jueves, 21 de febrero de 2008

Castro (Fidel)

Buenas noticias: Fidel Castro, el Comandante, el hombre que hizo la Revolución para convertir la prosperidad en miseria, la libertad relativa en opresión totalitaria, y aquella alegre La Habana de vida disipada en un gigantesco lupanar, renuncia a la Jefatura del Estado cubano (aunque seguirá siendo Secretario General del Partido Comunista). La siguiente buena noticia será su desaparición del mundo de los vivos.

Visité Cuba allá por los años 80. La alegría vital de los cubanos, en medio de aquella penuria y de aquella sórdida opresión burocrática, me impresionó. Desde entonces, Cuba es mi país soñado, el país donde me gustaría vivir. Pero no antes de que sobrevenga la segunda buena noticia.

Como testimonio de aquel viaje escribí un ecléctico soneto. En él intenté reflejar las impresiones contrapuestas que me causó el país, aquel trozo exuberante del Caribe atrapado en una camisa de fuerza policíaca que llegaba hasta los últimos rincones de la vida privada, la maraña de plantas industriales, sucias e ineficientes, que oscurecían el horizonte cuando entré por carretera a La Habana... y la vitalidad inagotable de un pueblo humillado, encarcelado y racionado pero siempre rebosante de alegría y buen humor:

PATRIA O MUERTE
(La Habana)

En ti, dos ojos verdes periscópicos
de fabulosos tríglifos soviéticos
que surcan, entre nervios antitéticos,
tu piel de oscuros seres alotrópicos.

Selvas de mástiles estroboscópicos
tachan tu cénit de humos verdiacéticos,
y reflejan tus índigos miméticos
eléctricos azúcares higrópicos.

-Con ron, bien van las colas para el pan.
-Por un cupón me dan un calcetín.
-Sin ton ni son no baila el camarón.

(Mas danza el dólar, y tras él se van
los negros, sin objeto ni confín,
por las ruinas sin fin del malecón.)

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domingo, 17 de febrero de 2008

Mi hit parade

Gracias a uno de esos servicios gratuitos que uno encuentra fácilmente buscando por la Web, voy consultando con cierta frecuencia las estadísticas de este blog. Y me he llevado algunas sorpresas. ¿De dónde provienen mis lectores? ¿Qué venían buscando? He aquí un pequeño resumen.

El mayor éxito hasta ahora lo han cosechado las frutas. Para mi gran sorpresa, una mayoría de lectores buscaba nombres o caricaturas de frutas; alguno que otro deseaba conocer peliculas con nombre de fruta, y no pocos querían averiguar la clasificación taxonómica de la manzana. Eso sí, con un cierto componente cosmopolita: en español, en inglés e incluso en latín. ¿Qué frutas? Principalmente la ciruela, la pera y el mango, aunque algunos habían oído hablar de la leyenda del tomate, y querían más precisiones al respecto.

En segunto lugar están los que buscaban caricaturas, o caricaturas de Pompeya, o de Ricky. No sé si ese Ricky era yo, pero en cualquier caso me temo que mi blog los ha defraudado. Lo siento, queridos lectores.

Pero no hay que desesperar. También he sido objeto de consultas más cultas: un porcentaje no desdeñable quería información sobre Albert Boadella. En esto, algo he podido aportarles. Pero si aún me estáis leyendo, amigos lectores, no desesperéis. Dentro de pocos días el podcast de Ricky Mango os ofrecerá una larga e interesante entrevista con Albert Boadella, que nos hablará de teatro y literatura. ¿Demasiado intelectual para los que buscan la taxonomía del tomate? Escuchadla primero, y después me diréis: al pie de las entradas de mi blog hay siempre un pequeño enlace donde podéis dejar vuestro comentario. Me encantará leerlo.

A mucha distancia, otros lectores acudían sedientos de noticias sobre el blog de Laura Garcia, Lee Smolin, Un mundo feliz, Flaubert y España, Mauricio Sotelo, o Jacques Lacan.

A algunos les habrá defraudado averiguar que no es mucho lo que les he aportado. Por ejemplo, a quienes buscaban un resumen de The Big Sleep, o información sobre Valle-Inclán y la política española. Prometo tenerlos en cuenta en alguna futura entrada.

