Acabo de terminar el último libro de Albert Boadella: "Adiós Cataluña". Lo he leído casi de un tirón, robándole tiempo al sueño dos noches seguidas. Yo viví doce años en Barcelona, donde asistí al ascenso del nacionalismo catalán, y sé perfectamente de qué habla Albert.
Si para mí fue duro, imagino que para él ha sido y es mucho más duro todavía, porque, a diferencia de mí, él es catalán. Aunque yo hablo con soltura el valenciano, una lengua muy similar al catalán, en Barcelona siempre me resistí a emplearla. No me gustan las imposiciones. Cada vez que alguien se empeñaba en hablarme en catalán sin saber si yo era capaz de entenderle, yo respondía en inglés o, si existía alguna remota posibilidad de que en inglés me entendiera, en alemán.
He disfrutado horrores leyendo las réplicas de Albert a los ataques nacionalistas: desde orinar sobre ellos, aprovechando una escena propicia en el escenario, hasta enviar un fax con el membrete de un lupanar imaginario (naturalmente, en la calle Tusquets) para reclamar una supuesta deuda y quejarse de las perversiones sexuales de su cliente (por ejemplo, practicar la lluvia dorada cantando Els segadors).
Quería extenderme más sobre ese libro, pero he preferido reproducir aquí un texto que envié a un grupo de noticias de Internet cuando a Albert le adjudicaron el premio Boira del Ayuntamiento de Bellpuig.
Vaya con este texto mi más empática admiración a este genial artista español.
"¡Hola! Soy el Ayuntamiento de Bellpuig. No estoy muy locuaz esta tarde, porque tengo un pilar en la planta baja que necesita reparaciones. Pero no me resisto a haceros algunas confidencias. Hechos misteriosos, incomprensibles para mí, que nunca he sido un ser humano, sino simplemente un humilde edificio. Por ejemplo, ¿por qué mis concejales se miran tanto al espejo? Os diré la verdad: casi no hacen otra cosa. ¿Y por qué el alcalde se mirará tanto el ombligo? Para saber cómo es ¿acaso no basta con mirárselo una vez?
Personalmente, echo en falta un poco de diversidad. Ah, tiempos aquellos en que los Austrias nos enviaban apuestos militares flamencos, o en que los condes de Cardona libraban batallas en el norte de Africa, en Nápoles y en Sicilia. Veía yo por entonces subir y bajar mis escaleras a árabes con vistosos turbantes, nobles damas andaluzas (de la estirpe de los Fernández de Córdoba, nada menos), e italianos vivaces y elegantes hablando aquella lengua suya musical y armoniosa, tan diferente de estos chasquidos guturales que resuenan últimamente en mis salas y salones, y que me tienen sobrecogido.
Pero los Fernández de Córdoba se marcharon, aburridos de este provincianismo y falta de lustre. Ultimamente, la verdad, aquí no se habla más que de calçotadas, caracoles, gigantes, cabezudos y procesiones. Un muermo, qué quereis que os diga. La unica novedad amena de los últimos tiempos han sido, eso sí, los premios Lucero y Niebla. Los nombro en español, porque así su sonido me recuerda la mágica poesia del insuperable don Luis de Góngora y Argote, aquel poeta andaluz de la sensualidad en estado puro.
En catalán, en cambio, esos dos nombres me sugieren simplemente un club de excursionistas de la Seo de Urgel. No son unos premios muy conocidos, no vayáis a creer. Apenas merecen unas líneas en una página escondida de esos diarios catalanes que se miran el ombligo tanto como mi alcalde (es decir, todos), y menos líneas incluso en los diarios del 'extranjero' (así lo llaman aqui: me refiero a España, ese fántastico país lleno de diversidad y de paisajes cuyos habitantes pronto serán todos tan aburridos como los de Bellpuig).
Pero el otro día se lió. Resulta que le quisieron conceder el premio Niebla a Albert Boadella, alegando que se odia a sí mismo. Bueno, ellos dicen que odia a los catalanes, pero como él es catalan, eso querrá decir que se odia a sí mismo, digo yo. Lo cual es absurdo. Pero aquí, últimamente, casi todo es absurdo. Problema de espejos y de ombligos.
¿No os suena el nombre de Boadella? Sí, hombre (o mujer), sí. Albert es ese insigne catalán que hacía teatro ya en los 70 y que fue perseguido por la dictadura del general Franco. Incluso (mientras aquí, en Bellpuig, concejales, alcaldes y bastante más de un paisano eran todos más franquistas que Franco) Albert fue detenido por la policía política del régimen, aunque consiguió escapar y huyó a Francia. Donde vivió algún tiempo en el exilio, hasta que la aministía de la Transicion limpió por fin su expediente de polvo y paja (él le sacaría punta a esta frase hecha, seguro).
Ah, eran otros tiempos. De Barcelona me llegaban entonces siempre noticias estimulantes: teatro, pintura, música, bilingüismo, rebeldía, imaginación, coexistencia, creatividad. No como ahora, que todo es de diseño y está subvencionado. En fin, a lo que iba: el caso es que Albert se enfadó mucho, porque ya está hasta las gónadas de que los del ombligo le digan que se odia a sí mismo. Y, claro, envió una contestación al Señor Alcalde, diciéndole todo lo que pensaba. Verdades como puños. Si lo sabrá él, que es más catalán y más universal que todos ellos juntos. Y eso sí que salió en los papeles, claro.
Ya se sabe, la polémica gusta. En fin, os dejo por el momento, que va a empezar un pleno aquí dentro y yo, como siempre, aprovecharé para echar una cabezadita. Recuerdos a todos y a todas, incluidas por supuesto las catalanas mandonas, que he oído decir que tenéis alguna por ahí. Pillines...
Salut."
domingo, 28 de octubre de 2007
Albert Boadella
a las 13:15
Palabras clave: Albert Boadella, Barcelona, Boadella, Cataluña, comedia, nacionalismo, teatro
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