lunes, 21 de junio de 2021

Experimentos

Hasta el día de hoy he escrito aquí ya varias veces sobre el famoso virus. Hace ya tiempo que no encuentro informaciones nuevas, y me he hecho una idea muy clara de la situación. No sé cuál es el porcentaje de maldad y cuál es el porcentaje de imbecilidad entre nuestros gobernantes y medios de comunicación, pero mi conclusión es ya inamovible: nos han engañado y nos están engañando. El virus no es más peligroso que la gripe, y todas las cifras que vomitan continuamente los medios son indiscutiblemente mentira. 

Quienes me conocen saben que no hablo por hablar. No soy un paranoico. He dedicado muchas horas, días y meses a investigar la realidad, y soy extremadamente exigente con la veracidad de las informaciones que voy encontrando. Pero, naturalmente, estoy ante una situación de fe colectiva. Por lo tanto, irracional. Y contra el miedo y la culpa colectiva es prácticamente imposible luchar a título individual.

Ahora voy a hablar de las vacunas. No me apetecía mucho, pero lo considero un deber moral, pese a que ya sé, de antemano, que no va a servir para mucho. Los pocos que lean esto, al menos, no podrán decir que nadie les ha informado. Y empiezo.

Hay tres tipos de vacunas actualmente en el centro de la histeria colectiva. Las vacunas de tipo tradicional consisten en introducir un virus inactivado en el organismo, con el fin de que nuestro sistema inmunitario genere anticuerpos contra él. Ninguna de esas vacunas está siendo administrada en la Unión Europea, pero encuentro extraño que aleguen que usan un virus inactivado cuando el virus ni siquiera ha sido aislado. Lo que conocemos como tal es una construcción por ordenador, basada en trozos aislados del ARN del presunto virus. Ahí dejo ese misterio.

Otro tipo de vacuna consiste en introducir en el cuerpo un adenovirus, de chimpancé o humano, previamente vaciado y rellenado con ARNm. Y un tercer tipo consiste en inocular ARNm envuelto en distintas sustancias que le permitan llegar intacto hasta la membrana celular. Esas sustancias no han sido suficientemente ensayadas en humanos, y sus efectos a corto y largo plazo son desconocidos. 

Ahora vamos con el ARNm. El ARNm que están inoculando es similar a un programa informático: codifica instrucciones para producir la proteína S2, que supuestamente es una parte externa del virus. Para ello, atraviesa la membrana celular y entra en el ribosoma, que inmediatamente lo descodifica y, obedeciendo sus instrucciones, empieza a fabricar copias de la proteína, que pasan al torrente sanguíneo. ¿Durante cuánto tiempo? No lo sabemos. Quizá sólo durante unos días, quizá durante toda la vida. 

Para evitar que la proteína circule por la sangre, el ARNm está diseñado de modo que las proteínas salgan de la "fábrica" provistas de un anclaje que las fije a la membrana celular. Sin embargo, recientes investigaciones han descubierto que la proteína no se queda anclada y circula efectivamente por la sangre de los inoculados. También se ha averiguado que se fija a los receptores ACE2 de la membrana celular, en particular a las plaquetas, el  bazo, el endotelio (el recubrimiento interior) de los vasos sanguíneos, los ovarios, la placenta (los abortos espontáneos se han multiplicado por 3 000) y la médula ósea (donde a más largo plazo podría causar leucemias). 

La alteración de las plaquetas genera trombos y trombocitopenia, y de hecho esos efectos están siendo observados en millares de personas, información que no aparece nunca en los medios de comunicación y que es sistemáticamente censurada en las redes. Son miles los que han muerto ya por trombosis o infartos por esa causa, muchísimos más de los que habrían muerto si no se hubieran "vacunado". Además, se ha comprobado que la proteína atraviesa la barrera hematoencefálica y penetra en el cerebro, donde puede afectar al sistema nervioso: ceguera, parálisis facial, deterioro mental son sólo algunos de esos efectos, que, pese a su ausencia en los medios, están siendo observados. Hablo de cifras oficiales, científicas o autorizadas. 

En Israel, por ejemplo, las muertes y las miocarditis en jóvenes han aumentado exorbitantemente desde el comienzo de la campaña de vacunación. Y ahora van a por los niños. Estadísticamente, es más probable que a tu hijo lo fulmine un rayo que muera a consecuencia del virus. Inocularlo con un tratamiento genético experimental no aprobado puede terminar causando un genocidio. El peor de todos los imaginables: un genocidio de niños. Indefensos, dependientes fundamentalmente del terror de sus padres, inducido por una campaña perfectamente malévola y premeditada.

