sábado, 4 de mayo de 2019

Palabras que aborrezco: género

Todos los regímenes tienen su ideología, y todas las ideologías tienen su vocabulario. En tiempos del general Franco se oían y leían con especial frecuencia palabras tales como 'apostolado', 'redención', 'contubernio', 'cruzada', 'valores eternos', 'anhelo', 'patriotismo', 'gloria', 'forjar', 'abnegación' y tantas otras. Era casi inconcebible escribir un artículo de opinión y no intercalar algunas de ellas, no fuera que alguien pensase que el autor era un elemento antisocial, que no se sometía a lo que modernamente llamamos 'corrección política'.

Las etiquetas de la corrección política son como las señales que van dejando los perros en árboles y farolas. Cuanto más se usan, menos significado tienen. Sirven casi únicamente para demarcar territorio, para separar a los 'buenos' de los 'malos', o a los 'nuestros' de los 'otros'. En su '1984', George Orwell lo puso en negro sobre blanco: el newspeak es la marca inconfundible del totalitarismo. Supongo que esa es la razón por la que siento deseos de salir corriendo cada vez que oigo alguna de las palabras consagradas por el nuevo catecismo moderno, que iré desgranando aquí en varias entregas.

Género

Úsese preferentemente en expresiones tales como 'igualdad de género', 'perspectiva de género' o 'violencia de género'. La igualdad de género no consiste en que todas las mujeres lleven bigote o todos los hombres faldas, sino en que una señora con preparación suficiente para barrer aceras o recoger aceitunas pueda ser nombrada ministra por razones de cuota. Y la violencia de género no incluye, naturalmente, a los maridos asesinados por sus esposas. Pero lo más grotesco de la manía del 'género' es la obsesión por incluir siempre la variante femenina de las palabras genéricas. Ojo, no a la inversa. Oirá usted una y otra vez hablar de 'los hombres y las mujeres' o de 'los ciudadanos y las ciudadanas', pero nunca de 'las personas y los personos'.

Curiosamente, la igualdad de género no es extensiva al reino animal, pese a que más de una especie bien lo merecería. El caso más llamativo es el de la mantis religiosa, cuya hembra devora al macho después de la cópula, pese a lo cual en ningún libro se menciona ni por casualidad al pobre 'mantis religioso'. Por lo demás, los hablantes en general parecen conformarse con el caballo y la yegua, el toro y la vaca o el gallo y la gallina, y no parecen sentir deseos de especificar 'las cebras y los cebros', 'las jirafas y los jirafos', 'las ardillas y los ardillos' o, ya rizando el rizo, 'los gorilas y las gorilos'.

Por suerte, claro, porque se plantearían problemas peliagudos. En las carnicerías, por ejemplo, el etiquetado 'pollos y pollas' suscitaría más de un recelo. En ciertas latas de conserva sería viable indicar, por ejemplo, 'sardinas y sardinos en tomate', pero los 'filetes de caballa y caballo', las latas de  'pulpo y pulpa' o, en Chile, las de 'machas y machos', serían conflictivos. Sin embargo, la igualdad a ultranza tendría que llegar más lejos todavía. Habría que prohibir los machetes y los remaches, habría que hablar siempre equitativamente de 'machihembrar y hembrimachar' y habría que inventar los 'machillos' para no discriminar a las 'hembrillas'. Además, se prohibiría el uso de palabras como 'machamartillo' o 'marimacho', se pondría en cuarentena denominaciones sospechosas, como 'Machu Picchu', y se exigiría al registro civil que rechazase apellidos ofensivos, como 'Machín', 'Machado' o 'Camacho'.

En suma, un proyecto de gran envergadura para cuya implementación la Administración necesitaría contratar una legión de celosos inquisidores... quiero decir, funcionarios.

Que es, en el fondo, de lo que se trata todo esto.


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