domingo, 15 de abril de 2018

Pasos de un peregrino

Uno de los actos más estúpidos que puede cometer un ser humano es lo que se conoce como 'hacer la ola'. En primer lugar, porque no significa nada. Es igual de absurdo que decir '¡Jesús!' cuando alguien estornuda, o 'buen apetito' al empezar una comida. O que hacer un regalo en determinadas fechas que uno no ha escogido. Hay cosas que uno hace sólo para no quedar mal.

Circula por los mentideros, hace ya tiempo, el relato de un experimento que nadie sabe en qué laboratorio sucedió, pero que es muy revelador de la estulticia del Homo ondulensis. Metes a un grupo de monos en una jaula con una escalera en el centro, y en lo alto de la escalera pones una banana. Cada vez que un mono llega a tocar la banana, un chaparrón helado descarga sobre todos los monos de la jaula.

Después de dos o tres mojaduras, ninguno se atreve ya a subir a la escalera. Ahora sacas de la jaula a uno de los monos escarmentados y lo sustituyes por otro nuevo. En cuanto el novato hace ademán de acercarse a la banana, todos los demás se arrojan sobre él y le propinan una paliza. La banana acaba de convertirse en un tabú. Si ahora continuamos sustituyendo a los monos iniciales por otros, llegará un momento en que todos serán novatos, y ninguno sabrá ya por qué está linchando con saña al recién llegado que se acerca a la escalera. Simplemente, lo hará porque 'es lo que hacen todos'.

Todo un símbolo de la historia de la humanidad.

¡Hola, hola, hola, hola! No vengas sola

Además, hacer la ola es de idiotas porque a la ola le da igual. En una multitud de miles de imbéciles levantándose y agachándose al mismo tiempo, el hueco que pueda dejar Pepe Pérez quedándose sentado ni se nota. Es verdad que, si todos se quedaran sentados, no habría ola. Pero el caso es que, nos pongamos como nos pongamos, todos los que están a nuestro alrededor harán la ola. Para el ser humano, la llamada de las masas es un imán muy difícil de resistir.

¿Quiere eso decir que Pepe Pérez se va a quedar tan tranquilo sentado en su grada mientras a su alrededor todos rinden culto al gorila primigenio? Tal vez. Pero lo más probable es que, de una u otra forma, se sienta algo incómodo. ¿Estará siendo un aguafiestas? ¿Y si a las masas les diera por linchar a los que se han quedado sentados? No, claro, no tienen ningún motivo para hacerlo, pero tampoco tenían ningún motivo para hacer la ola.

Y lo peor de todo: en esos momentos de paroxismo general, a Pepe Pérez el cerebro no le sirve para nada. Podría sustituirlo por una patata, y a su alrededor nadie notaría la diferencia.

Corrientes, 348. Segundo piso, ascensor

En la vida cotidiana hay muchas olas, y el que se empeña en nadar a contracorriente lo puede pasar mal. ¿Te acuerdas de cuando descubriste la novena sinfonía de Beethoven? ¿Recuerdas que te acercabas a los corrillos de estudiantes, en los recreos del instituto, y en cuanto mencionabas el tema se iniciaba una desbandada? ¿Recuerdas la alegría obligatoria en las fiestas de nochevieja, las ovaciones al final de espectáculos lamentables, las playas abarrotadas, las consignas de aquellas manifestaciones juveniles, los conciertos con megafonía al pie de tu ventana?

Me dirás que eso no es la vida cotidiana. Es cierto, pero en algunas sociedades la vida cotidiana no es mucho más que eso. De hecho, quizá podríamos medir el nivel de civilización dividiendo la frecuencia del individuo por la frecuencia con que las olas lo zarandean. Al menos en una sociedad, de cuyo nombre no quiero acordarme, el resultado sería desolador.

Por eso comunicarse con los demás es, demasiado a menudo, como hablar con una pared. Tú puedes intercambiar ideas con un individuo, pero no con una masa. Para qué desgañitarte. Mejor apartarte a tiempo, antes que despertarte una mañana y descubrir que eres un náufrago. Mejor sentarte en la orilla y contemplar a distancia las olas entrecruzándose, chocando.

¿No quieres tirar la toalla? Como quieras. Inténtalo si puedes, pero desde esta orilla el mar que yo estoy viendo es asi:

Apenas cuatro meses, y ya da pataditas

Sucede que los pies son el extremo opuesto al cerebro. Por eso no es de extrañar que los aguerridos portadores de testosterona hayan hecho de las patadas una religión. Patadas al balón, patadas al adversario cuando el árbitro no mira, patadas de rabia cuando la pierna falla, patochadas cada vez que abren la boca... Los sacerdotes de esta religión ofician el espectáculo más primitivo, marrullero y soporífero jamás inventado.

