viernes, 16 de mayo de 2014

La nueva generación

Domingo. En Internet he encontrado un sitio web que me intriga. Se trata de una asociación de "educadores de museos". No sabía que hubiera museos necesitados de educación. Incluso suponiendo que quieran decir 'educadores de museo', en singular, es difícil imaginar en qué puede consistir esa profesión, teniendo en cuenta que tan sesudos educadores ni siquiera saben usar su propio idioma.

El nombre de esa sorprendente profesión me recuerda un nuevo producto que estoy viendo desde hace algún tiempo en los supermercados: "tacos de bacalaos". Así, en plural. Ya se imagina uno que todos los tacos del envoltorio no provienen necesariamente del mismo bacalao, pero ¿realmente es necesario aclararlo? ¿O el problema es más bien la incapacidad de abstraer? Al paso que va esto, el día menos pensado me encuentro con los grandes almacenes llenos de relojes de paredes, libros de bolsillos, prendas de veranos, cubiertos de cocinas, bolsos de manos y lindezas por el estilo (¿lindezas por los estilos?).

El caso es que, créanselo o no, todos esos 'educadores' son titulados universitarios, según averiguo en las páginas de la propia asociación. Como mi curiosidad no se sacia, sigo investigando. En la página 'Objetivos' leo que los fundadores fueron un grupo de estudiantes "avalados" por profesores universitarios. ¿Avalados? ¿El objetivo de la asociación es suscribir una hipoteca? A renglón seguido, averiguo que los estudiantes pertenecen a la "onceava edición del posgrado en Educación artística". No nos explican cómo hicieron esos estudiantes para aprobar, no ya una carrera universitaria, sino simplemente el bachillerato, teniendo en cuenta que confunden la 'onceava edición' con la undécima promoción. Pero, a estas alturas, creo que estoy ya preparado para todo (craso error, como veremos). De modo que sigo leyendo:

"El porqué de la creación de esta sociedad, responde a varios factores. El primer factor, alega a la sencilla necesidad de unión..."

Espero sinceramente que a estos 'educadores' profesionales no les dejen enseñar gramática, ni en los museos ni en la boca del metro, al menos hasta que aprendan a redactar, a colocar las comas en su sitio y a distinguir entre 'alegar' y 'apelar'. El resto de la página es igual de deprimente, de modo que paso a la sección de "Actividades".

Y aquí viene el pasmo final. Las dos actividades más recientes han consistido en... pero mejor reproduzco literalmente lo que me he encontrado:

"Propuestas de intervención de los proyectos expositivos desde la perspectiva de la educación artística, todo esto, en colaboración con los mismos creadores".

Olvidémonos por un momento de esas comas dejadas caer a la buena de Dios: ¿qué demonios significa esta frase? No nos lo aclaran. Pero sí nos regalan algunos ejemplos de cómo hay que explicar las cosas a los alumnos para que las entiendan con claridad meridiana. Selecciono el primero de todos:

"Lavoisier comprobó la naturaleza oxidativa del proceso respiratorio, esto es, determinó que el 'oxígeno' es la sustancia presente en el aire, responsable de la combustión que se da en la respiración". Tremenda responsabilidad, la del pobre oxígeno. Pero, minucias aparte, ¡por fin he comprendido lo que es la respiración! Gracias, gracias, clarividentes educadores de museos.

Otra de las actividades de que se jacta la asociación consistía en una exposición... de recetas médicas, bajo el enigmático nombre de "Talleres Caligrafías de la Enfermedad". Como complemento de tan didáctica exposición, proponían resolver una sopa de letras y, a continuación, invitaban al público a ponerse una bata blanca y pasar una consulta imaginaria. Cosa que debía de resultar facilísima, gracias al bagaje de conocimientos recién adquiridos en la propia exposición.

Me pongo al habla con su presidenta, que me explica la elevada misión de los 'educadores de museos' con un batiburrillo de ideas inconexas, todas incomprensibles, pero convenientemente aderezadas con palabras tan tremendas como 'empoderamiento' o 'dinamización'. Así que ya lo saben ustedes: si alguna vez acuden a un museo y quieren ser dinamizados, no hay nada más fácil: acérquense a la ventanilla de información y pregunten por 'el educador'.

Miércoles. En la Facultad de Filología hay un ciclo de cine temático. Este mes el tema será la obra de Shakespeare. Antes de proyectarnos una película soporífera de Akira Kurosawa, uno de los organizadores se sube a la tarima y nos hace la presentación. La primera vez que le oigo referirse a las "novelas" de William Shakespeare doy un respingo. Seguramente me he quedado traspuesto y he oído mal. Pero presto más atención y, sí, el orador repite no una, sino varias veces que la película está basada en una de las "novelas de Shakespeare", concretamente 'Macbeth'. Dudo entre echarme a reír o a llorar. A mitad de la película, desmoralizado, abandono la sala. La depresión me durará hasta el viernes.

Viernes. A falta de otra cosa, encuentro en la tele una película que parece entretenida. Pero a medida que avanza la historia el guión se va cayendo a pedazos. Desde hace algunos años, muchas películas no pertenecen ya al género dramático, sino al género 'videojuego'. El videojuego es una trama en la que las cosas suceden porque sí y los personajes tienen la profundidad psicológica de una ameba. En la escena culminante de la película, el protagonista entra a rescatar a su amada de un incendio pavoroso y, en mitad de las llamas, exclama: "¡Tenemos que salir de aquí!" Ni Truman Capote habría escrito una frase tan memorable.

Vienen pegando fuerte. Son la generación que dentro de poco nos va a reemplazar. Que Zeus nos pille a todos confesados.

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