lunes, 14 de abril de 2008

Palíndromos

Una de mis aficiones, tiempo ha, eran los palíndromos. Como era esta una palabra que siempre se me olvidaba, yo los llamaba 'frases capicúa', catalanismo tolerable teniendo en cuenta que yo todavía no había vivido en Barcelona.

Por si alguien no sabe lo que es un palíndromo, se trata de una frase que da el mismo resultado leyéndola a derechas que a izquierdas.

Es muy difícil encontrar un palíndromo que responda mínimamente al sentido común. La mayoría de los palíndromos son inverosímiles, y esa cualidad los hace, para mí, irresistiblemente atractivos.

Durante una larga temporada -como mínimo, meses-, me dediqué a construir palíndromos, al principio con el único objetivo de mejorar el más famoso de todos: Dábale arroz a la zorra el abad. Recuerdo haber leído en alguna novela de algún autor sudamericano unos cuantos palíndromos sorprendentemente buenos, pero no estoy seguro de que fueran más largos que el del abad nutriente.

Cuando el número de palíndromos que se acumulaban en papeles sueltos y cuadernos a mi alrededor empezó a ser considerable, empecé a anotarlos ordenadamente en un cuaderno de anillas. Por aquel entonces, la palabra 'computadora' evocaba una habitación gigantesca de algún edificio de IBM, llena de paneles, cables y mandos de ciencia-ficción. La extracción e inserción de hojas en el cuaderno de anillas era lo más parecido a borrar y pegar texto en una pantalla.

Creo que reuní cien, quizá doscientos palíndromos, muchos de ellos tan simples como 'Ana gana' o '¡A por ropa!'. Uno de los más largos me hacía particularmente gracia:

La Greta Garbo jabonó bajo braga tergal

Mi amigo Pepe, que estudiaba matemáticas, siempre decía que aquella frase no tenía sentido, y es cierto que queda un poco cojitranca, pero a mí me encantaba. Lo fascinante de los palíndromos 'insensatos', que son la mayoría, es su capacidad para evocar imágenes surrealistas. Yo siempre adoré el surrealismo, porque sus combinaciones de palabras dislocadas eran una ventana abierta a la fantasía y, durante unos instantes, me liberaban de una de las cosas que más odio: la monotonía, la rutina, los convencionalismos.

La primera frase que evoco cuando pienso en la poesía surrealista es un verso suelto de Rafael Alberti, que leí en la legendaria Antología del 27, de Gerardo Diego:

una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio

Esta media frase da, por sí sola, para unas cuantas novelas. Imaginar todas esas posibles novelas en la fracción de segundo que tardamos en leerla es una experiencia casi olímpica. (Me estoy refiriendo a los cielos de Zeus y su tropa, no a esas llanuras con rayas donde compiten dopados supermanes en paños menores).

En poesía, mis surrealistas favoritos eran Vicente Aleixandre y Juan Eduardo Cirlot. Cirlot era el ristretto de la poesía surrealista: un concentrado denso y fuerte de sabor de imágenes deslumbrantes. Y Vicente Aleixandre era el hijo primogénito de Góngora, la presencia evocada de Ulises y del único mar que adoro de corazón: el Mediterráneo.

Sobre Góngora escribiré en otra ocasión. Se merece un episodio en exclusiva.

Mi obsesión por los palíndromos llegó a un punto en que, en lugar de leer los textos normalmente, los leía del revés. Cuando me descubrí a mí mismo una noche invirtiendo mentalmente las noticias habladas de la televisión, comprendí que tenía que echar el freno, y abandoné en un rincón mi cuaderno de anillas.

Reproduciré aquí algunos de aquellos palíndromos que más me divierten:

Atila, sal a la salita
Allí Dora le ve la rodilla
¡A remar allá, ramera!
Allí trota la tortilla
A ti te sobra garbo, setita
A la tímida, dimítala
A ti, modoso sodomita
Aúpa la púa
Añora la roña
Arrímale la mirra
Así olerá más a mar, Eloísa
A tal latoso, tal lata
Atar al rabo sin rajar ni sobar la rata
Aparta, sátrapa
Até y abusé de su bayeta
A ti no, bonita
Amiga, no gima
Ana, nabo no, banana
Abades: esa se daba al abad. El le daba, la abadesa se sedaba
Alejo, mójela
Alemana, sánamela
Abajo me mojaba
Daba la loca la col al abad
Hala, viva la H
Isaac ataca así
Es raro dorarse
Es Nerón en Orense
El boro da luz al azulado roble
Edipo lo pide
La tropa da cal a cada portal
La diva muere de reúma, Vidal
La mete mal
La renegada es aseada, general
Le va Ravel
La moto botó mal
Oí "Ramón", no "Mario"
"Oíd", añadió
Onán es enano
No subas, abusón
No molas, Salomón
No traces en ese cartón
Ni la tsé-tsé: para peste, Stalin
Oye, sólo lo sé yo
Ordago va, Avogadro
Sacará maracas
Sal o calla, Colás
Salta ese atlas
Robaban a babor
Yo hago yoga hoy
Zeus, asoma, vamos a Suez

Y por sílabas:

¿Ves, Remigio, mi revés?
Pon 'Japón'
Depílese, se le pide
Adela se ladea
Jódeme, que me dejo
Tocaré con recato
Tocaré sin recato

1 comentario:

rafael g dijo...

amor a roma
neuquén (provincia argentina)
te felicito por tu dedicación

 
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