Sus seguidores dicen "perdimos" o "ganamos" sin haber pisado el césped. ¿Qué imparcialidad puede uno esperar de una persona así? ¿Qué valores humanos puede tener alguien que glorifica la patada como medio para triunfar en la vida? ¿Qué es lo que sabe hacer un futbolista, además de patear un balón, zancadillear al adversario y dar saltos de primate delante de todo el mundo?

Sin pecada concebida

Nadie lo ha escrito todavía, pero es un mantra del que es imposible escapar. Ciudadanos y ciudadanas, el cambio climático, el heteropatriarcado opresor, el comercio justo o el derecho de autodeterminación son capítulos de un catecismo doctrinario repetido machaconamente por autómatas disfrazados de personas y personos de aspecto casi siempre normal. Con zombies así es imposible razonar. Los mensajes subliminales con que los bombardean diariamente les han proporcionado un arsenal formidable de argumentos pueriles destinados exclusivamente a evidenciar la paja en el ojo ajeno.

Los mitos y leyendas que han creado han terminado convenciendo incluso a sus adversarios, y no está ya lejano el día en que los políticos de derechas, ataviados con piercings, pantalones rasgados y camisetas del Che Guevara, asalten el palacio de invierno para implantar las chekas, el control de precios y el salario universal. Naturalmente en vano, porque nunca comprenderán que el catecismo progre es sólo una artimaña para que ellos hagan el trabajo sucio de sus enemigos.

La ciencia lo dijo y yo no miento

Después de excluir a los forofos del balompié y a los feligreses progres, le queda a uno muy poco margen para la vida social. Pero todavía es posible avanzar una vuelta de tuerca invocando la bandera de la diosa Salud. Está en todas partes. Bebidas light, leches desnatadas, soja, áloe, quínoa, verduras y frutas 'ecológicas', corredores sudorosos infestando parques y jardines, ciclistas disfrazados de pescadilla, edulcorantes, vitaminas, omega 3, ancianos atentando contra su ciática en extraños aparatos al aire libre, adictos al agua mineral... La industria de la diosa Salud es ya uno de los motores de la economía, y no hay tema de conversación en que no salga a relucir. Y con razón. La salud es tan importante...

En realidad, lo que encubren todos esos amuletos y rituales es miedo. Sus usuarios viven en una sociedad asustada, pero no de la enfermedad ni de la decrepitud, sino de su propia ignorancia y carencia de espíritu crítico. En la historia del mundo, nunca han tenido tal cantidad de información al alcance de los dedos, pero si quisieran poner en duda lo que les cuentan no sabrían por dónde empezar. Para ser sinceros: ni siquiera sienten curiosidad.

El modelo de Corea del Norte nos puede parecer espeluznante pero, para mucha más gente de lo que pensamos, los caminos trazados son una tentación irresistible. Lo peor del Big Brother no es el ojo que nos vigila, sino la cantidad de vigilados que se encogen de hombros.

To boldly go where no one has gone before

De todas estas cosas no puedes hablar con tus contemporáneos. Pero hay cosas de las que sí te gustaría hablar. Te gustaría hablar de música, aunque no de éxitos pop. Te gustaría despedazar, analizar, escudriñar el interior de la música para comprender por qué te gusta, escuchar mil veces las composiciones más sublimes, comparar, sacar conclusiones. No quieres acumular conocimientos en baúles de la memoria. Nunca has querido ser un erudito, y los eruditos te aburren. Te gustaría hablar de literatura, de ciencia, de arte, del pasado y del futuro, hacerte preguntas y buscar respuestas, intentar tú mismo componer, aprender, escribir, entender, fantasear. Te gustaría ser un niño mayor y seguir jugando con juguetes de adulto.

Eres realista. No tienes afanes trascendentes ni ansias de eternidad. Para ti, la vida es sólo una oportunidad. Una oportunidad de abrirse paso a codazos, a empujones, cayendo y levantándote una y otra vez, perdiendo la ilusión y rescatándola, tratando de encontrar tu propio camino en un bosque sin senderos, sorteando cepos y trampas, luchando por ver la luz del día bajo una espesura de conformismo y abulia.

Lo sé. No es fácil. Nadie te prometió nunca un camino de rosas.


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