En el aeropuerto de Barcelona he encontrado un pasillo apartado al que no llegan los estruendosos anuncios de los altavoces. Apenas hay unas cuantas personas aquí. Al sentarme, dejo escapar un suspiro de alivio. Ausencia de multitudes, silencio. Es casi un imposible, pero durante veinte breves minutos podré disfrutarlo a mis anchas. Son las ocho menos cuarto de la noche, y es bastante probable que a estas horas tan tardías mi vuelo salga con retraso, de modo que ya cuento con llegar a casa a medianoche.
Quizá debería reanudar las andanzas de Manuel Zanzón. El problema es el tiempo. ¿De dónde lo saco? Mi primera novela me obligó a mantener una larga continuidad en el tiempo. Dos o tres horas por la mañana, tres o cuatro horas por la tarde. Es toda una profesión. En realidad, una vocación como la de Teresa de Calcuta, si se piensa en la exigua remuneración que uno puede esperar obtener en el mejor de los casos; es decir, si la publican. Y yo no dispongo de esa dedicación. Mantengo cuatro blogs, un podcast y una colaboración con 6columnas, y mi trabajo, entrecortado por naturaleza, me rompe todos los ritmos.
Y, sin embargo, tengo ganas de escribir ficción. Varias ideas me rondan en la cabeza desde hace tiempo. Con el paso del tiempo se ramifican, se anudan unas con otras mientras, paralelamente, nacen otras nuevas, pero en ningún momento consiguen hacer saltar la chispa que me sentará ante el teclado para escribirlas de un tirón. Bastante tengo ya con literaturizar mi vida.
Porque no otra finalidad tenía este viaje. La otra noche, en el bar, Ángel estaba existencial. Carpe diem, venía a decirme. Quién sabe dónde estaremos mañana. Hay que vivir cada día como si fuera el último de nuestras vidas. Personalmente, encuentro muy cansada esa filosofía, y sus ojeras de noctámbulo y viajero infatigable me daban la razón. Yo prefiero literaturizar mi vida.
Para rescatar a Manolo Zanzón de aquel pueblo desolado de las afueras de Madrid hace falta algo más que sentarse a escribir. Hace falta releerse el esquema de la novela, con todos sus personajes, y el esquema de lo que el autor tiene previsto que suceda: el futuro de Manuel Zanzón.
O bien, simplemente, sentarse y divagar, que es lo que yo he estado haciendo últimamente con mis personajes. En fin de cuentas, también la vida es, pese a nuestros esfuerzos, una divagación. ¿Qué hay de malo en que Justo Conaprole o Sagrario Sombrilla cambien inesperadamente de caprichos y de querencias? ¿No hay, como ha dicho el filósofo en este mismo blog, una vida ganada y una vida perdida hasta en la menor de nuestras decisiones? Pues esta misma conclusión vale para las novelas. La vida y la literatura son siempre, querámoslo o no, una commedia dell'arte.
Mientras escribo, los minutos han transcurrido, y en algún pasillo remoto un altavoz me invitará pronto con voz de trueno a embarcarme en mi avión.
El viaje ha terminado. Regreso a Gran Canaria.
martes, 3 de noviembre de 2009
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1 comentario:
Ummm... ¡Por todos los Santos!... O por todos los Muertos, ¿nos dejará usted con la curiosidad de que hubo en las noches y los días de Barcelona durante el 1 y el 3 de noviembre?
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