jueves, 30 de diciembre de 2021

Escribir (el arte de)

En alguna que otra entrega de este blog he comentado ya mi admiración por el comienzo de The Postman Always Rings Twice, el magnífico thriller de James Cain. Leer aquel comienzo fue para mí como una inyección de adrenalina. Imposible no seguir leyendo.

¿Por qué? Porque con sólo nueve palabras el autor nos sumerge de lleno en el punto de partida de la narración, y al mismo tiempo nos empuja irresistiblemente a seguir el hilo de la historia.

"They threw me off the hay truck about noon"

Así es el comienzo. Ocho monosílabos. Prepárese, amigo lector. No hay tiempo que perder en descripciones: esta va a ser una historia de acción. Trepidante. Con esas nueve palabras James Cain nos coloca en el extremo de un trampolín y nos empuja hacia los rápidos vertiginosos de la trama. Imposible retroceder; al llegar a la palabra número diez estamos ya cayendo.

'Me echaron del camión de heno a eso del mediodía'. No suena igual, ¿verdad? Lo que sucede es que ese 'off' es intraducible, porque en inglés el conductor imaginario del camión probablemente habria usado esa misma palabra para echar al intruso:

'Get off!' (¡Largo de aquí!)

o 'Buzz off!' (¡Piérdete!), o expresiones bastante más fuertes, que las hay. En la versión española no está tan claro cómo echaron del camión al protagonista. El conductor podría haberle dicho simplemente 'Ahí no puedes estar', o 'Venga, baja de ahí', que no es lo mismo. La versión original, en cambio, nos hace pensar que el conductor no ha sido tan condescendiente. Parece una minucia, pero no lo es, porque la novela que nos espera a partir de esa frase es una carrera desbocada hacia la destrucción desde el minuto cero: ese momento fatídico en que el protagonista es arrojado de un camión. Ese 'off' de 'threw me off' viene a ser como una sentencia: 'la suerte está echada, amigo; no hay retorno posible'.

Me he acordado hoy de esa frase escuchando un tema de jazz. Sonny Rollins y Coleman Hawkins. Nada menos. ¿Por qué me gusta tanto el jazz?, me he preguntado más de una vez. Y creo que tengo dos respuestas: por la prosodia y por la sorpresa.

En lugar de 'prosodia', en música se habla más bien de 'fraseo', pero la idea es la misma. Digámoslo sin miedo: en música hay intervalos de notas y transiciones armónicas que suenan mal (diga lo que diga Schönberg). El secreto de una narración sabrosa, musical o literaria, consiste en saber encadenar notas --o frases-- que nos suenen bien. Pero eso no basta. Si la narración es demasiado previsible, entonces estamos hablando de la musiquita de fondo de la consulta del dentista, o de la lectura prefabricada de las noticias por la televisión. Un sopor.

Para un espíritu inquieto, o creativo, eso de que las piezas clásicas se ajusten a una partitura es un poco irritante. Sí, uno disfruta, y mucho, de una buena interpretación. Valoramos los matices, el ritmo escogido, los acentos con que el intérprete colorea su versión, pero cuando uno ha escuchado la quinta sinfonía de Beethoven suficientes veces agradecería alguna que otra improvisación sobre la marcha. Con un poco de inspiración, esas cuatro notas tremendas podrían dar mucho de sí.

La improvisación en el jazz está basada en ir creando --y resolviendo-- tensiones inesperadas. En lugar de ese fa que el oyente de Beethoven estaría esperando, el saxofonista nos sorprende con una excursión imprevista por escalas que no estaban en la partitura, pero que terminan, sí, en fa. Sólo que siguiendo un camino diferente.

Esos mismos principios son trasladables a la escritura. Un texto puede ser tan aburrido como una sonata de Scarlatti, o tan impactante como... la quinta sinfonía de Beethoven. Esas cuatro notas del comienzo son como el "They threw me off the hay truck about noon" de James Cain. Pensándolo bien, una novela bien hecha es en realidad una improvisación sobre una historia que está sólo en la imaginación del autor.

Cuando escribo, procuro siempre atenerme a esos dos principios. No añadir ni una palabra más de lo que uno quiere decir, y no seguir una línea narrativa predecible. ¿Cómo se consigue eso? Por ejemplo, pensando en términos de jazz; es decir, sustituyendo la armonía por la prosodia. Como en la poesía, la prosodia nos obliga a encontrar las frases que nos conducirán elegantemente a la idea deseada. Sí, nos obliga. En arte, la libertad absoluta es un mito.

Todo esto lo aprendí del jazz, pero también de los artículos de The Economist, en los tiempos en que era una revista apasionante. Aquellos artículos me enseñaron a depurar --y a podar-- mis ideas para ir al grano, pero también a buscar el punto de vista más provocador (¿cómo se traduce 'thought provoking'?) Sin olvidar, claro, los toques de ironía, o alguna que otra pizca de humor.

