domingo, 12 de agosto de 2018

¿Democracia absolutista o democracia subsidiaria?

Los enemigos de la libertad que gobiernan esta comunidad autónoma parecen haber emprendido una cruzada contra los centros de enseñanza concertados. Es natural. La izquierda siempre ha confundido el gobierno con el estado, y la libertad con sus pulsiones represoras. La cantinela de fondo es siempre la misma: lo público es bueno.

Cuando dicen "lo público" en realidad quieren decir "lo estatal", es decir, lo que controlan ellos con nuestro dinero. Por desgracia para ellos, las sociedades han evolucionado hacia un grado de totalitarismo tolerable -no mucho más, y actualmente en retroceso-, y la izquierda no se atreve a hablar de supermercados públicos, líneas aéreas públicas, marcas de ropa públicas, bares públicos o alcobas públicas (aunque últimamente estén un tanto ansiosos por controlar no sólo lo público, sino incluso lo púbico). Lástima. Ya se sabe que las cartillas de racionamiento son el sueño supremo de todo izquierdista que se precie.

El tema de la enseñanza concertada plantea muchos interrogantes. Su finalidad es permitir a los padres escoger para sus hijos un colegio privado a un coste asequible. Naturalmente, el coste es asequible porque los colegios concertados reciben un subsidio estatal con cargo a nuestros impuestos. Aun así, subsidiar un colegio concertado nos sale más barato que mantener uno 'público', dado que los colegios estatales no compiten con nadie, y por lo tanto son más ineficaces. Desde el punto de vista práctico, la enseñanza concertada mata dos pájaros de un tiro: ahorra dinero a los contribuyentes y otorga libertad a los padres para la educación de sus hijos.

Entonces, ¿por qué no suprimir todos los colegios 'públicos' y sustituirlos por otros 'concertados'? Por una parte, habría más diversidad de colegios entre los que escoger. Y, por otra, nos ahorraríamos mucho dinero, que por lo tanto podría permanecer en nuestros bolsillos y nos permitiría vivir más desahogadamente. La respuesta es compleja. La enseñanza estatal es un fósil de un pasado en el que un alto porcentaje de la población era analfabeta y no tenía recursos ni para pagar una escuela. Si el Estado se resiste a soltarla es porque le permite un mayor control ideológico sobre sus futuros vasallos y porque, para un político, adelgazar el Estado significa perder parcelas de poder y, por lo tanto, acrecienta el riesgo de tener que trabajar para ganarse la vida.

Sin embargo, los supermercados, las marcas de automóviles o las cafeterías no reciben ningún subsidio estatal. Simplemente, compiten entre sí para ofrecernos las mejores prestaciones posibles al menor precio posible. ¿Por qué no suprimir completamente los subsidios y permitir que todos los centros de enseñanza compitan entre sí? Es cierto que los colegios privados son hoy muy caros, pero ello se debe, en gran parte, a que son un oligopolio para ricos. La libre competencia los obligaría a mantener la calidad abaratando los precios, y nosotros tendríamos también más dinerito en el bolsillo gracias a la merma de nuestros impuestos.

Naturalmente, la educación es algo demasiado importante para arriesgarse a que un niño se quede sin ella, o a que reciba una enseñanza defectuosa. Sin embargo, más importante todavía es la alimentación, y no por ello hay supermercados estatales o 'concertados'. Puedes estar un mes sin ir al colegio, pero si te quedas un mes sin comer no hay duda: te mueres.

Pero hay otro interrogante todavía más profundo: ¿por qué es obligatoria la educación infantil? Damos por supuesto que la educación es un valor universal, pero tal vez haya personas que no lo entiendan así. Me dirán ustedes que no hay ni un solo progenitor que no desee la educación de sus hijos. Si eso es cierto, entonces ¿por qué hacerla obligatoria?

La verdadera pregunta de fondo es: ¿hasta qué punto es lícito que la sociedad imponga a todos sin excepción la escala de valores de una mayoría? Este es uno de los puntos más débiles de la democracia, del que sin embargo nadie habla nunca. En un futuro, quizá lejano, es posible que esa situación cambie, posiblemente para bien de todos.

La democracia ateniense funcionaba muy bien, pero en Atenas los esclavos no tenían derecho a votar. Los seres humanos han practicado la esclavitud durante milenios, y es poco probable que en alguna de aquellas sociedades un referéndum hubiese otorgado la libertad a los pobres esclavos. En el sur de los Estados Unidos, los negros estaban mayoritamente considerados inferiores, y Hitler accedió al Parlamento alemán gracias a unas elecciones democráticas en el que por entonces era, probablemente, el país más culto del mundo.

