domingo, 13 de junio de 2021

DDT

En 1948, el químico suizo Paul Müller recibió el premio Nobel de medicina por su descubrimiento de las propiedades insecticidas del DDT. Gracias a aquel descubrimiento, el tifus había sido prácticamente erradicado en gran parte del mundo. Después de la segunda guerra mundial, el uso de DDT consiguió eliminar prácticamente el paludismo en América del Norte, en el continente europeo y en muchos otros países. En India, por ejemplo, habían muerto en 1945 cerca de un millón de personas por paludismo. En 1960, gracias al DDT, esa cifra se había reducido a unos pocos millares.

Sin embargo, un acontecimiento imprevisto iba a cambiarlo todo. En 1962, la escritora Rachel Carson saltó a la fama con su libro Silent Spring. Según ella, el DDT reducía el grosor de la cáscara de los huevos de las aves de rapiña. Si los huevos no protegían suficientemente a esos pajaritos, razonaba Carson, llegaría un día en que no veríamos ya pájaros en las ramas, y las primaveras serían silenciosas: Silent springs. Los asustados lectores se preguntaban: ¿sería el DDT nocivo también para las personas? Acababa de nacer el alarmismo “verde”.

Pero en los países pobres nunca faltaron pajaritos, y las investigaciones científicas no respaldaban el nuevo terrorismo. Los efectos sobre los huevos eran reversibles, y en 1971 la Environmental Protection Agency (EPA) convocó una larga serie de audiencias científicas sobre el DDT. A lo largo de ocho meses declararon 125 testigos y se aportaron 365 pruebas. Finalmente, la Agencia concluyó que el DDT no causaba cáncer ni mutaciones genéticas, ni perjudicaba el desarrollo de los fetos humanos.

Eso fue en 1971. Sólo un año después, el funcionario William Ruckelshaus, recién nombrado Administrador de la EPA, revocó el dictamen sobre el DDT. Ruckelshaus no había asistido a una sola de las audiencias, y ni siquiera se había leído el informe. Su decisión fue exclusivamente política. De hecho, sólo un año antes de incorporarse a la EPA, había declarado que el DDT era “indispensable para proteger la salud humana”y que, aplicado adecuadamente, no tenía efectos tóxicos en las personas ni en otros mamíferos y no era peligroso. Apenas se incorporó a la EPA, sin embargo, declaró que, bien pensado, “abrigaba muchas sospechas sobre el DDT”. En 2000, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) aprobó un tratado internacional contra el uso de varias sustancias químicas, entre ellas el DDT.

Después de 1972, el DDT siguió en uso, aunque sólo en casos excepcionales. Pero los alarmistas ricos de los países ricos siguieron insistiendo ante los gobiernos de los países ricos para que lo prohibieran, no fuera que el equilibrio ecológico de los países ricos se deteriorara insufriblemente. Los países pobres, en cambio, no tenían alternativas. Dependían de la financiación exterior para sustituir el DDT por otros insecticidas, por cierto mucho menos eficaces. Malathion, el sustituto más barato, cuesta más del doble y sus efectos duran la mitad del tiempo que el DDT. La impregnación de una sola mosquitera cuesta 4 dólares y hay que renovarla con frecuencia, y eso para cada miembro de cada familia (generalmente, muy numerosa). Y, como todos sabemos, los mosquitos que te quieren picar no suelen esperar a que te metas en la cama.

Los países que pudieron mantenerse fieles al DDT experimentarion mejoras espectaculares. En 2000 Sudáfrica reintrodujo el DDT y, en un solo año, vio sus casos de paludismo disminuir un 80 por ciento. Cinco años más tarde, el número de casos era un 97 por ciento menor. También en 2000, una empresa minera de Zambia emprendió un programa de control del paludismo mediante DDT. En la actualidad, la mortalidad por paludismo en las clínicas de la empresa es igual a cero. 

Pero desde 2005 ningún otro país ha regresado al DDT. Los alarmistas ricos siguen clamando en favor de sus pajaritos con dinero de los contribuyentes de los países ricos. Y los autores de publicaciones científicas, o por ascender en el escalafón o por no quedarse sin trabajo, siguen haciendo méritos ante los sacerdotes del miedo. Y ante sus financiadores. A tan ubérrimo panal de rica miel se unieron también las Naciones Unidas, la OMS, medios de comunicación agradecidos, fabricantes de insecticidas piretroides y, simplemente, tontos útiles que no quieren complicarse la vida averiguando y tan sólo desean un mundo (rico) mejor.

¿Es o no nocivo el DDT? Según un artículo publicado en The Lancet en 2000, “hay probablemente pocas sustancias que hayan sido tan estudiadas como el DDT, experimentalmente o en personas. Desde los años 40 se han producido miles de toneladas de DDT, y millones de personas han estado en contacto directo con esa sustancia... Considerando las ingentes cantidades usadas, el nivel de seguridad para las personas es extremadamente alto”.

Por su parte, la London School of Hygiene and Tropical Medicine concluyó que, en Brasil y en India, la salud de los fumigadores de DDT era “semejante a la de otras personas de su edad”. La Agency for Toxic Substances and Disease Registry (ATSDR) no econtró ninguna relación entre el DDT y el número de casos de cáncer. Dos toxicólogos de renombre evidenciaron que, incluso en el apogeo del uso de DDT en cultivos agrarios, el riesgo de cáncer asociado a esa sustancia era mucho menor que el de muchos alimentos de consumo cotidiano: una sola taza de café, por ejemplo, es más peligrosa que un año entero de exposición a DDT. Y muchos otros estudios han llegado a las mismas conclusiones.

En la actualidad, el paludismo causa millones de muertes cada año, muchas de ellas de niños, casi únicamente en los países pobres. Y no existen alternativas. En 1996, Sudáfrica sustituyó el DDT por piretroides y vio el número de casos de paludismo incrementarse en más de un 1 000 por ciento en cuatro años. Sólo los pocos países que se atrevieron a seguir usando DDT han conseguido contener o reducir el paludismo.

En el año 2006, después de 30 años de oposición enconada, la OMS declaró que el DDT es un insecticida aceptable en la lucha contra el paludismo. Después de 30 años ¿y de cuántos millones de muertos? Pero no se alarmen. Me refiero sólo a los países pobres. Los países ricos han conseguido evitar el sufrimiento de sus pajaritos.

Y con esto, por hoy, termino. Es mi hora del café.

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