No sé si he conseguido aplicar eficazmente esas recetas, pero es lo que me propongo hacer cada vez que me siento ante el papel imaginario de la pantalla. A veces, mis cambios de 'acordes' narrativos se traducen en cortocircuitos vagamente gongorinos que salpimentarán la lectura con algún que otro ataque de perplejidad. Pero estoy seguro de que los escasos (y selectos) lectores de este blog saben disculparlo.

Los otros, los lectores de paso, ya han sabido huir a tiempo.

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domingo, 19 de diciembre de 2021

Jornada 9

El tsunami está llegando. ¿Conseguirán salvarse los salvajes de la playa? Hay momentos en que Robinson apenas puede soportar el dolor. Se tapa los oídos, con todas sus fuerzas. No quiere seguir oyendo el crepitar de las llamas que devoran a aquellos niños.

En su corazón, una vieja herida que él creía cicatrizada se ha vuelto a abrir. Y esta vez no puede hacer nada para cerrarla.

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sábado, 18 de diciembre de 2021

Escribir

Escribir, cualquier cosa. ¿Por qué? Porque es la única realidad que le queda a Robinson. Recrear una instantánea, un planeta, una aventura imposible. Los juncos se doblan, e incluso se rompen, pero los troncos de los árboles no. Me gusta mirarme al espejo y ver a una persona con los tornillos en su sitio. That's all. 

Todas las historias comienzan en aquella playa de su infancia. ¿Por qué? Porque allí se bautizó en la libertad. Y siempre, desde entonces, la persiguió como los locos persiguen a un fantasma. A veces, rozándola, y no pocas veces saboreándola, cuando la encontraba.

No, no la encontraba por casualidad. La buscaba con ahínco, consciente de que es el único estado natural de un ser humano. Al menos, de este que está escribiendo. De modo que esta es una misiva a nadie en particular, en un blog que se titula Charlas con Nadie.

Sí, Nadie con mayúscula inicial. De niño leyó la Odisea, y supo mientras la leía que aquel Mediterráneo era su patria. Un mar poblado de cíclopes y laberintos y sirenas cuando los humanos no creían en Dios, sino en minervas y minotauros. Aquellos humanos, por fuerza, tenían que ser diferentes. 

Era el Mediterráneo de la vida sencilla, embriagada de realidad. En casa no había electricidad, y el agua había que sacarla de un pozo de aljibe. Pero la hierba, las dunas, los saltamontes, las hojas perfumadas de los naranjos, eran un descubrimiento que nunca cesaba. Cada mañana, a cada minuto, la ilusión era descubrir. Y percibir.

Los seres humanos estamos hechos para combinar. Esa es la clave de la conciencia. Pero, para combinar, hay que conocer, y para conocer hay que descubrir. Ay de quien no sienta a cada minuto ningún deseo de descubrir. 

Sí, ay. Porque el tiempo se mide no en esos minutos tediosos, sino en novedades. En sorpresas. En preguntas. La suma de todo eso es la vida. El resto, es relleno. Stuff.

Viajar es una forma de acumular novedades, sorpresas y preguntas, que a su vez permiten comparar... y combinar. La alternativa a viajar es instalarse mentalmente en aquella playa y dejar fluir la imaginación. Hay material suficiente.

En aquella playa, que ya habrá adivinado usted que es sólo un símbolo de mi libertad, me doy cuenta de que tengo muchas realidades que rememorar. Me refiero a las imaginarias, que son las que puedo controlar. Y de aquellas realidades acuden ahora a mi memoria unos cuantos personajes inventados. Novelescos. 

Por ejemplo, Zanzón. No sé por qué, cuando me pongo a escribir, me salen tan a menudo protagonistas anodinos, no-personajes, que actúan simplemente como testigos de una realidad también inventada. No sé si represento correctamente a Zanzón como un tipo sin relieve, menos que del montón, un humano más o menos sólido pero casi transparente. Los entusiasmos y derrotismos de sus amigos lo contagian apenas, quizá porque él está perpetuamente en un estado de absorber información. 

Don Blas Oropesa es uno de mis personajes más queridos. Siempre inventando, sin preocuparse demasiado de si la flauta algún día sonará por casualidad. Su taller de pirotecnia funciona admirablemente, y a él todavía le queda tiempo para sus... combinaciones. La conciencia de don Blas es un fulgor. Una pirotecnia permanente.

Doña Secundina es una mujer a la que siempre se le duermen las piernas. Es ordenada y posesiva, pero sabe dosificar sus exigencias. No tiene un pelo de tonta, y además posee esa habilidad femenina de urdir, tejer y destejer en la tela de araña de las relaciones sociales. Está muy floja en artes seductoras, pero también es cierto que el profumo di donna, por sí solo, a veces basta.