Doce lectores preguntaban por las nuevas siete maravillas (del mundo, imagino), y uno de ellos preguntaba por el ganador de las siete maravillas… pero de Almería.

Unas cuantas búsquedas eran un tanto enigmáticas. Helas aquí:

Libros prohibidos en los años de plomo en Marruecos
Escala taxonomica del caracol manzana
Cuyos habitantes los Almería

La más enigmática de todas:

Hércules Urgel

Me he encontrado también con búsquedas muy detalladas. Hay usuarios que parecen acudir a Google como antaño algunos acudían al Oráculo. Por ejemplo, cuando buscan:

El entierro del Conde Orgaz ocultaba los restos del noble
Qué estaba ocurriendo en el mundo en la época en que vivía Isaac Newton

Los hay que confiesan sin saberlo ideas perturbadoras que, tal vez, los atormentan: "¿Es bueno el mango para el higado?" "Por qué el mango es malo para el higado" "Qué significa soñar con mangos"

Pues, la verdad, yo no lo sé.

En otro orden de cosas no han faltado, naturalmente, los que rozan con sus preguntas el terreno erótico ("diosa del amor Laxmi")... o, incluso, se adentran valientemente en él. Un lector, por ejemplo, quería información sobre el método karezza. Otro solicitaba ambiguamente información sobre "el tamaño", y otro, más gráfico, buscaba simplemente la palabra "mojada". Tal vez era algún habitante de un país lluvioso...

También he defraudado a aquel o aquella visitante que buscaba "hombres con torso velludo". Lo siento. Igualmente lamento no disponer de dato alguno sobre el "club de alterne Campohermoso". Imperdonable, lo sé, pero es que no salgo mucho de casa últimamente.

Sin embargo, la investigación que más me ha conmovido ha sido la de este usuario de Google que, probablemente, recorría desesperadamente la Web a la caza de vídeos de YouTube buscando:

yotuve Almería

No me preguntéis si los encontró.

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viernes, 15 de febrero de 2008

El ruido, el silencio

Hay luchas eternas, bíblicas, mitológicas, consustanciales al ser humano, como la lucha entre el Bien y el Mal. Pero hay también guerras de desgaste que se libran paso a paso, minuto a minuto y día a día. Peor aún: entre dos frentes. Como la guerra entre el ruido y el silencio.

Es una pugna polimórfica. A veces, uno ha de luchar por el silencio, y a veces contra él. El silencio son los amigos que enmudecen, las puertas cerradas de los clanes, la ceguera voluntaria del envidioso, la indiferencia del esclavo feliz. El ruido son las sirenas de los bomberos, la hojarasca banal de las conversaciones, las cantinelas ideológicas, la música estruendosa de los lugares públicos, las retahílas de papagayo aprendidas de los mass media.

Ambos son terribles. El ruido irrita, pero el silencio duele. ¿Cómo se habría sentido Robinson Crusoe en una isla desierta repleta de altavoces que emitiesen constantemente anuncios de cocacola, o videoclips musicales?

Pero el fuego y el agua templan el acero. Entre el silencio de los que envejecen y el ruido de los que no tienen nada que decir hay un áspero camino, erizado y agotador, en el que uno ni se quema ni se ahoga. Es un ascenso que en ocasiones se antoja interminable y que, a veces, parece no ser otra cosa que un viaje de Sísifo.

Se me había ocurrido divulgar mi reciente entrevista a Hermann Tertsch mediante los medios de comunicación online. Acostumbrado a visitar sitios web en inglés, había pensado que, si encontraba la noticia o la columna adecuada al tema de la entrevista, podría insertar un comentario de utilidad para quienes pudieran estar interesados.

Pero, en español, los periódicos, revistas, televisiones y radios por Internet están blindados. A piedra y lodo. Monologan. Se miran el ombligo con delectación. Cuentan con un tipo de lector feudal, consumidor y obediente que sólo podrá ingresar en la camada si aprende a tomar partido, a dejarse manejar, a aceptar consignas. El viejo estilo.