Las compañías farmacéuticas han firmado contratos que las eximen de toda responsabilidad, y si finalmente algún juez dictamina que el responsable es el gobierno, las indemnizaciones las pagarán con nuestros impuestos, no con los multimillonarios beneficios de esas compañías.

¿Por qué hemos permitido que nuestros gobiernos firmen esos contratos? En parte, por terror, en parte por inanidad de la oposición, y en parte por "presiones" (léase sobornos) de las farmacéuticas. Pero no sólo hemos permitido la firma de esos insensatos contratos. Hemos permitido que nos despojen de nuestra libertad, mucha más de la que nos quitó cualquier dictadura, salvo en el caso de los ghettos judíos en la Alemania nazi. Hemos entregado de buena gana nuestra libertad, ¿y esperamos que nos la devuelvan graciosamente? No seamos ingenuos.

Esto no se va a terminar mañana, ni este verano. Con el invierno, volverán los resfriados y las gripes, incluso quizá el famoso virus. Nos hablarán otra vez de asintomáticos y de nuevas variantes mortíferas, retornarán a los falsos positivos y seguirán sujetando el dogal en torno a nuestro cuello. No sé si tienen un plan, aunque todo parece indicar que lo tienen, pero estamos a un paso del control total de buena parte de la población mundial. Sí, a eso se refieren cuando se llenan la boca con la palabra "digitalización".

Por las buenas, no creo que consigamos recuperar las libertades que hemos entregado sin rechistar. No importa el color del gobierno que elijamos. Esto es un juego de poder. Puro y simple. 

Por favor, os imploro de rodillas: no vacunéis a vuestros hijos. Tienen toda una vida por delante, y no podéis poner en riesgo su salud para el resto de su vida. Puede que mis aprensiones no se cumplan, pero el riesgo es real, y no sabemos durante cuánto tiempo los convertirán en una fábrica de toxinas. Por favor, no los vacunéis. Enviadme un comentario si queréis más información, y os la daré con mucho gusto. Si creéis que hay la más mínima posibilidad de destruir la vida de vuestros niños, por favor, ponéos en contacto con otros padres o abuelos que piensen como vosotros. Organizáos. Hay que ofrecer resistencia a esta dictadura demente que nos atenaza. 

Resistamos en los colegios, en los parques infantiles. Interpelemos a los pediatras, pidamos información exhaustiva y verídica. No nos dejemos chantajear. Si no permiten que los niños sin vacunar asistan a clase, que no asista ningún niño a ninguna clase hasta que el gobierno ceda. Los niños no mueren del virus y no contagian. Y no tienen posibilidad de elección. Apaguemos la televisión. Recuperemos nuestra dignidad de seres humanos. No somos ovejas de ningún rebaño, ni ratas de laboratorio. Seamos personas libres y con criterio propio. Eso, y no otra cosa, es el verdadero progreso.

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martes, 15 de junio de 2021

Tres cuadros

Tres originales de Ricky Mango:
Higo

Tríptico

Ballena
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domingo, 13 de junio de 2021

DDT

En 1948, el químico suizo Paul Müller recibió el premio Nobel de medicina por su descubrimiento de las propiedades insecticidas del DDT. Gracias a aquel descubrimiento, el tifus había sido prácticamente erradicado en gran parte del mundo. Después de la segunda guerra mundial, el uso de DDT consiguió eliminar prácticamente el paludismo en América del Norte, en el continente europeo y en muchos otros países. En India, por ejemplo, habían muerto en 1945 cerca de un millón de personas por paludismo. En 1960, gracias al DDT, esa cifra se había reducido a unos pocos millares.

Sin embargo, un acontecimiento imprevisto iba a cambiarlo todo. En 1962, la escritora Rachel Carson saltó a la fama con su libro Silent Spring. Según ella, el DDT reducía el grosor de la cáscara de los huevos de las aves de rapiña. Si los huevos no protegían suficientemente a esos pajaritos, razonaba Carson, llegaría un día en que no veríamos ya pájaros en las ramas, y las primaveras serían silenciosas: Silent springs. Los asustados lectores se preguntaban: ¿sería el DDT nocivo también para las personas? Acababa de nacer el alarmismo “verde”.

Pero en los países pobres nunca faltaron pajaritos, y las investigaciones científicas no respaldaban el nuevo terrorismo. Los efectos sobre los huevos eran reversibles, y en 1971 la Environmental Protection Agency (EPA) convocó una larga serie de audiencias científicas sobre el DDT. A lo largo de ocho meses declararon 125 testigos y se aportaron 365 pruebas. Finalmente, la Agencia concluyó que el DDT no causaba cáncer ni mutaciones genéticas, ni perjudicaba el desarrollo de los fetos humanos.

