(Comienzo)
Nadie me vio salir del garaje. Me calé las gafas de sol, caminé con aires despreocupados hasta la playa, y desde allí, dando un pequeño rodeo, regresé a la acera. La calle seguía desierta. Allá lejos, Katia ni siquiera levantó la vista de su tablet. A la vuelta de la primera esquina, Rosario me aguardaba al volante de su coche.
"¿Lo has conseguido?", preguntó. Me miraba como un niño habría contemplado una bicicleta nueva una mañana de Reyes. Y no por casualidad: su lengua recorría sensualmente los bordes de un cornete de chocolate.
Naturalmente, me alarmé.
"¿Dónde has comprado ese helado?", dije. Era una pregunta masoquista. No había muchas respuestas posibles.
"Hay un puesto de helados allá detrás, en la otra calle. Los vende una tipa muy rara. Una rubia vestida de rosa que parece un andamio"
Tragué saliva. Mi suerte estaba echada.
"¿Has encontrado la peluca, o no?", insistió. Su mirada provocativa anunciaba ya los efectos del helado de Katia.
"Sí, sí. Luego te la enseño. Nos podemos ir ya, si quieres"
"Espera un poco, mi amor. Todavía no me lo he terminado. ¿Quieres probarlo?"
Negué con la cabeza.
"No, gracias", respondí. "Tu flan de postre me ha dejado un recuerdo imborrable". Mi comentario era suficientemente ambiguo, pero Rosario no pareció enterarse.
"¿Y cómo sabes que estoy hablando del helado?", susurró, reclinándose amorosamente sobre mi hombro. Su mano libre cogió la mía y la deslizó entre sus muslos. Suspiré.
"Tenía la esperanza de que por una vez me sorprendieras", repuse.
"¿Sabes? Tu gatita está en celo. Hace ya dos noches que no dormimos juntos"
Me besó. El cornete de chocolate estaba empezando a hacer efecto. Mucho.
"Hagamos el amor aquí mismo", jadeó de pronto junto a mi oído. Engulló de un bocado el resto del cornete y me ofreció sus labios, húmedos y sensuales. Treinta segundos más, y Rosario sería irresistible. Miré a mi alrededor.
"No te preocupes, no nos verá nadie", murmuró, besando suavemente mi mejilla. "La calle está desierta"
"¿Sabes que eres irresistible?", dije, veinte segundos antes de que mi pregunta fuera correcta.
"¿Lo has conseguido?", preguntó. Me miraba como un niño habría contemplado una bicicleta nueva una mañana de Reyes. Y no por casualidad: su lengua recorría sensualmente los bordes de un cornete de chocolate.
Naturalmente, me alarmé.
"¿Dónde has comprado ese helado?", dije. Era una pregunta masoquista. No había muchas respuestas posibles.
"Hay un puesto de helados allá detrás, en la otra calle. Los vende una tipa muy rara. Una rubia vestida de rosa que parece un andamio"
Tragué saliva. Mi suerte estaba echada.
"¿Has encontrado la peluca, o no?", insistió. Su mirada provocativa anunciaba ya los efectos del helado de Katia.
"Sí, sí. Luego te la enseño. Nos podemos ir ya, si quieres"
"Espera un poco, mi amor. Todavía no me lo he terminado. ¿Quieres probarlo?"
Negué con la cabeza.
"No, gracias", respondí. "Tu flan de postre me ha dejado un recuerdo imborrable". Mi comentario era suficientemente ambiguo, pero Rosario no pareció enterarse.
"¿Y cómo sabes que estoy hablando del helado?", susurró, reclinándose amorosamente sobre mi hombro. Su mano libre cogió la mía y la deslizó entre sus muslos. Suspiré.
"Tenía la esperanza de que por una vez me sorprendieras", repuse.
"¿Sabes? Tu gatita está en celo. Hace ya dos noches que no dormimos juntos"
Me besó. El cornete de chocolate estaba empezando a hacer efecto. Mucho.
"Hagamos el amor aquí mismo", jadeó de pronto junto a mi oído. Engulló de un bocado el resto del cornete y me ofreció sus labios, húmedos y sensuales. Treinta segundos más, y Rosario sería irresistible. Miré a mi alrededor.
"No te preocupes, no nos verá nadie", murmuró, besando suavemente mi mejilla. "La calle está desierta"
"¿Sabes que eres irresistible?", dije, veinte segundos antes de que mi pregunta fuera correcta.
"Para ti, siempre. ¿Ya lo estás notando"
Efectivamente, mi mano lo estaba ya notando. Y la suya, ahora, también. No es que nos fuese a detener la policía por hacer el amor en la calle. La policía estaba más bien colaborando. Pero, incluso dentro del coche y con las ventanillas cerradas, Rosario era capaz de despertar a todo el vecindario.
"De acuerdo", accedí. "Pero antes quiero pedirte un deseo. Cómprate otro helado. Me excita muchísimo verte lamiéndolo"
Un relámpago de lujuria destelló en sus ojos. Antes de que pudiera darme cuenta, Rosario se alejaba ya por la acera en dirección al puesto de Katia. Miré el segundero de mi reloj y suspiré, aliviado. Justo a tiempo.
(Siguiente)
Efectivamente, mi mano lo estaba ya notando. Y la suya, ahora, también. No es que nos fuese a detener la policía por hacer el amor en la calle. La policía estaba más bien colaborando. Pero, incluso dentro del coche y con las ventanillas cerradas, Rosario era capaz de despertar a todo el vecindario.
"De acuerdo", accedí. "Pero antes quiero pedirte un deseo. Cómprate otro helado. Me excita muchísimo verte lamiéndolo"
Un relámpago de lujuria destelló en sus ojos. Antes de que pudiera darme cuenta, Rosario se alejaba ya por la acera en dirección al puesto de Katia. Miré el segundero de mi reloj y suspiré, aliviado. Justo a tiempo.
(Siguiente)
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