Pobres ancianos. Intentan hacer la guerra en un medio que es perfecto para la guerrilla. Un blogger no necesita un imperio de micrófonos, estudios, cámaras e imprentas para influir en miles de personas: sólo necesita una red. Mientras los poderosos, un poco atónitos, insisten en lanzar su caballería y sus tanques para imponer su tradicional derecho de pernada, a su alrededor, lenta pero inexorablemente, se van tejiendo redes. Tarde o temprano, los poderosos tendrán que abrir sus puertas (y sus ventanas).

Y cuando lo hagan se encontrarán con que, mientras ellos defendían su inexpugnable línea Maginot con prepotencia de dinosaurio, el mundo que se había ido gestando allá afuera no será ya un rebaño de borreguitos dóciles y anónimos. Será un mundo de redes.

Entonces se darán cuenta de que están rodeados.

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domingo, 10 de febrero de 2008

Un explorador

"De hecho, no soy en absoluto un hombre de ciencia, ni un observador, ni un experimentador, ni un pensador. Soy, por temperamento, nada más que un conquistador -en otras palabras, un aventurero-, con toda la curiosidad, osadía y tenacidad características de ese tipo de persona." Sigmund Freud

Desde muy antiguo, Sigmund Freud desempeñó en mi vida un papel importante. Cuando en la Facultad los marxistas me hablaban de Marx, yo les replicaba con Freud, y a sus explicaciones en términos de 'masas' yo replicaba con mi énfasis en la 'consciencia' del individuo y en la lucha contra las convenciones sociales. Freud fue para mí un descubrimiento porque sus teorías, con aquel lenguaje racionalista de la física del siglo XIX, 'explicaban', en el plano del ser humano, esquemas aprendidos y repetidos que se habían convertido en automatismos de nuestro comportamiento.

Él convirtió el papagayo que todos llevamos dentro en un ser humano. Un ser humano falible, como los dioses del Olimpo, pero, al igual que los dioses del Olimpo, sin sentimiento de culpa.

Quizá la herencia del cristianismo que más daño ha hecho a Europa ha sido el sentimiento de culpa. Una vez inculcado, el sentimiento de culpa nunca desaparece, pero se mitiga con la obediencia, y la obediencia implica un patriarca, un territorio, una ideología: la obediencia genera sectas, mundos cerrados. El dios de Abraham, ese gran manipulador, creó a sus criaturas sabiendo que desobedecerían para, a continuación, expulsarlas del Paraíso y castigarlas con el pecado original.

Freud inauguró la cantera de los códigos da Vinci con aquel ensayo suyo magnífico sobre un recuerdo infantil del genial Leonardo. Y, con su ensayo sobre el Moisés de Miguel Angel, demostró a los dramaturgos que, construyendo el background adecuado, una imagen estática podía tener una fuerza escénica tan demoledora como la de una tragedia griega. Su obra fue un Renacimiento hacia el interior de la mente: gracias a él, los mitos de nuestra antigüedad retornaban, transformados en pasiones eternas, y fueron el germen de la destrucción de aquel mundo puritano e hipócrita en que la vieja Europa se había convertido.

Y la savia nueva de todos aquellos Sísifos, Electras, Antígonas, Edipos y Yocastas abrió las puertas al movimiento Dadá y al surrealismo.

Pero además creó un lenguaje racional para abordar el funcionamiento de la mente. Un lenguaje basado en la física de Helmholz, muy diferente de los conceptos de la psicología actual, tan anglosajona, que analiza la psique en términos de 'cajas' y máquinas de Turing.

El psicoanálisis nunca llegó a ser ciencia, pero abrió caminos. Cuando las modas actuales pasen -como es su sino- de moda, alguien apartará la maleza que, entre tanto, ha crecido sobre ellos, y seguirá explorando.

Sigmund Freud era un hombre singular. Aprendió español sólo para poder leer el Quijote en versión original. Y hablaba fluidamente el griego clásico. En su primer viaje a Grecia, apenas descendido del tren en la estación de Atenas, tomó un taxi y se dirigió al conductor hablándole en el griego de Sócrates... sin ningún éxito, naturalmente.