Situaciones así habrían sido evitables si los oprimidos hubieran tenido la posibilidad de cambiar de sociedad. Los judíos, durante siglos marginados en casi toda Europa, pudieron en el siglo XVII emigrar a Holanda, donde a nadie le importaba un comino su religión o sus orígenes, y en el siglo XX los más afortunados consiguieron emigrar a Palestina, donde un naciente Estado los protegía del exterminio.

Desde luego, no es fácil tomar la decisión de emigrar, mucho menos con toda una familia a cuestas. Por salvar el pellejo uno está dispuesto a todo, pero no es fácil abandonar bienes, amigos, fuentes de ingresos, paisajes y recuerdos simplemente para mejorar nuestra vida, incluso cuando la mejora que esperamos pudiera ser sustancial. Peor todavía: la democracia absolutista está considerada hoy como el bien supremo, y difícilmente encontraremos un país que tenga siquiera intención de mejorarla.

Actualmente, sin embargo, la tecnología puede resolver ese problema.

Otra cosa es que lo resuelva pronto. Las sociedades, por lo general, evolucionan lentamente, y los conceptos innovadores pueden tardar siglos en ser siquiera perceptibles para la mayoría de la población. Además, como ya hemos visto, lo último que un político desea es ganarse el pan con el sudor de su frente, y hará todo lo que esté en su mano -que es mucho- para mantener el status quo.

Pero los cambios que acarrean las innovaciones tecnológicas son irreversibles, y tarde o temprano se acaban imponiendo. Pudiendo evitarlo, a nadie en su sano juicio se le ocurre hoy comprarse un burro para ir al trabajo, lavar a mano en el río más cercano o curarse la fiebre con sanguijuelas. Con una puntualización: no estoy dando a entender que esas innovaciones sean exclusivamente positivas, sino que el balance de esos cambios es positivo. Adoro el botijo, pero en mi cocina tengo un frigorífico.

Volviendo a la democracia absolutista, ¿cómo podríamos mejorarla gracias a la tecnología? Ha habido ya algunos atisbos en ese sentido, pero nadie les ha dado la importacia que realmente tienen. La famosa X de los impuestos destinados a la iglesia católica [ver nota de pie de página] es probablemente la primera grieta en el edificio del Antiguo Régimen. ¿Qué quiere decir esa X? Que la iglesia católica está suficientemente organizada para conseguir sustraerse a la voluntad del Estado. De haber podido, los gobiernos de izquierda la habrían privado completamente de ingresos, pero la iglesia católica no es una institución cualquiera, y el Gobierno ha tenido que conformarse con una solución de compromiso. Desde mi punto de vista, perfecta.

El precedente que han sentado, probablemente sin saberlo, es cualitativo. Por primera vez en la historia -que yo sepa-, la potestad del Estado para administrar los impuestos como le encomiende una mayoría de votantes -en la práctica, como le dé la gana- ha sido puesta en tela de juicio. ¿Por qué no asociarnos los ciudadanos en otros respectos y seguir el ejemplo de la iglesia católica? Yo no tengo automóvil y apenas hago uso de la red de carreteras. Preferiría que mis impuestos estuvieran destinados en menor medida a las carreteras y en mayor medida a la limpieza de las aceras, o a la repoblación forestal.

Lo fascinante del sistema de las X es que permitiría la coexistencia de Estados alternativos en un mismo territorio. Si se implantara, no haría ya falta emigrar, o simplemente aguantarse frente a los abusos absolutistas de las mayorías democráticas. Nuestra libertad aumentaría cualitativamente, y no perjudicaríamos a nadie, ya que nos limitaríamos a promover nuestros intereses.

Recordemos que los progresos que nos proporciona la tecnología suelen ser en balance positivos. La gran amenaza de Internet, hoy en día, es Big Brother, y no será fácil protegerse frente a él. Pero ya conocemos el dicho: "hecha la ley, hecha la trampa". Los intentos de controlar nuestra actividad en la Red tienen ya un adversario formidable en la tecnología de 'blockchain', y sin duda aparecerán otras nuevas que seguirán desafiando los afanes totalitarios. Hemos de confiar en el ingenio humano y, sobre todo, en el anhelo de libertad, si no de todos, al menos de una minoría.

En cualquier caso, la propuesta de las X -que podríamos denominar 'democracia subsidiaria'- es de momento sólo una idea a explorar, y en la práctica seguramente no será tan simple como en la teoría, pero en mi opinión el camino está ya trazado. Y, sobre todo, es irreversible.


*La X de la Iglesia Católica hace referencia a una casilla que figura en las declaraciones de impuestos de España. Marcándola con una X, el contribuyente decide que quiere destinar un porcentaje de sus impuestos a esa institución. Cuando la casilla se queda en blanco, el mismo porcentaje irá destinado a ONGs y organizaciones similares.

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