jueves, 26 de septiembre de 2013

Los slogans

Supongo que todo el mundo sabe lo que es un slogan. Un slogan es un resumen exprimido... con un exprimidor no siempre ecuánime. "No a la guerra", por ejemplo, expresa un deseo que todos compartimos pero que, a efectos de prevención de riesgos, viene a ser tan útil como decir "No a los terremotos". Como los terremotos existen, trate usted de prevenirlos al construir su casa y de predecirlos gracias a sus científicos para, si alguna vez le llega a pillar uno, salir del paso lo mejor posible. En otras palabras, prefiero el slogan "Prevengamos los terremotos".

Pero no son esos slogans los que quería comentar yo hoy, sino uno que resuena últimamente mucho por calles y plazas. Me refiero al slogan-paraguas "No a los recortes". Más concretamente: en el sector de la enseñanza. Y la analogía que propongo es la misma: igual que sucede con los terremotos o las guerras, los recortes existen. Existen porque el Estado tiene una deuda más allá de lo razonable (lo razonable, probablemente, sería menor o igual a cero) y, para poder ir pagándola, necesita reducir gastos.

¿Qué gastos? Es de suponer que los menos importantes, primero, y eso lo tendrá que decidir el presidente del Gobierno. Después, en sus ministerios, cada ministro decidirá a su vez lo que cree o no más prescindible (aunque no está muy claro a quién podríamos pedir cuentas si no estamos conformes).

De momento, la reducción de gastos en la enseñanza se está traduciendo, en particular, en una reducción de plantillas en los centros estatales. Se manejan cifras sobre la proporción entre profesores y alumnos, sueldos comparativos, materias especialmente perjudicadas, etc. Un viejo amigo que trabaja en la enseñanza de adultos se me quejaba el otro día airadamente de las consecuencias de los recortes en su trabajo diario. Me alarmé. Si los adultos que quieren aprender son uno de los gastos menos importantes para el señor ministro, la economía del país debe de estar al límite. Al pasar por el siguiente supermercado, esperé encontrarme a su propietario con una escopeta en la puerta, defendiendo sus existencias, pero no vi nada anormal.

Sin duda, al menos, los colegios normales debían de estar abandonados, con los vidrios rotos y grandes manchas de moho cubriendo la fachada. Pues tampoco. En los colegios entraban y salían niños y adultos con la mayor normalidad. Llegué a mi primera conclusión: cualquier personaje de Groucho Marx habría desempeñado el cargo de ministro con mejor criterio.

La enseñanza de adultos es una rama minoritaria de la enseñanza en España, pero en la enseñanza normal las quejas son también clamorosas. En esos centros, el "No a los recortes" significa, básicamente, que cierto porcentaje de profesores deberá dejar su trabajo y que, en consecuencia, los que queden deberán trabajar más. Sin que les suban el sueldo, sospecho.

Pero el mayor o menor número o sueldo de los profesores no es exactamente el cometido supremo del ministerio. El cometido supremo del ministerio es conseguir una enseñanza lo más eficaz posible, para que los alumnos de hoy desarrollen su potencial humano y estén preparados el día de mañana. Que me corrija el señor ministro si lo que él considera importante es, por ejemplo, que los alumnos aprendan religión, o que estudien con cargo a nuestros impuestos sacando de nota sólo un 5.5.

Como me temo que el señor ministro me va a corregir, olvidémonos de él. Por lo menos, mientras no pongan en su lugar a Rufus T. Firefly. Y centrémonos en la finalidad suprema de la enseñanza estatal, que es la eficacia. La eficacia en la enseñanza consistirá, supongo yo, en que los alumnos acudan a todas las clases durante una larga temporada lectiva y en que las aprovechen. ¿Cómo se aprovecha al máximo una clase? Se me ocurren varias ideas.

Primero, que los profesores estén bien preparados. ¿Lo están? Lo que suelo leer en los periódicos me da a entender que no, pero seamos objetivos. Me conformaré con un examen rigurosísimo de todos los profesores estatales de enseñanza primaria y media, y el que no lo supere, a la calle. Respiro aliviado sólo de pensarlo. Si, como es de temer, después de esa drástica medida faltaran profesores competentes, que los traigan de fuera. Y si no hablan español, que den las clases en inglés. Amiguitos escolares, nadie os prometió nunca un sendero de rosas.

Segundo, que los profesores sean respetados. ¿Lo son? También en este caso me temo que no, pero seamos objetivos. Cuando un niño acumule cierto número de amonestaciones de su profesor, los padres del niño deberán resarcir a los contribuyentes de la pérdida de eficacia general que el niño haya ocasionado. Por ejemplo, si a final de curso ha habido notas insuficientes, los padres de los niños más amonestados deberán pagar, proporcionalmente al número y gravedad de las amonestaciones recibidas, clases particulares extraordinarias para los que hayan sacado peores notas, sean o no sus propios hijos.

