martes, 20 de octubre de 2009

El buscador

Al principio es de noche, y no sabe lo que está buscando. Sólo sabe que la noche es oscura, y un autobús o un barco, con él dentro, se abre camino a través de un océano de sombras. Ve pasar a ambos lados luces rápidas, que a veces tienen significados. Y se siente flotar. Es un viaje real, pero para él es como la ruta misteriosa de un submarino que lo conduce a través de su vida. En qué dirección, no está seguro. A su alrededor, los objetos de la noche desolada flotan, o quizá es él quien se deja mecer en una suave neblina confortante. Ahora comprende.

Sus manos recuerdan unos pechos de mujer. Eso era. A través del aire frío de la madrugada ha comprendido. Su vida ha sido generosa en meandros, y él ha creído siempre llevar en sus bolsillos un talismán o brújula. Brújula o veleta, a favor o en contra del viento, haciendo crujir guijarros o doblando esquinas que conducían a otros senderos, puentes, callejones sin salida de los que había que retornar siempre aliviado, siempre insatisfecho. Ha volado millas acumuladas que conectaban continentes, ha navegado, desgastado neumáticos que hendían cordilleras y bordeado lagos y acantilados, ha saltado tapias imaginarias huyendo de jaurías obsesivas como tambores en la selva, ha desafiado espantapájaros que él creía totems temibles, como si las ruinas de Selinunte nunca hubieran sido desencajadas por un terremoto. Se ha internado en selvas, ciudades y poblados, avenidas majestuosas y barrios rotos y deslavados. Y hasta se ha asomado a ventanas desconocidas creyendo percibir vestigios de una tibieza siempre vedada.

Tantas maletas hechas y deshechas y rehechas y redeshechas y cepillos de dientes y bufandas y cremalleras y formularios de aduana. Tantos parkings de hotel y cartas de restaurante y camas y amaneceres y conversaciones en lenguas diferentes. Tantas olas embestidas en busca de qué.

Y esa noche, en los comienzos de la madrugada, mira el cielo inmenso, sin luna, y casi sin pensarlo sus dedos escriben una simple palabra: "lucecita".

Una lucecita en la noche.

Como aquella que iluminaba su habitación de niño para ahuyentar los fantasmas y las autopistas y callejones que con los años habrían de venir. Nunca hasta aquella noche entendería completamente que su único significado era aquel contacto de sus manos con unos pechos de mujer. Ha robado migas de amor en grandes almacenes, en tiovivos y minas y valses y portales y moquetas y recodos del camino, pero él siempre les ponía otro nombre. Nunca el suyo verdadero: "lucecita".

Por eso flotaba aquella noche. Estaba triste, pero levitaba suavemente a impulsos del autobús que devoraba madrugada alejándose de la ciudad. En su bolsillo, la brújula estropeada dormía. Reclinó la cabeza sobre el asiento, suspiró, y se dejó envolver por el calor del recuerdo. En el cénit de aquella noche oscura, sus párpados cerrados sintieron mansamente descender sobre ellos la luz de una luna gigante, redonda, llamada 'revelación'.

Era ya tarde. Se envolvió en las sábanas y apagó la luz.

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