martes, 23 de diciembre de 2008

Fiascos

Puede que yo esté equivocado, pero el siglo XXI podría pasar a la Historia como el siglo de los grandes fiascos.

El cambio climático, falsa denominación que en realidad debería enunciarse como 'cambio climático antropogénico' (el clima nunca ha sido estático) podría ser el más estruendoso. Para empezar, no es una realidad comprobada, sino el resultado de ciertas proyecciones. Y estas proyecciones están basadas en un volumen de datos inaceptablemente representativo, y en un ramillete de escenarios no mucho más fundamentados que las profecías de Nostradamus. Es más: el generoso volumen de fondos destinado a estas investigaciones y, cerrando el círculo, el sospechoso empeño de los investigadores por influir en los responsables de políticas y en los medios de comunicación ponen seriamente en duda la objetividad de esas proyecciones. Por no hablar ya de las simpatías allegadas de organizaciones de izquierdas, huérfanas de causas que justifiquen su empeño en llevar sistemáticamente la contraria a quienes les disputan el poder.

¿Cambia el clima? Desde que el mundo es mundo. ¿Lo estamos alterando con nuestra proliferación fabril de especie sin predadores? Existiendo el efecto mariposa, sería absurdo pensar que no. Pero ¿cómo identificar ese cambio? ¿Alguien puede explicarme cómo habría sido el planeta sin nosotros? ¿Cómo nos abasteceremos de energía cuando se acabe el petróleo? ¿Cuántas burbujas económicas volverá a haber? ¿Con qué frecuencia? ¿Cuántos meteoritos gigantes caerán, y cuándo? Etcétera, etcétera. Demasiados etcéteras y demasiadas incógnitas para no recordar desalentadoramente las predicciones de Nostradamus.

Recientemente, Lee Smolin ha observado también síntomas sospechosos, y en ciertos aspectos similares, en el terreno de la física teórica. ¿Es verificable la teoría de cuerdas? Nunca antes tantos cerebros brillantes se habían centrado al mismo tiempo en un problema específico. Treinta años de empeño de los mejores cerebros del planeta son muchos años, y también muchos cerebros. El antecedente histórico más evidente fue la búsqueda de la piedra filosofal. Y todos sabemos cómo terminó. La ciencia nunca dio sus pasos más gloriosos con zapatos de funcionario. Einstein lo fue, pero la teoría de la relatividad nació no de la Oficina de Patentes de Zurich, sino a pesar de ella.

Otro empeño tan ambicioso como la búsqueda del Santo Grial: el esfuerzo de las ciencias cognitivas por reproducir el funcionamiento del cerebro, e incluso -sea lo que sea tal concepto- la conciencia. No me parece mal. Lo que me parece más desencaminado es la vía emprendida para alcanzar ese fin. El psiquiatra Giulio Tononi asegura haber construido una definición de 'complejidad' que permite medir objetivamente "en qué medida el funcionamiento del cerebro está compuesto de funciones". La escuela anglosajona, siempre empeñada en clasificar los conceptos en cajitas... ¿Cómo definir la 'funcionalidad' del cerebro sin caer en interpretaciones? ¿No sería más objetivo hablar simplemente de 'procesos'? Queridos psico-clasificólogos: ya es poco digerible que el hijo de la araña A nazca de repente sabiendo tejer complejas redes simétricas que A era incapaz de tejer. Pero menos digerible todavía es la idea de que, accidentalmente, sus genes han sacado esa 'funcion' de una chistera llena de casualidades.

Un análisis mucho más profundo de los procesos mentales ayudaría quizá a encontrar unas bases más elementales y más objetivas (¿alguien ha dicho 'la geometría'?) con las que explicar, de una misma tacada, la semántica y la sintaxis del lenguaje natural, y la estructura del pensamiento en la mente humana (¿y por qué no, generalizando aún más, en la mente animal?). Y, de paso, quizá incluso la teoría de Darwin. En otras palabras, cómo es posible aprender, dando palos de ciego, a urdir una tela de araña.

Pero, atención: tendremos que explicar también por qué nos cuesta tanto creer que un chimpancé inmortal golpeando un teclado llegue algún día a escribir la ley de arrendamientos urbanos.

Hay algo que conviene no olvidar. La ciencia es simplemente un iceberg, bajo cuya cúspide se oculta una ingente acumulación de palos de ciego que raramente afloran a la superficie. ¿La historia del pensamiento no será en realidad un péndulo que oscila eternamente entre el racionalismo intransigente y la metafísica sufí?

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