“El mejor argumento contra la democracia es una conversación de diez
minutos con un votante promedio”.
La frase es de Winston Churchill, y no es fácil de interpretar. La
democracia es una forma de gobierno, y gobernar consiste esencialmente en tomar
decisiones, a menudo complejas. Los votantes pueden desear que la vivienda sea
más asequible, que la asistencia médica sea gratuita o que los sueldos suban
hasta el nivel que ellos creen merecer. Sin embargo, el votante promedio no
siempre sabe si sus deseos son realizables, cuál es la mejor manera de
realizarlos o cuáles serían sus consecuencias. En realidad nadie lo sabe, pero
es difícil negar que hay personas más preparadas que otras para tomar
decisiones.
Dicho de otro modo: en una sociedad mínimamente compleja, la democracia
directa no tiene muchas probabilidades de funcionar. Por eso en las democracias
modernas el votante no sólo tiene que manifestar sus deseos. Además, debe
decidir quién, según su criterio, aplicará la fórmula más adecuada para
hacerlos realidad. Lo cual nos conduce a un territorio más bien inesperado: el
éxito de una democracia depende decisivamente del criterio de sus
votantes.
Y llegamos al meollo de la cuestión. Nuestro criterio sobre un asunto
cualquiera depende, a su vez, de dos elementos clave: la información de que disponemos
sobre ese asunto, y la capacidad de nuestras emociones para neutralizar esa
información. Por desgracia, ambas cosas son manipulables. Los medios de comunicación
pueden omitir información, falsearla, contaminarla más o menos sutilmente de
opinión, o apelar a nuestros sentimientos más viscerales. Y los políticos
pueden prometer lo que nunca podrán o querrán cumplir, o manejar los medios de comunicación
para atraerse las simpatías de los votantes.
Todo eso sucede, día tras día y minuto a minuto, ante nuestros ojos. El
votante promedio está manipulado, hasta el punto de que podríamos volver del
revés la frase de Churchill:
“El mejor argumento contra la democracia es una conversación de diez
minutos con un político promedio”.
Pero todo tiene un límite. La mayoría de los políticos viven en un
mundo aparte, escasamente en contacto con la vida real, y cuando el mundo de
fantasía que han tejido en torno al votante empieza a chocar con la realidad,
el edificio se agrieta. Las grietas pueden ser apenas perceptibles, pero la
dinámica interna que revelan puede ser alarmante. Todo el aparato de propaganda
oficial, lanzado a toda máquina, no consigue convencer a la mitad más uno de la
población. Es lo que ha sucedido en el Reino Unido y en Colombia, y lo que podría
suceder próximamente en Estados Unidos, en las próximas elecciones generales.
La primera grieta inesperada fue el Brexit, y el edificio que ya ha
empezado a agrietarse es la Unión Europea. La Unión Europea Soviética, como la
llaman algunos. Un monstruo burocrático, antidemocrático e intervencionista que
se sostiene gracias a unos niveles de deuda insostenibles a largo plazo. Un
cuento de hadas que nada tiene ya que ver con la realidad, porque la realidad
no son las consignas políticamente correctas de los gobernantes instalados en
sus poltronas. La realidad son los barrios y ciudades de Francia, Holanda, Bélgica,
Alemania o el Reino Unido que están retornando sigilosamente a la Edad Media, las
agresiones sexuales que nunca son noticia en los medios de comunicación, la política
de brazos abiertos y subvenciones indiscriminadas, la maraña de normas prescindibles,
cada vez más dictadas por la ideología y cada vez más contrarias al sentido
común, o la cesión de soberanía de los países miembros.
Esa es la realidad que ha aflorado en el referéndum del Brexit. La realidad
de quienes la padecen frente a la realidad de quienes la predican. Si los políticos
europeos tuvieran una sensatez –y una honradez– que no tienen, aceptarían que el
modelo es inviable y desmontarían buena parte del monstruo que han construido.
Los británicos que votaron Brexit sólo quieren dos cosas: control de la inmigración
y recuperación de la soberanía. No se oponen a la libertad de mercado, ni al intercambio
cultural, profesional o laboral, ni a la mejora de las comunicaciones por
tierra, mar y aire con el resto de Europa. No reniegan de Europa, sino de la Unión
Europea (soviética). No sería muy difícil complacerlos y llegar a un acuerdo
amistoso con ellos, extensible después al resto de países miembros. Pero si los
políticos se empeñan en escarmentar a los británicos para tratar de sostener un
edificio insostenible, las consecuencias pueden ser nefastas. Y si alguien cree
lo contrario, ahí está la historia de Europa para contradecirle.
