jueves, 16 de diciembre de 2021

Dejar en paz

No, hoy no voy a escribir sobre la realidad --o, más bien, irrealidad-- que estamos viviendo desde hace ya dos inacabables años... O quizá sí, y usted, amigo lector, debería leer entre líneas lo que viene a continuación. En cualquier caso, la alegoría sirve para muchas otras situaciones similares de la vida real. O irreal.

Supongamos que mantiene usted una relación adúltera desde hace algún tiempo. Cierto día, le llegan por correo unas fotos comprometedoras. Resulta que su amante y usted se encontraban aquella noche en la cama de un hotel, más bien ligeros de ropa, cuando las fotos fueron tomadas, y no es posible dudar de lo que estaban haciendo.

Bajo las fotos lee usted un mensaje: "Sábado, 15.00 horas. Entrégueme 5.000 dólares, o enviaré estas fotos a su cónyuge. Un escalofrío recorre su espinazo. Si su cónyuge se entera, le pedirá el divorcio y terminará quedándose con el chalet aquel de la playa que a usted tanto sacrificio le costó pagar. De modo que decide ceder. "Para que me dejen en paz", razona usted. Y paga.

Sólo un mes después, las fotos vuelven a aparecer en su pantalla con una nueva exigencia: otros 5.000 dólares, o ... Usted suspira. Es un agobio, sí, pero si no paga no le van a dejar en paz. Y vuelve a pagar. Un mes después, copie usted este párrafo y péguelo a continuación. Y así sucesivamente.

¿Por qué sigue pagando? Bueno, en cada ocasión tiene usted la esperanza de que el chantajista le deje en paz ya de una vez. Pero ¿qué le hace pensar que ese chantajista va a renunciar a sus 5.000 dólares mensuales? Es más, ¿qué le hace pensar que no va a aumentar sus exigencias? Por evitar un divorcio, podría usted terminar divorciado y arruinado. Y sin el chalet de la playa.

¿Sigue usted pensando que lo mejor es ceder al chantaje "para que lo dejen a uno en paz"? Bueno, ya dijo Einstein que la estupidez consiste en intentar una y otra vez soluciones que nunca han funcionado esperando que a la siguiente sí que funcionen.

Si esa es su filosofía, le deseo mucha suerte. Y una butaca cómoda, para seguir esperando.

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