miércoles, 23 de noviembre de 2016

Ricky Mango y la música

Curioseando por carpetas perdidas de mi ordenador he encontrado este apunte autobiográfico sobre la relación de Ricky Mango con la música. Parece haber sido un correo electrónico que tiempo atrás le envié a alguien, probablemente más joven que yo. El texto está fechado el día de navidad de 2015, pero yo diría que es anterior: 

Descubrir la música clásica

En mi época era muy trabajoso, porque los discos y los conciertos costaban caros. Ahora puedes escuchar gratis todo lo que quieras. Es todo un privilegio, y un enorme desperdicio si no lo aprovechas. En mis tiempos, YouTube habría sido no ya un sueño, sino más que una quimera.

Yo tenía 16 años, y en el Instituto había un grupo de izquierdistas que conspiraban contra el régimen a su manera. Entre otras cosas, publicaban una revista. La revista era muy ideológica, pero de todo aquello yo no sabia nada. Vicente y yo, que compartíamos banco en clase, nos ofrecimos para hacer una sección de pasatiempos, y nos aceptaron. Hacíamos crucigramas y jeroglíficos.

Organizaron también un cine forum y un music forum. Yo me apunté a los dos. Estaba ansioso por conocer. Mi vida cotidiana era tan anodina y deprimente que todo aquello era un mundo nuevo para mí. El music forum era los sábados por la tarde. Naturalmente, éramos cuatro gatos. El primer día nos pusieron la novena sinfonía de Beethoven. Nada menos. En realidad, era un pretexto para acercarnos a su causa, y antes de la audición nos leyeron el testamento de Beethoven, que hablaba de la libertad de los seres humanos, etc. con gran vehemencia. Después yo aguanté la hora aproximada que dura la Novena. Me aburrí muchísimo, pero no me arredré. Al lunes siguiente me fui a una tienda de discos, y con mis míseros ahorros me compré un disco con la novena sinfonía de Beethoven.

Me encerré con él en mi habitación y lo escuché una vez. Lo encontré igual de aburrido que la anterior. Lo escuché una segunda vez. Empecé a percibir pasajes que me gustaban, y aquello me animó, de modo que seguí escuchándolo, una y otra vez. Al llegar a la quinta o la sexta lloraba de emoción, y todavía hoy puedo llorar escuchándola.

Yo no sabía nada de música clásica, y en el pequeño mundo que me rodeaba nadie podía orientarme. Ni mis padres, ni mis compañeros de clase, nadie. Así que lo poco que iba captando aquí y allá, en el periódico, en algún comentario oído al vuelo o en la televisión, lo retenía en la memoria, y en cuanto podía me compraba el disco. Había que ahorrar mucho para comprarse un disco.

Poco a poco fui conociendo compositores: Beethoven, Bach, los barrocos, los romáticos... Tuve la suerte de que a Vicente le dio por la música, y algún tiempo después hice una amiga que estudiaba piano y que me conseguía entradas de estudiante del conservatorio para ir al Teatro Real. Ibamos los sábados, arriba del todo, en una galería que los estudiantes llamaban 'los nichos'. La acústica allá adentro no era muy buena, pero a cambio sólo estábamos nosotros y no estábamos obligados a ocupar una butaca. Podíamos tumbarnos en la moqueta, o acodarnos en los antepechos de los 'nichos'. Incluso cuchichear comentarios sobre los intérpretes o los compositores.

Allí aprendi muchísimo de música clásica. A menudo me aburría, pero perseveré, porque comprendía que la música clásica es como el alpinismo: hay que hacer un esfuerzo para llegar a contemplar el mundo desde la cumbre. Hay que educar la sensibilidad. Lo malo es que no hay retroceso posible. Cuando te ha gustado Béla Bartók, o Bruckner, ya nunca te podrá gustar Julio Iglesias o los éxitos pop. Es una escalera de subida sólo, y para ser feliz allá en lo alto necesitarás rodearte de personas que hayan subido también por esa misma escalera. Si no, serás un marciano.

Con el tiempo descubrí también el jazz, que me apasionó, porque es como yo: improvisador y a contratiempo. Pero yo quería conocerlo todo. Exploré la música folklórica, el blues, el flamenco. Aprendi a amar todas esas músicas, y siempre he tendido a rodearme de gente relacionada con la música.

Durante años insistí en aprender a tocar la guitarra, pero nunca conseguí nada con ella. Un día, en Andorra, pasé por delante de una tienda de música, me decidí de pronto y me compré un teclado electrónico. Vicente me aconsejó aprenderme los acordes de la mano izquierda. Me compré un libro de acordes y los memoricé. A partir de ahí conseguí un libro de partituras y empecé muy despacio, nota a nota, como un niño de cuatro años. Pero a diferencia de la guitarra el piano era mi instrumento, y poco a poco fui aprendiendo a desenvolverme. Ahora puedo tocar aceptablemente cientos de temas de jazz, e incluso improvisar un poquito a veces, y me da mucho placer. 

Y ya no tengo un pequeño teclado, sino todo un Clavinova.

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

 
Turbo Tagger