La segunda sorpresa sobrevino en Colombia. Toda la maquinaria de
propaganda del Estado no ha podido convencer a la población de que un acuerdo
firmado en La Habana con una banda de comunistas asesinos otorgándoles representación
parlamentaria, territorio para cultivar coca y respetabilidad es un acuerdo de paz, y no una rendición. La concesión del premio Nobel de la paz al presidente Santos
es una evidencia patética de la desconexión total de la casta políticamente correcta
con la realidad del mundo real. O quizá es una evidencia inquietante de hasta
dónde puede llegar el poder del dinero.
La tercera sorpresa se llama Donald Trump. La América currante frente a
la América exquisita y progresista. Nadie sabe quién ganará las elecciones en Estados
Unidos, pero lo que sí sabemos es que todos
los medios de comunicación, incluidos los del partido en el que milita Trump,
están volcados contra él día y noche, hora tras hora, sin descanso. Y, por
extensión, todos los medios de comunicación europeos. Y, aun así, sólo consiguen
convencer a los que ya estaban convencidos. Entre todos, sin darse cuenta, lo
están convirtiendo en un símbolo. Un símbolo de la realidad tangible frente a la
estupidez de los cuentos de hadas oficiales y a la manipulación informativa del
establishment.
No sé lo que dicen los periódicos españoles sobre Trump, pero sí sé lo que
dice Trump. He escuchado muchas declaraciones suyas y he visto los dos debates que
ha mantenido con Hillary Clinton. Contra lo que dan a entender los periodistas
omitiendo la mitad de la información, Trump nunca ataca si no ha sido atacado. Es
mucho más inteligente que Hillary Clinton (lo cual no es difícil), y no sería peor
presidente que ella o que Bush hijo (lo cual tampoco es difícil). Si hacemos
caso omiso de sus bravuconadas y chistes malos, que le han financiado casi
gratis la campaña electoral, lo que Trump propone es:
- acabar con ISIS, para lo cual Rusia sería un aliado excelente
- auditar la Reserva Federal y acabar con su intervencionismo
- reducir el tamaño del Estado y bajar impuestos, en particular a las
empresas, para que no se lleven los centros de producción a otros países
- cubrir las futuras vacantes del Tribunal Supremo con jueces que no
sean ideólogos progres
- reducir drásticamente la delincuencia siguiendo el modelo de Giuliani
en Nueva York
- controlar rigurosamente la entrada en el país de las personas con
religiones antidemocráticas o antiamericanas
- controlar la inmigración ilegal proveniente de México, que quita
puestos de trabajo a los americanos legalmente establecidos, que pagan
impuestos
Para resumir, Hillary Clinton propone más o menos lo contrario. No propone
incrementar la delincuencia, naturalmente, pero sus declaraciones sí hacen
temer que podría conducir a Occidente a una guerra abierta contra Rusia.
Personalmente, no creo que Trump sea racista, y sí creo que dice en voz alta
muchas cosas que mucha gente piensa pero no se atreve a manifestar en público,
por miedo a ser tildado de racista, islamófobo, machista, antiecologista,
antigay o cualquiera de los sambenitos progres que penden sobre nuestras palabras.
La izquierda nunca amó la libertad de expresión.
Algunos ejemplos hipotéticos ilustrarán lo que quiero decir:
1 – Lleva usted media hora en la cola del cine, y de pronto se le cuela
una persona. Pero, justo cuando le va a decir que se vaya al final de la cola, averigua
que esa persona es un inmigrante ilegal. ¿Lo tratará de la misma manera? ¿Y las
demás personas que están en la cola? ¿Y si la cola no es para el cine, sino para
buscar empleo?
2 – Una persona acude al registro de partidos políticos para registrar
el nuevo Partido Nazi. Usted, que es el funcionario que examina la solicitud,
lo rechaza enérgicamente. Entonces el solicitante se va al registro de
religiones y solicita registrar la religión nazi, con exactamente los mismos
estatutos. Usted es el funcionario que examina la solicitud. ¿La aprobará?
(Recuerde que hay que respetar escrupulosamente todas las religiones)
3 – Un blanco le estafa. Usted le llama de todo. Al día siguiente, un
negro le estafa. ¿Se atreverá usted a proferir los mismos insultos delante de
sus amigos? ¿Y en una entrevista ante las cámaras?
4 – Usted cree que el cambio climático es un cuento chino financiado
por la casta política occidental para reducir la dependencia del petróleo de
los países de Oriente Medio y de paso culpabilizar a la población. ¿Se atreverá
a defenderlo con la misma vehemencia que quienes opinan que el cambio climático
es una certeza?
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