En alguna que otra entrega de este blog he comentado ya mi admiración por el comienzo de The Postman Always Rings Twice, el magnífico thriller de James Cain. Leer aquel comienzo fue para mí como una inyección de adrenalina. Imposible no seguir leyendo.
¿Por qué? Porque con sólo nueve palabras el autor nos sumerge de lleno en el punto de partida de la narración, y al mismo tiempo nos empuja irresistiblemente a seguir el hilo de la historia.
"They threw me off the hay truck about noon"
Así es el comienzo. Ocho monosílabos. Prepárese, amigo lector. No hay tiempo que perder en descripciones: esta va a ser una historia de acción. Trepidante. Con esas nueve palabras James Cain nos coloca en el extremo de un trampolín y nos empuja hacia los rápidos vertiginosos de la trama. Imposible retroceder; al llegar a la palabra número diez estamos ya cayendo.
'Me echaron del camión de heno a eso del mediodía'. No suena igual, ¿verdad? Lo que sucede es que ese 'off' es intraducible, porque en inglés el conductor imaginario del camión probablemente habria usado esa misma palabra para echar al intruso:
'Get off!' (¡Largo de aquí!)
o 'Buzz off!' (¡Piérdete!), o expresiones bastante más fuertes, que las hay. En la versión española no está tan claro cómo echaron del camión al protagonista. El conductor podría haberle dicho simplemente 'Ahí no puedes estar', o 'Venga, baja de ahí', que no es lo mismo. La versión original, en cambio, nos hace pensar que el conductor no ha sido tan condescendiente. Parece una minucia, pero no lo es, porque la novela que nos espera a partir de esa frase es una carrera desbocada hacia la destrucción desde el minuto cero: ese momento fatídico en que el protagonista es arrojado de un camión. Ese 'off' de 'threw me off' viene a ser como una sentencia: 'la suerte está echada, amigo; no hay retorno posible'.
Me he acordado hoy de esa frase escuchando un tema de jazz. Sonny Rollins y Coleman Hawkins. Nada menos. ¿Por qué me gusta tanto el jazz?, me he preguntado más de una vez. Y creo que tengo dos respuestas: por la prosodia y por la sorpresa.
En lugar de 'prosodia', en música se habla más bien de 'fraseo', pero la idea es la misma. Digámoslo sin miedo: en música hay intervalos de notas y transiciones armónicas que suenan mal (diga lo que diga Schönberg). El secreto de una narración sabrosa, musical o literaria, consiste en saber encadenar notas --o frases-- que nos suenen bien. Pero eso no basta. Si la narración es demasiado previsible, entonces estamos hablando de la musiquita de fondo de la consulta del dentista, o de la lectura prefabricada de las noticias por la televisión. Un sopor.
Para un espíritu inquieto, o creativo, eso de que las piezas clásicas se ajusten a una partitura es un poco irritante. Sí, uno disfruta, y mucho, de una buena interpretación. Valoramos los matices, el ritmo escogido, los acentos con que el intérprete colorea su versión, pero cuando uno ha escuchado la quinta sinfonía de Beethoven suficientes veces agradecería alguna que otra improvisación sobre la marcha. Con un poco de inspiración, esas cuatro notas tremendas podrían dar mucho de sí.
La improvisación en el jazz está basada en ir creando --y resolviendo-- tensiones inesperadas. En lugar de ese fa que el oyente de Beethoven estaría esperando, el saxofonista nos sorprende con una excursión imprevista por escalas que no estaban en la partitura, pero que terminan, sí, en fa. Sólo que siguiendo un camino diferente.
Esos mismos principios son trasladables a la escritura. Un texto puede ser tan aburrido como una sonata de Scarlatti, o tan impactante como... la quinta sinfonía de Beethoven. Esas cuatro notas del comienzo son como el "They threw me off the hay truck about noon" de James Cain. Pensándolo bien, una novela bien hecha es en realidad una improvisación sobre una historia que está sólo en la imaginación del autor.
Cuando escribo, procuro siempre atenerme a esos dos principios. No añadir ni una palabra más de lo que uno quiere decir, y no seguir una línea narrativa predecible. ¿Cómo se consigue eso? Por ejemplo, pensando en términos de jazz; es decir, sustituyendo la armonía por la prosodia. Como en la poesía, la prosodia nos obliga a encontrar las frases que nos conducirán elegantemente a la idea deseada. Sí, nos obliga. En arte, la libertad absoluta es un mito.
Todo esto lo aprendí del jazz, pero también de los artículos de The Economist, en los tiempos en que era una revista apasionante. Aquellos artículos me enseñaron a depurar --y a podar-- mis ideas para ir al grano, pero también a buscar el punto de vista más provocador (¿cómo se traduce 'thought provoking'?) Sin olvidar, claro, los toques de ironía, o alguna que otra pizca de humor.
No sé si he conseguido aplicar eficazmente esas recetas, pero es lo que me propongo hacer cada vez que me siento ante el papel imaginario de la pantalla. A veces, mis cambios de 'acordes' narrativos se traducen en cortocircuitos vagamente gongorinos que salpimentarán la lectura con algún que otro ataque de perplejidad. Pero estoy seguro de que los escasos (y selectos) lectores de este blog saben disculparlo.