Existe ya el slogan "Por una enseñanza de calidad", pero yo preferiría "Por una enseñanza eficaz", porque la calidad de la enseñanza no excluye unos resultados desastrosos y porque, al ser obligatoria, la enseñanza deberá ser también de cantidad. La eficacia, en cambio, es medible.

Detrás de todo esto que estoy diciendo hay, en realidad, un grito de desesperanza ante el nivel humano y cultural de los jóvenes que están empezando a tomar el relevo generacional. Nunca esperé que el nivel educativo de los jóvenes españoles pudiera alcanzar niveles tercermundistas, como me parece que está sucediendo. He pensado mucho sobre las causas de ese fenómeno, que no parece ser exclusivo de España, aunque sí más grave que en muchos otros países.

Una de esas causas, creo yo, es la actitud del avestruz. Es difícil negar que, durante el franquismo, la enseñanza era mucho más eficaz que ahora. Lo cual no es del todo sorprendente, porque el franquismo era una dictadura. Pero, en la medida en que la enseñanza es obligatoria, es también una dictadura, y así debemos entenderlo. No podemos llevar a nuestros niños a la escuela para que aprendan por ciencia infusa o chateando en Facebook. Muchos, muchos avestruces (y muchos políticos) españoles no quieren reconocer esa realidad, quizá porque ya se sabe que las dictaduras son malas y hay que ser progresista.

En realidad, yo sería más progresista todavía. Yo privatizaría la enseñanza de abajo a arriba, e implantaría un sistema de becas que ayude a quien realmente se esfuerza y no puede costeársela. He dicho "a quien realmente se esfuerza", señor Wert, no a quien saque un 5.5.

¿Qué cambiaría en España con la privatización de la enseñanza? Lo mismo que cambiaría en Cuba si privatizaran los supermercados. Los centros docentes competirían entre sí, y los alumnos tendrían la mejor enseñanza posible al mejor precio posible.

Hay dos conceptos clave en todo esto que estoy diciendo: 1 - Cada uno debe apechugar con las consecuencias de sus actos. 2 - Todas las cosas tienen un valor, y la única forma de conocer ese valor es dejar que los usuarios lo paguen de su bolsillo. En la extinta Unión Soviética, los burócratas encargados de fijar los precios de los productos no tenían manera de saber cuánto valían las cosas. La solución que encontraron fue averiguar cuánto valía cada producto en Estados Unidos y convertir esa cifra en rublos.

Regresando al principio, nos hemos quedado sin saber por qué el señor Rajoy considera que la enseñanza es menos importante que, entre muchas otras cosas, los consejeros de las cajas de ahorros, los empleados de las diputaciones, los embajadores autonómicos, los intérpretes del Senado, los asesores de los políticos, el parque móvil oficial, la reforma de la Justicia o la cafetería del Parlamento. Alguien se lo tendría que preguntar, ¿no creen? Pero tengan ustedes paciencia. Primero, porque el señor Rajoy sólo asoma la nariz de cuando en cuando y para decir lo que ya tiene previsto decir, con una credibilidad similar a la de su programa electoral. Segundo, porque la mayoría de los periódicos, que sobreviven gracias a las subvenciones del Estado, quieren seguir sobreviviendo.

Y tercero, porque las listas de nuestros representantes en el próximo Parlamento las van a seguir decidiendo él y otros tres o cuatro como él.

Si llegan a juntarse cuatro, quizá podrían echar una partidita de mus. Por supuesto, a nuestra salud.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, en mi opinión, el tema del fracaso de la educación en España tiene mucho, o todo, que ver con modelos "progresistas" y leyes como la LOGSE.

No sere yo quien me atreva a cuestionar a un verdadero intelectual, y persona honesta, como es don Javier Orrico. El cual, en su libro " La enseñanza destruida" explicaba perfectamente, como hombre lucido que es, y profesor durante muchos años, el desastre originado en la educación ( ya en los ochenta) con sus leyes "progresistas", donde lo importante ya no era transmitir conocimientos y esforzarse. Que va. Lo importante era "el buen rollito"profesor- alumno. El eenseñar en valores ¿? Y alguna que otra zarandaja más.

Eso sí, todo bien definido y orientado por los "pedabobos". Figura en auge, y según don Javier (y sabe de lo que habla) auténtica plaga en el pesimo sistema educativo español.

escéptico

 
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