domingo, 7 de julio de 2013

Las risas, las misas

Hacía poco tiempo que vivía yo instalado en Barcelona. Había oído hablar mucho de un grupo teatral que estaba teniendo gran éxito, y una amiga me propuso un día acudir a verlos. Así hicimos. El teatro era muy grande, y estaba completamente lleno. El grupo tenía un nombre extrañamente infantil que debió hacerme sospechar: El Tricicle. Eran tres mimos, y el espectáculo era cómico. Cuando por fin se apagaron las luces, se hizo un silencio vagamente religioso.

Entonces se levantó el telón. En el centro del escenario estaba uno de los tres componentes del grupo, de pie, quieto. Sonaron ya las primeras risas. Al cabo de unos segundos, el personaje se rascó una oreja. El público rompió a reír estrepitosamente. Lo que sucediera después no importa mucho porque, tuvieran o no gracia aquellos gags (en general, eran muy pueriles), era evidente que el público iba a reír de buena gana cualquier situación que les propusieran aquellos tres personajes.

Recordé entonces las películas españolas que veía de niño en el cine. Había en aquellos años unos cuantos actores cómicos que el público adoraba y que representaban siempre el mismo papel, siempre muy histriónico y gesticulante. Bastaba que uno de ellos apareciera en la pantalla para que el público estallara en carcajadas. Olvídese usted del humor inteligente. Aquello era un trato. Los espectadores habían ido allí a reírse, y les estaban dando la misma receta que les había hecho reír la vez anterior.

Para mí, el humor es inseparable del efecto sorpresa pero, como El Tricicle y José Luis López Vázquez me han demostrado, hay otro tipo de humor que consiste en repetir siempre las mismas 'gracias'. De nada. Cuando he dicho que en aquel teatro de Barcelona se hizo un silencio religioso, no estaba usando una metáfora. Tanto aquella representación como las películas de José Luis López Vázquez y Gracita Morales eran lo más parecido a una misa: los feligreses sabían previamente lo que iba a suceder, y querían estar todos juntos para compartir aquel guión previsible.

Supongo que no todos los seres humanos estamos hechos de la misma pasta. A mí, las misas fueron el motivo que más me empujó a abandonar la religión. La sola idea de que tenía que asistir a un espectáculo que había visto ya docenas de veces era disuasoria, y aquel desprestigio semanal de sus organizadores iba erosionando mi nunca muy arraigada fe. Nunca he entendido por qué unas personas pueden necesitar juntarse todos los domingos para repetir exactamente la misma representación. ¿No se aburren?

Hubo una época en que consideré seriamente la posibilidad de instalarme en Ibiza, y así se lo comenté a una amiga que llevaba muchos años viviendo allí. En uno de mis frecuentes viajes a aquella amada isla, vine a pasar una noche en su casa, que estaba en mitad del campo. Desde Santa Eulalia hasta allí había sólo unos pocos kilómetros, y la carretera serpenteaba plácidamente a través de un bellísimo paisaje. No teníamos necesidad de usar dos coches, porque ella debía acudir a la mañana siguiente a Santa Eulalia, de modo que me llevó por la tarde a su casa y me depositó al otro día en el mismo lugar en que me había recogido. Estábamos ya de regreso cuando el coche llegó a una bifurcación.

"¿No podríamos ir por la derecha, mejor?", sugerí yo, levemente angustiado.

"¿Por qué? Se tarda un poco más, y por la izquierda el camino es más bonito".

"Es que por ahí ya pasamos ayer", respondí yo. "Es por no repetir".

Mi amiga se echó a reír.

"¿Y tú te quieres venir a vivir a Ibiza?"

Tenía razón, y en aquel mismo instante yo abandoné mis fantasías de vivir permanentemente en una isla de quince por veinte kilómetros cuadrados.

Hay, pues, dos tipos de seres humanos. No entraré en juicios, aunque los hechos demuestran que hacer reír con receta es mucho más fácil que sin ella. Por eso mis humoristas favoritos han sido siempre los más imprevisibles: los hermanos Marx, Buster Keaton, Bugs Bunny.

Me dirán que los dibujos animados son el más repetitivo de todos los géneros, pero yo no lo veo así. El zorro perseguidor siempre termina laminado por algún yunque caído del cielo, pero el ingenio que despliega en cada ocasión para tender esa nueva trampa que, irremisiblemente, se volverá contra él es el ingrediente clave de esos guiones. Si Bugs Bunny fuera descubierto por su mujer con una coneja en la cama o la amante tuviera que esconderse en un armario dejándose el sujetador en la consola, creo que sus películas no me interesarían.

Pese a que todos la experimentamos con gusto, no es mucho lo que sabemos de la risa. Uno estaría tentado de clasificarla con el estornudo o el bostezo, si no fuera porque la risa tiene, además, un ingrediente mental que nadie ha sabido exactamente explicar. Según el psicoanálisis, reírse es la forma en que manifestamos el placer de la transgresión. La cultura es, por definición, represiva, y el humor sería la espita que nos aliviaría la incomodidad de esa camisa de fuerza. En algún recoveco de nuestros anhelos, una parte de nosotros siempre desea retornar a aquel pasado en el que todo nos lo daban hecho y nada estaba prohibido. Visto así, los paraísos prometidos por algunas religiones quizá no son más que una comedia que, supuestamente, algún día nos hará reir.

Que yo sepa, sólo hubo un filósofo que escribió sobre la risa. Me parece encomiable que los filósofos, esos seres narcisistas que se esfuerzan por convencernos de la seriedad de sus divagaciones, dediquen una parte de su obra al sentido del humor. Este en concreto se llamaba Henri Bergson, y mi curiosidad por la risa me ha llevado a leer algún texto suyo, concretamente El tiempo y el libre albedrío. Los filósofos tienen algo que para mí es fascinante: son probablemente los únicos seres humanos a los que se permite ser prepotentes, y cuya prepotencia es incluso premiada, en muchos casos, con una cátedra universitaria. En el caso de Bergson, además, con el premio Nobel.

La condición humana está llena de sorpresas. Pero yo no me dejo deslumbrar por los abalorios. Mis incursiones en la filosofía siempre han terminado, si no con carcajadas, sí con largos bostezos, y en algún momento, inevitablemente, termino regresando a Zenón de Elea. Sus aporías, ésas sí, me producen un placer mucho más estimulante -y más inquietante- que la risa.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya te entiendo, Ricky, ya te entiendo... eres un enemigo de ese paso histórico que da occidente, el paso del mito al logos. Comenzó en el siglo VII A.c. y es el comienzo de la racionalidad europea, los padres fundadores de nuestra cultura. Es normal que no entiendas nada.

Ricky Mango dijo...

Mal empezamos clasificando a la gente en amigos y enemigos de lo que sea. Un punto menos para usted. Y, si quiere descender todos los que le quedan hasta el cero, le bastará con mantener un pulso intelectual conmigo, a ver quién entiende más de racionalidad.

Atentamente,
Ricky Mango

 
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