Eso fue en 1971. Sólo un año después, el funcionario William Ruckelshaus, recién nombrado Administrador de la EPA, revocó el dictamen sobre el DDT. Ruckelshaus no había asistido a una sola de las audiencias, y ni siquiera se había leído el informe. Su decisión fue exclusivamente política. De hecho, sólo un año antes de incorporarse a la EPA, había declarado que el DDT era “indispensable para proteger la salud humana”y que, aplicado adecuadamente, no tenía efectos tóxicos en las personas ni en otros mamíferos y no era peligroso. Apenas se incorporó a la EPA, sin embargo, declaró que, bien pensado, “abrigaba muchas sospechas sobre el DDT”. En 2000, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) aprobó un tratado internacional contra el uso de varias sustancias químicas, entre ellas el DDT.

Después de 1972, el DDT siguió en uso, aunque sólo en casos excepcionales. Pero los alarmistas ricos de los países ricos siguieron insistiendo ante los gobiernos de los países ricos para que lo prohibieran, no fuera que el equilibrio ecológico de los países ricos se deteriorara insufriblemente. Los países pobres, en cambio, no tenían alternativas. Dependían de la financiación exterior para sustituir el DDT por otros insecticidas, por cierto mucho menos eficaces. Malathion, el sustituto más barato, cuesta más del doble y sus efectos duran la mitad del tiempo que el DDT. La impregnación de una sola mosquitera cuesta 4 dólares y hay que renovarla con frecuencia, y eso para cada miembro de cada familia (generalmente, muy numerosa). Y, como todos sabemos, los mosquitos que te quieren picar no suelen esperar a que te metas en la cama.

Los países que pudieron mantenerse fieles al DDT experimentarion mejoras espectaculares. En 2000 Sudáfrica reintrodujo el DDT y, en un solo año, vio sus casos de paludismo disminuir un 80 por ciento. Cinco años más tarde, el número de casos era un 97 por ciento menor. También en 2000, una empresa minera de Zambia emprendió un programa de control del paludismo mediante DDT. En la actualidad, la mortalidad por paludismo en las clínicas de la empresa es igual a cero. 

Pero desde 2005 ningún otro país ha regresado al DDT. Los alarmistas ricos siguen clamando en favor de sus pajaritos con dinero de los contribuyentes de los países ricos. Y los autores de publicaciones científicas, o por ascender en el escalafón o por no quedarse sin trabajo, siguen haciendo méritos ante los sacerdotes del miedo. Y ante sus financiadores. A tan ubérrimo panal de rica miel se unieron también las Naciones Unidas, la OMS, medios de comunicación agradecidos, fabricantes de insecticidas piretroides y, simplemente, tontos útiles que no quieren complicarse la vida averiguando y tan sólo desean un mundo (rico) mejor.

¿Es o no nocivo el DDT? Según un artículo publicado en The Lancet en 2000, “hay probablemente pocas sustancias que hayan sido tan estudiadas como el DDT, experimentalmente o en personas. Desde los años 40 se han producido miles de toneladas de DDT, y millones de personas han estado en contacto directo con esa sustancia... Considerando las ingentes cantidades usadas, el nivel de seguridad para las personas es extremadamente alto”.

Por su parte, la London School of Hygiene and Tropical Medicine concluyó que, en Brasil y en India, la salud de los fumigadores de DDT era “semejante a la de otras personas de su edad”. La Agency for Toxic Substances and Disease Registry (ATSDR) no econtró ninguna relación entre el DDT y el número de casos de cáncer. Dos toxicólogos de renombre evidenciaron que, incluso en el apogeo del uso de DDT en cultivos agrarios, el riesgo de cáncer asociado a esa sustancia era mucho menor que el de muchos alimentos de consumo cotidiano: una sola taza de café, por ejemplo, es más peligrosa que un año entero de exposición a DDT. Y muchos otros estudios han llegado a las mismas conclusiones.

En la actualidad, el paludismo causa millones de muertes cada año, muchas de ellas de niños, casi únicamente en los países pobres. Y no existen alternativas. En 1996, Sudáfrica sustituyó el DDT por piretroides y vio el número de casos de paludismo incrementarse en más de un 1 000 por ciento en cuatro años. Sólo los pocos países que se atrevieron a seguir usando DDT han conseguido contener o reducir el paludismo.

En el año 2006, después de 30 años de oposición enconada, la OMS declaró que el DDT es un insecticida aceptable en la lucha contra el paludismo. Después de 30 años ¿y de cuántos millones de muertos? Pero no se alarmen. Me refiero sólo a los países pobres. Los países ricos han conseguido evitar el sufrimiento de sus pajaritos.

Y con esto, por hoy, termino. Es mi hora del café.

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