Empieza a ser ya demasiado obsesivo el empeño de muchos políticos por invocar constantemente el 'progreso' como panacea universal de todos los males. El progreso es lo único bueno, y todo lo demás es un abuso del fuerte contra el débil, de la injusticia contra la justicia y, en suma, del Mal contra el Bien. Así, con mayusculas. Maltrecha ya la fe religiosa, que compite penosamente con esa plétora de videojuegos, smartphones, discotecas, peluquerías y salones de tatuaje que hacen la vida tan apasionante, las religiones tradicionales están de capa caída y se baten en retirada.
Sin embargo, el cerebro reptiliano no se rinde jamás, y los antiguos tics de la religión cristiana retornan sigilosamente, convenientemente disfrazados de anhelos y terrores 'progresistas'. Nuevos tabúes, herejías y sentimientos de culpabilidad se apresuran a llenar el hueco dejado por sermones y catequesis, ahora tristemente mohosos. ¿Quién dijo cambio? No nos engañemos: Parménides tenía razón.
Sin embargo, sorpréndase usted: el catecismo progresista exalta todo lo contrario de lo que predica. Exactamente igual que su predecesora la institución cristiana. Créanlo o no, las enseñanzas progresistas son incitaciones al abuso, la discriminación, el poder, el supremacismo y la empanada mental. Veamos.
Igualdad
Al menos hasta que el padrecito Stalin descienda de los cielos para instaurar el paraíso socialista, las personas, que yo sepa, somos todas diferentes. Todas. Ni siquiera los hermanos gemelos caminan siempre en la misma dirección, parpadean al mismo tiempo ni comen los mismos menús a la misma velocidad. Unos somos altos, otros bajos. Unos calvos, otros hirsutos. Hay seres humanos trabajadores como los hay perezosos, y como los hay también egoístas y generosos. ¿Por qué empeñarse en igualarnos para evitar que seamos como somos: es decir, irreparablemente diferentes?
Me dirán los feligreses progresistas que lo que ellos pretenden es igualar al rico con el pobre. A todos los ricos con todos los pobres, claro, que para eso los progresistas son totalitarios. Pero eso es discriminatorio. Quitarle su dinero a una persona que quizá se ha hecho rica con su esfuerzo para dárselo a otra que quizá es pobre porque no le da la gana trabajar es un abuso como la copa de un pino. De progreso, nada, oiga. Sería más sensato aspirar a una sociedad en la que el pobre, trabajando, pudiera igualarse al rico, o incluso superarlo, sin molestar a nadie. Y en la que el vago cosechara los frutos de su desidia sin que ningún progresista se escandalizara ni increpara a la humanidad por ello.
Violencia de género
Pobres mujeres agredidas por machos violentos y prepotentes... ¿Mujeres? ¿Por qué sólo mujeres? La testosterona descontrolada no tiene remilgos, y no se ceba sólo en las mujeres. Y si no, que se lo pregunten a Pol Pot, a los responsables del Holocausto o al general Custer. Va a ser difícil contarlos, pero yo diría que el número de varones caídos en guerras desde que Caín descubrió las virtudes de la quijada supera abrumadoramente al de las mujeres, no ya asesinadas, sino siquiera lesionadas por representantes del patriarcado opresor. Al menos, en las sociedades no musulmanas.
Al mismo tiempo, el catecismo progresista declara enfáticamente que las mujeres son, en todo, exactamente iguales a los hombres. Entonces, ¿por qué protegerlas a ellas más que a mí? Es cierto, yo nunca me he emparejado con ningún portador de testosterona, pero sí con portadoras de oxitocina, y supongo que, si alguna de ellas me hubiera agredido, yo me habría defendido. Lo siento, se llama supervivencia. Y si alguna hubiera sido más dañina que yo (psicológicamente, unas cuantas lo han sido), yo no me habría quedado mucho tiempo a deleitarme con el drama masoquista.
Me sabe mal decirlo, pero si una persona abusa de otra es porque es superior a ella. De manera que, una de dos: o declaramos que el macho es superior a la hembra y la protegemos, o nos declaramos todos iguales, y que la ley proteja sólo al agredido, sea cual sea la hormona que corra por sus venas.