De otra novela más lejana en el tiempo y en la geografía me llega también la estampa inconfundible de Hermann Segré. El apellido lo saqué de la portada de un libro de matemáticas. Segré tiene también algo de su autor. Es descreído, resabiado. Tiene un poco de Sherlock Holmes y un poco de freudiano desencantado. El sabe que en el fondo estará siempre buscando a una mujer, pero se encoge de hombros y se pierde por parajes donde las moscas son tenaces y el tiempo no transcurre. Ah, y no se quita nunca la gabardina. ¿Se protege, o se resiste a cortar con el pasado?

Entre las dunas aparece ahora también Popeye, el dibujado. Está sin terminar, y verlo doblándose como una cerilla por falta de piernas acabadas inspira lástima. Pero no mucha. Es sólo un dibujo. 

Las novelas realistas son muy difíciles de escribir cuando sus personajes son verosímiles. ¿Por qué? Porque es muy difícil mantener el interés del lector por una realidad esencialmente tediosa. Es muy difícil conseguir que se sumerja en esa realidad imaginaria, apenas diferente de la suya, pero movida por poderosas pasiones más o menos subterráneas. Es el arte de decir sin expresar. Para un escritor, describir personajes movidos por emociones es muy difícil. 

Cuando el escritor no sabe decir sin expresar, o expresar sin decir, su obra es una cursilería. Si los enamorados se declaran amor eterno con el menor pretexto, o incriminan al inevitable malvado de la historia con pelos y señales, estamos ante una telenovela. Donde los malos y los buenos, los aliados y los enemigos, son evidentes. Las telenovelas no son arte porque no tienen sutilezas. Son, a su manera, brutales; como la pornografía.

Todo esto es así porque las pasiones humanas son como un iceberg. La parte que dejamos ver es sólo la más manejable, la que nos permite relacionarnos con otros icebergs sin acabar en trifulca o en acaparamiento. Precisamente por eso se inventó el arte. Nadie quiere que el iceberg salga completamente a flote. Pesa demasiado. Es preferible evocarlo, aquietarlo como calmaríamos a un volcán siempre pugnando por descargar lava. 

Es un poco freudiana la imagen del volcán, pero es necesaria porque los icebergs son fríos, y sólo los psicópatas tienen un iceberg en su glándula pineal. Esos no me interesan. Me interesa Ana Ozores, o el tío Goriot, o Huckleberry Finn. O Lolita, o Marlowe. O Julien Sorel. O incluso Elías Perera.

Todos ellos están ahora aquí, en esta pequeña fiesta improvisada junto a las dunas de la playa de mi infancia. Todos ellos son un símbolo de libertad. De la libertad de sus creadores y de la libertad de los que no se rinden. Porque sin libertad, digan lo que digan, la vida no vale nada. Salud, lector.

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jueves, 16 de diciembre de 2021

Dejar en paz

No, hoy no voy a escribir sobre la realidad --o, más bien, irrealidad-- que estamos viviendo desde hace ya dos inacabables años... O quizá sí, y usted, amigo lector, debería leer entre líneas lo que viene a continuación. En cualquier caso, la alegoría sirve para muchas otras situaciones similares de la vida real. O irreal.

Supongamos que mantiene usted una relación adúltera desde hace algún tiempo. Cierto día, le llegan por correo unas fotos comprometedoras. Resulta que su amante y usted se encontraban aquella noche en la cama de un hotel, más bien ligeros de ropa, cuando las fotos fueron tomadas, y no es posible dudar de lo que estaban haciendo.

Bajo las fotos lee usted un mensaje: "Sábado, 15.00 horas. Entrégueme 5.000 dólares, o enviaré estas fotos a su cónyuge. Un escalofrío recorre su espinazo. Si su cónyuge se entera, le pedirá el divorcio y terminará quedándose con el chalet aquel de la playa que a usted tanto sacrificio le costó pagar. De modo que decide ceder. "Para que me dejen en paz", razona usted. Y paga.

Sólo un mes después, las fotos vuelven a aparecer en su pantalla con una nueva exigencia: otros 5.000 dólares, o ... Usted suspira. Es un agobio, sí, pero si no paga no le van a dejar en paz. Y vuelve a pagar. Un mes después, copie usted este párrafo y péguelo a continuación. Y así sucesivamente.

¿Por qué sigue pagando? Bueno, en cada ocasión tiene usted la esperanza de que el chantajista le deje en paz ya de una vez. Pero ¿qué le hace pensar que ese chantajista va a renunciar a sus 5.000 dólares mensuales? Es más, ¿qué le hace pensar que no va a aumentar sus exigencias? Por evitar un divorcio, podría usted terminar divorciado y arruinado. Y sin el chalet de la playa.