Tenía también sus manías. Acudía siempre a las estaciones con cuatro o cinco horas de antelación, para estar seguro de no perder el tren. Y el hábito de fumar, esa fijación oral tan inconfundible para un psicoanalista, no lo abandonó hasta el final de sus días. Su antiguo domicilio, en la Berggasse 19 de Viena, conserva de aquellos tiempos únicamente un arcón, un perchero y, en las paredes, fotografías de su antiguo despacho, aquel pequeño museo arqueológico que él mismo iba acumulando.

El resto de sus enseres, junto con su familia, emigraron con él a Londres. Las juventudes nazis de Viena habían engordado demasiado, y se comían la ciencia y la cultura con la misma glotonería -y zafiedad- con que seguramente devoraban los Kuchen de la abuela antes de salir a la calle, correajes e insignias sobre las camisas pardas, a demostrar que los arios, naturalmente, son superiores.

Hicieron falta setenta y dos millones de muertos para demostrarles que no tenían razón.

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martes, 5 de febrero de 2008

Autopista

Aranjuez era el comienzo virtual de mi novela inconclusa 'Ruede la Luna'. Allí un Rey imaginario, repentinamente abandonado de todos -servidumbre y dignatarios extranjeros-, comprendía que para huir de aquel lugar no tenía más remedio que agacharse, hacer girar plebeyamente la manivela que ponía en marcha el motor, sentarse al volante y confiar en que la carretera que salía de Palacio condujera a algún lugar seguro. O, simplemente, a algún lugar.

Escribí la escena de memoria, porque no había regresado a Aranjuez desde que tenía 8 o 9 años, cuando el padre de mi amigo Paquito me invitó a hacer el viaje con ellos en un Citroën 'Pato' de segunda mano que se acababa de comprar. Entonces era primavera. Ahora era invierno. Entonces había una carretera desde Madrid. Ahora hay un enjambre de autopistas entrelazadas, un laberinto apocalíptico donde lo inverosímil es encontrar el camino deseado simplemente guiándose por las señalizaciones.

Después de mirar el mapa concienzudamente, el conductor sale de Aranjuez con el ingenuo propósito de alcanzar rápidamente la autovía de Valencia. El día es gris, infame. Llovizna. Los carriles de la primera autovía a la que accede se bifurcan, se multiplican, ascienden y descienden. Un reguero inacabable de camiones con jorobas gigantescas oculta las señales de tráfico hasta que el automóvil pasa justamente debajo de ellas: demasiado tarde. El conductor reduce la velocidad. Otros automóviles protestan a golpe de claxon. El camión que va delante se distancia, pero otros camiones alcanzan a su automóvil, lo adelantan, y el letrero informativo que estaba a punto de asomar desaparece de nuevo detrás de otros paralelepípedos humeantes.

Cuanto más reduce la velocidad, más camiones lo adelantan. A su alrededor, el paisaje es yermo, calizo, gris sucio. Por fin, un letrero: M-50, R3, R4, M15, M-306, A-3, E-51, Madrid, Aranjuez, Ocaña, Toledo, Córdoba. ¿Cuál de esas direcciones conduce a Valencia? Ha de tomar una decisión ya. En una autovía abarrotada de vehículos no puede detenerse a pensar. Se decide por Córdoba. Y tiene suerte. Un kilómetro después, otro letrero: Toledo, Tarancón. Lo sigue. Se relaja.

Pero el letrero siguiente reza sólo Toledo. Tarancón ha desaparecido. El cielo está cubierto. Si al menos se viera el sol, podría orientarse. Continúa hacia Toledo. Ve pasar una prisión, un campo árido, feo, desolado. Una angustia existencial se apodera de él. Miles de seres humanos viajan por aquellos laberintos diariamente, como ratas de laboratorio. Aquella pesadilla forma parte de sus vidas cotidianas. ¿A cambio de qué?, se pregunta. Añora su bicicleta, la sensación de libertad mientras pedalea a través de los jardines bajo un cielo azul, sin humos ni prohibiciones ni tubos de escape a su alrededor.