Inmigración
Si yo fuera pobre (no estoy muy lejos de serlo) y se me ocurriera emigrar a otro país para mejorar mi situación, escogería un país en el que pudiera ganarme la vida trabajando. Y si en algún país no tuviera posibilidades de trabajar, entendería que no me dejaran entrar. Cierto, podrían acogerme con los brazos abiertos, mantenerme con cargo a los impuestos de los que sí trabajan, o permitirme fastidiar a los comerciantes que pagan impuestos (y muy altos) vendiendo imitaciones de sus productos a mitad de precio. Pero, para mí, la dignidad consiste en ganarse la vida con el propio esfuerzo, y si consintiera en recibir un trato así me sentiría fatal.
He dicho que no estoy lejos de ser pobre, y no miento. Pero si algún día me encontrara con una mano delante y otra detrás, me iría a vivir a Africa. En el Africa central, al menos, hambre no pasaré. Siempre hay un mango o una banana que coger de una rama, o un pescado que capturar en cualquier orilla. Tampoco hay que pagar calefacción, y tengo entendido que esas plantas que algunos fuman crecen en abundancia. Probablemente no podré pagarme un médico si caigo enfermo, pero trataré de disfrutar de la naturaleza y de las relaciones humanas, y consideraré que lo importante es la calidad, y no la cantidad, de los años que a uno le queden de vida.
Y, desde luego, si fuera progresista no trataría de emigrar a Estados Unidos, donde (según mi catecismo) el capitalismo salvaje explota a los pobres inmigrantes sin piedad. No, no. Me iría a Cuba, a Venezuela o a Corea del Norte, a disfrutar de la riqueza y la libertad del paraíso socialista.
Digo yo.
Referendums
Se oye muy a menudo decir por ahí "yo soy demócrata, sí, pero los referendums son muy peligrosos". O sea, que tú eres demócrata, pero tu opinión vale más que la de la mayoría democrática. Pues no me aclaro. "Pero entonces --les respondo yo-- si piensas eso será que no eres demócrata". "Sí, sí, claro que soy demócrata, pero los referendums son muy peligrosos". Y no hay forma de sacarlos de ahí. O sea, que ellos creen que todos los votos tienen exactamente el mismo valor, pero sólo tienen derecho a votar los que piensan como ellos...
Pues lo siento, pero no son nada originales. Ya se les adelantó George Orwell en Animal Farm, cuando escribió que "todos en la granja somos iguales, pero hay unos que son más iguales que otros". Todo un visionario, aquel hombre.
Cambio climático
Qué tremendo, el cambio climático. Según el catecismo progresista, la hecatombe que los seres humanos estamos causando en el pobre planeta nos obliga a: (a) sentirnos muy culpables, más o menos como nos enseñaba antiguamente el cura en la misa de doce; (b) aunque nosotros ya hemos pecado y tenemos aire acondicionado y agua corriente, a los que aún no lo tienen hay que impedirles que repitan nuestros errores; (c) ah, y también tenemos que vivir angustiados por la huella de carbono, clasificar las basuras y odiar a los herejes negacionistas mientras seguimos usando nuestros teléfonos móviles, viajando en avión y aguardando ansiosos el advenimiento de la tecnología 5G, que multiplicará por diez el consumo de energía mundial para que nuestro frigorífico pueda decirnos en voz alta que está helado de frío.
Pero con todas esas medidas ¿qué esperamos conseguir? Que el clima no cambie, me dirán ustedes. De acuerdo, pero ¿cómo se comportaría si no cambiara? Pues no lo sabemos, porque el clima, por definición, siempre está cambiando. Simplemente, no podemos detenerlo. Y además ¿qué clase de progreso es ese que pretende que todo se quede como estaba? ¿Eso no era cosa de los fachas?
El odio
Cuando oí por primera vez hablar del "delito de odio", se apoderó de mí esa sensación de que algo no encajaba. ¿Cómo puede ser delito un sentimiento que es espontáneo y pertenece a la esfera de la más estricta intimidad? Podrá ser un delito la incitación al odio, pero ¿a qué --insértese un exabrupto-- legislador le incumbe lo que yo sienta o deje de sentir? Hasta ahí podríamos llegar, papacito Stalin. Ni siquiera manifestar odio debería ser un delito, si verdaderamente defendemos la libertad de expresión.
Claro que, en esto, el catecismo progresista distingue muy claramente entre odio y odio. Por ejemplo, declarar una alerta antifascista y salir a la calle a quemar contenedores de basura no es un delito de odio. Y mucho menos de incitación al odio. Y es que, parafraseando a Orwell, todos los odios son odios, pero hay algunos odios que son, en realidad... amor.
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martes, 10 de diciembre de 2019
¿Progreso?
a las 0:33
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