(Comienzo)
Cuando Rosario, suspirando, se desabotonó la blusa y mi mano palpó aquellas carnes desbordantes tras una faja dos tallas demasiado estrecha, mi cerebro entró en modo supervivencia. Cobrar la generosa recompensa prometida por el millonario se convertía automáticamente en prioridad dos. Lo único importante ahora era mantenerme en todo momento encima de Rosario para no perecer por asfixia.
Además, tenía que estar preparado para todo. Más pronto que tarde, aquella faja daría rienda suelta a todos sus secretos, y yo no podía permitir que mi virilidad me abandonase frente a un destino que parecía ya inevitable. Hay héroes anónimos que nunca saldrán en los periódicos.
"Ven, cariño, vamos a la cama", susurró por fin Rosario con voz melosa. Apartó mi mano de su entrepierna, la tomó entre las suyas y me guió hasta su dormitorio.
Quizá habría sido más erótico hacer el amor con un solomillo. Nunca lo sabré, pero aquella noche los dioses me ayudaron. Mi virilidad resistió hasta el final, y Rosario aprovechó con avaricia la bendita circunstancia. Debía de hacer mucho tiempo que no metía a un hombre en su cama.
"Uff. Te lo has ganado, y bien ganado", exclamó al fin, casi sin aliento. "El nombre de ese tipo, su dirección, el nombre de su abuela y, si los encuentro, hasta los apellidos de su dentista". En seguida, con tono mimoso, añadió:
"¿Vendrás a verme el sábado que viene? Esta semana no puedo. Tengo guardia".
Cerré los párpados y tragué saliva. Allá en el fondo, los macarrones se rebelaban contra los intentos de mi estómago por digerirlos. Dramática situación, pensé. Ni siquiera la policía podía ayudarme.
Miré de reojo a Rosario. No sé si conseguí sonreír.
"¡Claro! Cuenta conmigo", respondí.
(Siguiente)
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martes, 24 de diciembre de 2019
La espiral - 3
a las 19:43
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