Los otros, los lectores de paso, ya han sabido huir a tiempo.
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¿Por qué? Porque con sólo nueve palabras el autor nos sumerge de lleno en el punto de partida de la narración, y al mismo tiempo nos empuja irresistiblemente a seguir el hilo de la historia.
"They threw me off the hay truck about noon"
Así es el comienzo. Ocho monosílabos. Prepárese, amigo lector. No hay tiempo que perder en descripciones: esta va a ser una historia de acción. Trepidante. Con esas nueve palabras James Cain nos coloca en el extremo de un trampolín y nos empuja hacia los rápidos vertiginosos de la trama. Imposible retroceder; al llegar a la palabra número diez estamos ya cayendo.
'Me echaron del camión de heno a eso del mediodía'. No suena igual, ¿verdad? Lo que sucede es que ese 'off' es intraducible, porque en inglés el conductor imaginario del camión probablemente habria usado esa misma palabra para echar al intruso:
'Get off!' (¡Largo de aquí!)
o 'Buzz off!' (¡Piérdete!), o expresiones bastante más fuertes, que las hay. En la versión española no está tan claro cómo echaron del camión al protagonista. El conductor podría haberle dicho simplemente 'Ahí no puedes estar', o 'Venga, baja de ahí', que no es lo mismo. La versión original, en cambio, nos hace pensar que el conductor no ha sido tan condescendiente. Parece una minucia, pero no lo es, porque la novela que nos espera a partir de esa frase es una carrera desbocada hacia la destrucción desde el minuto cero: ese momento fatídico en que el protagonista es arrojado de un camión. Ese 'off' de 'threw me off' viene a ser como una sentencia: 'la suerte está echada, amigo; no hay retorno posible'.
Me he acordado hoy de esa frase escuchando un tema de jazz. Sonny Rollins y Coleman Hawkins. Nada menos. ¿Por qué me gusta tanto el jazz?, me he preguntado más de una vez. Y creo que tengo dos respuestas: por la prosodia y por la sorpresa.
En lugar de 'prosodia', en música se habla más bien de 'fraseo', pero la idea es la misma. Digámoslo sin miedo: en música hay intervalos de notas y transiciones armónicas que suenan mal (diga lo que diga Schönberg). El secreto de una narración sabrosa, musical o literaria, consiste en saber encadenar notas --o frases-- que nos suenen bien. Pero eso no basta. Si la narración es demasiado previsible, entonces estamos hablando de la musiquita de fondo de la consulta del dentista, o de la lectura prefabricada de las noticias por la televisión. Un sopor.
Para un espíritu inquieto, o creativo, eso de que las piezas clásicas se ajusten a una partitura es un poco irritante. Sí, uno disfruta, y mucho, de una buena interpretación. Valoramos los matices, el ritmo escogido, los acentos con que el intérprete colorea su versión, pero cuando uno ha escuchado la quinta sinfonía de Beethoven suficientes veces agradecería alguna que otra improvisación sobre la marcha. Con un poco de inspiración, esas cuatro notas tremendas podrían dar mucho de sí.
La improvisación en el jazz está basada en ir creando --y resolviendo-- tensiones inesperadas. En lugar de ese fa que el oyente de Beethoven estaría esperando, el saxofonista nos sorprende con una excursión imprevista por escalas que no estaban en la partitura, pero que terminan, sí, en fa. Sólo que siguiendo un camino diferente.
Esos mismos principios son trasladables a la escritura. Un texto puede ser tan aburrido como una sonata de Scarlatti, o tan impactante como... la quinta sinfonía de Beethoven. Esas cuatro notas del comienzo son como el "They threw me off the hay truck about noon" de James Cain. Pensándolo bien, una novela bien hecha es en realidad una improvisación sobre una historia que está sólo en la imaginación del autor.
Cuando escribo, procuro siempre atenerme a esos dos principios. No añadir ni una palabra más de lo que uno quiere decir, y no seguir una línea narrativa predecible. ¿Cómo se consigue eso? Por ejemplo, pensando en términos de jazz; es decir, sustituyendo la armonía por la prosodia. Como en la poesía, la prosodia nos obliga a encontrar las frases que nos conducirán elegantemente a la idea deseada. Sí, nos obliga. En arte, la libertad absoluta es un mito.
Todo esto lo aprendí del jazz, pero también de los artículos de The Economist, en los tiempos en que era una revista apasionante. Aquellos artículos me enseñaron a depurar --y a podar-- mis ideas para ir al grano, pero también a buscar el punto de vista más provocador (¿cómo se traduce 'thought provoking'?) Sin olvidar, claro, los toques de ironía, o alguna que otra pizca de humor.
No sé si he conseguido aplicar eficazmente esas recetas, pero es lo que me propongo hacer cada vez que me siento ante el papel imaginario de la pantalla. A veces, mis cambios de 'acordes' narrativos se traducen en cortocircuitos vagamente gongorinos que salpimentarán la lectura con algún que otro ataque de perplejidad. Pero estoy seguro de que los escasos (y selectos) lectores de este blog saben disculparlo.
Los otros, los lectores de paso, ya han sabido huir a tiempo.