Pero la carretera se prolonga hacia Toledo, y a esas alturas ya ha comprendido que viaja en la dirección contraria a la que él pretendía. Da media vuelta y, después de varios kilómetros, regresa a la autovía. Empezar de nuevo. Dirección: Córdoba. Unos kilómetros más, y se encuentra otra vez... en Aranjuez. Direcciones: Madrid, Albacete, Córdoba. M15, R5, E02, A13, M324, R7, R6, R5, M215. Esta vez opta por Albacete. Muchos kilómetros después, vuelve a encontrarse con el letrero que indica la dirección a Tarancón. Respira hondo. Pero en el siguiente letrero Tarancón vuelve a desaparecer. Madrid, Ocaña, Albacete, Alicante. Y Córdoba. Por todas partes Córdoba. Siempre Córdoba.

Está a punto de tirar la toalla y pernoctar esa noche en Córdoba cuando descubre por fin la desviación que conduce a Tarancón. Pero Tarancón vuelve a desaparecer en los letreros subsiguientes. Para no perderse otra vez en un dédalo de autovías, decide salir e internarse en Ocaña. Un pueblo sórdido, desconchado, desolado. La España profunda. El automóvil se estremece, salta al pasar por los montículos que atraviesan la calzada para reducir la velocidad. En los cruces frena, lee desesperadamente todos los letreros de tráfico. Centro urbano, Ayuntamiento, Mercado, Biblioteca Municipal. Ni rastro de Tarancón. Los automóviles que vienen detrás tocan el claxon, con furia.

Se detiene. Pregunta. ¿Por donde se va a...? Muy fácil, le responden. Siga por la derecha (señalando con la mano a la izquierda), ya verá la Feria, y luego dé la vuelta hacia Correos. Pero ¿dónde es la Feria? Muy fácil: como si fuese al polígono industrial, pero del lado del campo de football. Verá un semáforo, nada más pasar el bar de los mellizos...

Decide ignorar las instrucciones de los neanderthales y salir hacia las afueras. Necesita aire. De pronto, milagro: la carretera de Tarancón. Le molesta el cinturón de seguridad. Se lo quita. Un pitido intermitente lo conmina a abrochárselo. Abre la ventanilla. Todo es una pesadilla. El coche que lo lleva es una jaula, y él es un pollo anónimo alimentado con soylent green. Para calmar el nerviosismo, enciende un cigarrillo. Apenas lo ha encendido, ve a lo lejos la figura de un guardia civil.

Debe tirar el cigarrillo, pero en el automóvil no hay ceniceros. El copiloto recoge su cigarrillo y esconde el que, a su vez, acababa de encender. El guardia civil le señala la cuneta. Se pone frenéticamente el cinturón de seguridad y obedece. Ya en la cuneta, el agente le informa de que no puede seguir hacia Tarancón. Un accidente muy grave ha cortado la circulación. Entonces, ¿por dónde debe desviarse? El agente de tráfico se encoge de hombros. No lo sabe. Sic. El conductor deberá encontrar una vía alternativa.

Dos horas después de salir de Aranjuez, llega por fin a Tarancón. Dos horas para recorrer cincuenta kilómetros. El viaje apenas ha comenzado, y está ya agotado. Se detiene junto a una gasolinera a comprar un bocadillo. El camarero también es neanderthal. Mientras mastica el sandwich frío, contempla el paisaje lunar ensuciado por la llovizna y, a lo lejos, la autovía recorrida por camiones rugientes y jaulas sobre ruedas. Comprende que, sin que nadie se dé cuenta, Big Brother ha llegado, y está allí para quedarse.

¿Cómo resumiría aquella experiencia? Prohibiciones, prohibiciones, prohibiciones. Laberintos, soledad, fealdad, jaulas, cinturones, cláxones, pitidos, policías, letreros, códigos, señales, analfabetos, semáforos, advertencias. Bienvenido a la civilización.

Y, por unos instantes, cierra los párpados y, mientras mastica el pan áspero con queso extraído de un envase de plástico, sueña con la quimera más lejana posible en el espacio: la Polinesia... Tal vez la verdadera civilización no sea mucho más que una cabaña junto al mar, una bicicleta, una caña de pescar y un piano frente a una ventana tras la que susurran las palmeras.

 
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