¿Sigue usted pensando que lo mejor es ceder al chantaje "para que lo dejen a uno en paz"? Bueno, ya dijo Einstein que la estupidez consiste en intentar una y otra vez soluciones que nunca han funcionado esperando que a la siguiente sí que funcionen.

Si esa es su filosofía, le deseo mucha suerte. Y una butaca cómoda, para seguir esperando.

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martes, 7 de diciembre de 2021

Jornada 8

En los ultimos meses Robinson ha adivinado, en la línea lejana del horizonte, la silueta diminuta de dos barcos, en días diferentes. Ha corrido entonces hasta la pira de leña que tenía preparada, la ha encendido y ha aventado el humo cuanto ha podido, pero ninguno de los barcos ha alterado su ruta. Hoy, sin embargo, es distinto. Lo que distingue a duras penas entre la bruma remota no es un barco. El perfil de una montaña, irregular y misterioso, parece flotar muy lejos, empequeñecido por la distancia.

Pero algo raro está sucediendo. La montaña se mueve, tan despacio como un barco. Sus relieves se agrandan primero, hasta que Robinson acierta a distinguir las manchas erizadas de las palmeras decorando la costa, y unas horas después desaparecen por el sur, reducidos a un punto que se desvanece.

Entonces comprende. La isla en la que él creía haber naufragado no es una isla, sino un barco. Todos estos meses tratando de reconstruir una vida secuestrada por una tempestad, abrigando la ilusión de regresar algún día a ella, han sido en vano. El barco o isla en los que él creía ser náufrago son en realidad su vida. Una isla errante, fondeada ya en muchos puertos pero sin un lugar en el mapa. Una isla nómada, sin escapatoria posible, porque la circunferencia de la Tierra se cierra sobre sí misma. 

Absorto en esos pensamientos, no se había dado cuenta de que ha empezado a llover. Llueve con furia, y los latigazos incesantes del agua han empezado a formar grandes charcos a su alrededor. Pero Robinson no se mueve. La lluvia pasará. Siempre pasa.

De pronto, un rayo de sol inesperado atraviesa sus párpados. Abre los ojos. Está empezando a amanecer. A lo lejos los pájaros extienden su sinfonía habitual sobre el paisaje y, bajo sus pies, la isla no se mueve.  

Robinson respira hondo. Todo ha sido un sueño.

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domingo, 5 de diciembre de 2021

La teoría 'Superman'

Se me acaba de ocurrir. No es que explique del todo la locura que estamos viviendo, pero estoy seguro de que ayuda mucho.

Una de las preguntas que uno se hace desde meses atrás es: ¿cómo es posible que los políticos mientan tan flagrantemente o decreten leyes tan antidemocráticas sin que se les mueva una pestaña? No soy particularmente optimista respecto al género humano pero, hace no mucho tiempo, los políticos solían tener al menos algún atisbo de humanidad en sus venas. 

¿O eso creíamos nosotros? No lo sé, pero, si lo tenían, han conseguido anestesiarlo.

¿Cómo?, se preguntarán ustedes. Lo acabo de averiguar gracias a la siguiente noticia. Resulta que en el Parlamento británico la policía ha hecho una investigación con perros rastreadores, entrenados para detectar dr0gas. De los 12 lugares investigados, los perros han detectado rastros de c0caIna en 11. En otras palabras, el Parlamento británico rebosa de Supermanes.

Sí, Supermanes. Si investigan ustedes los efectos de esa sustancia, leerán que genera una sensación de autoconfianza sobrehumana. Suficiente, en cualquier caso, para contrarrestar los más incómodos reparos morales. ¡Y a decretar!

Bueno, al menos esa es mi nueva teoría. Pónganse ustedes en su lugar. Recibe usted un discreto sobrecito, o una jugosa promesa, de alguna gran farmacéutica. ¿A cambio de qué? No importa. El sobrecito ha generado ya en su cerebro las suficientes endorfinas. Si queda en usted todavía algo de humanidad, tómese usted un respiro en los lavabos del Parlamento y dése una alegría suplementaria. ¿A que ahora sus votantes se transfiguran en hormigas? 

Nadie se siente culpable por pisar hormigas, ¿verdad? Ya, ya sé que usted preferiría no pisarlas. Pero un paso en falso acá, un resbalón allá... Es inevitable, y en fin de cuentas ¿qué importa? Son sólo hormigas.

Tampoco sería la primera vez que una banda de paranoicos gobierna el mundo. Hay ejemplos sobrados. Pero, como lo mío es la literatura, prefiero recordar la aventura de don Quijote frente a los molinos de viento.

No eran gigantes.

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