domingo, 19 de julio de 2020

La espiral - 22

(Comienzo)

El jardinero salió del garaje empujando la cortadora de césped. Cuando estuvo en el otro extremo del edificio la puso en marcha. El ruido del motor merodeó unos instantes frente a la cocina y se alejó después hacia la rosaleda. El jardinero empezaba siempre por aquel extremo del jardín. Me asomé un momento a la fachada que daba a la playa. En la terraza, Severo Smith dormitaba en una hamaca con una revista entre las manos y, junto a la orilla, Belinda moldeaba un castillo de arena rodeada de niños con cubos, palas y patos hinchables. En la calle, desierta, se divisaba sólo a lo lejos el puesto de helados de Katia, que, de espaldas a mí, parecía muy ensimismada en la pantalla de su tablet.

Con un movimiento rápido me interné en la penumbra del garaje, y aguardé a que mi vista se adaptara a la oscuridad. La cocinera había terminado ya su jornada laboral, y yo ya no esperaba encontrarme a nadie en el interior de la vivienda. Era una movida arriesgada, pero no se me ocurría otra manera de conseguir lo que andaba buscando. En el yate de Andy era imposible. Nunca estaba desocupado, y de todos modos lo más probable era que Belinda guardase la peluca en su vestidor. Yo sólo tenía que encontrar la manera de llegar a él.

Poco a poco, distinguí los relieves del interior del garaje. Una de sus paredes estaba tapada por una estantería ocupada por cachivaches y herramientas de jardinería. En un rincón había una taquilla desvencijada y, junto a ella, en el suelo, una manguera enrollada que goteaba todavía. Por fin, en la pared del fondo, distinguí los contornos de una puerta. Me acerqué a ella y empujé el picaporte, pero estaba cerrada con llave. Maldición. 

El ruido de la cortadora de césped se oía todavía lejano, pero se iba acercando. En algún lugar tenían que estar las llaves de aquella puerta. Exploré la estantería y los relieves de las paredes, pero no encontré ninguna llave. Entonces me acerqué a la taquilla y, procurando no hacer ruido, la abrí. En su interior se veía sólo una escalera de mano y un par de botas de agua. El compartimento superior parecía vacío. Me empiné ligeramente y estiré el brazo hasta el fondo. Mis dedos tropezaron con una bolsa de plástico. Tiré de ella. Cuando la tuve entre las manos, la abrí y me asomé a su interior.

Reprimí una exclamación de alegría. No necesitaría subir hasta el vestidor de Belinda. La peluca que yo buscaba estaba allí.

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