación.

Sin embargo, no era rigurosamente impermeable. La política china de heqin, consistente en entregar princesas en matrimonio a gobernantes extranjeros o recibirlas de ellos, les permitió mantener la paz con las tribus turcomanas, tibetanas, xiongnus, rourans, tuyuhuns y uygures. Aun así, los matrimonios de apaciguamiento sólo atenuaban la necesidad de una muralla. A lo largo de los siglos los emperadores chinos tuvieron que defenderse en muchas ocasiones de aquellos atacantes y de otras tribus igualmente codiciosas. Las riquezas y las vastas extensiones del imperio eran una tentación permanente para asaltantes que, a menudo, eran poblaciones nómadas más pobres y menos sofisticadas.

La muralla china es la mejor metáfora que se me ha ocurrido para describir un aspecto de la sociedad española del que rara vez se habla. A nada que lo analicemos, todos los que me leen sabrán a lo que me estoy refiriendo. ¿Quién no ha tenido alguna vez un jefe manifiestamente incompetente? ¿Quién no ha sido marginado, estorbado, maniobrado o directamente despedido por ser más inteligente, más carismático o más eficaz que sus superiores? ¿A cuántos puestos de trabajo, contratas, jefaturas, cargos políticos, exclusivas, subsidios, comisiones o pelotazos puede uno aspirar en España sin tener buenos 'contactos'?

Todos conocemos la respuesta. Sí, es la muralla española, y sobre ella recae el ominoso silencio de las mafias. Hay una tendencia a analizar la sociedad española en términos de nivel económico, 'nacionalidades', cultura, sexo o clasificaciones políticas. Da igual. Ninguno de esos análisis va al meollo del problema. El meollo del problema es que en España, sea cual sea la región, el sexo, la edad, el modelo de automóvil o el valor de la vivienda de cada quién, no hay movilidad social.

Los escasos españoles que han triunfado gracias a su propio esfuerzo son ignorados, odiados o denostados. Rara vez admirados o exaltados como ejemplo a seguir. No. El modelo es el funcionario de empleo vitalicio, el adulador de dirigentes políticos, el listillo, el trepa, la guapa sin escrúpulos, el sindicalista liberado, el concejal con coche oficial. En España, la vía más rápida para acceder al poder no es la valía personal, sino el trato de favor: intercambiar princesas. Todavía. ¿Realmente hemos salido de la Edad Media?

La gran maldición de España, escribió Ramón y Cajal, son los talentos desperdiciados. El odio secular a quienquiera que destaque, convertido en ideología, ha destruido la educación. No es sólo estulticia política. Es una tradición ancestral heredada de un catolicismo gregario y martillo de herejes. Ese "nadie es más que nadie" de Antonio Machado ha sido durante siglos el principio que igualaba a todos por abajo y que generaba --y sigue generando-- un odio visceral hacia los habitantes de la fortaleza inexpugnable. No por ansia de derribar la muralla, sino de sustituirlos.

Ante tal panorama, los populismos de izquierda hacen su agosto. En el exterior de la muralla se agolpan jóvenes sin horizonte, ciudadanos con talento ignorados y resentidos, envidiosos de toda laya, emprendedores sin aliento y toda una clase media que ha aprendido, con dolor, que el esfuerzo y el ascenso social son caminos sin conexión entre sí. En lo alto de la muralla, un puñado de ricos ornamentados de ideología progresista enarbolan la bandera de la revancha ocultando cuidadosamente su historial de hambre, miseria, sangre y opresión.

A mediados del siglo XVII, los manchus consiguieron franquear la muralla china y entraron en Beijing. Cuatro siglos después, la muralla china es ya innecesaria, pero la española sigue en pie.

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