Acabas de abrir los ojos, por primera vez. Bienvenido. No estarás solo, o al menos ya ha hay otros aquí que han llegado antes que tú. Quizá estás asustado. Lloras. Todavía no entiendes nada. No distingues formas, ni sonidos, y ahora estás respirando. Es una sensación nueva. Descansa un poco. Te duermes.
Aún no lo sabes, pero era casi imposible que existieras. Antes de existir eras sólo una combinación, una sola, entre millones de trillones de combinaciones posibles, pero ahí estás, vivo, llorando, manoteando, buscando un pecho materno, durmiendo. Cualquier mínimo retraso o adelanto en la maquinaria de la realidad, cualquier imprevisto sutil, cualquier otra densa sucesión de acontecimientos macroscópicos y microscópicos habría generado una complejidad diferente a la tuya. O ninguna.
Y sin embargo ahí estás, completo, funcionando igual que millones de semejantes a ti desde tiempo inmemorial. Crecerás, encontrarás una talla de ropa para tu cuerpo, los demás te verán guapa, o distraído, o glotón, pero no tendrás colmillos de elefante, caparazón de tortuga, aletas de delfín.
Al principio, cuando empieces a entender, no podrás comparar. Tu universo será tu única realidad, y de ella te irás desgajando poco a poco cuando empieces a comprender que el placer y el dolor no forman parte de ti. Vienen de afuera, y a veces los puedes perseguir, o evitar.
No siempre. Aunque tú no lo sepas, todavía sigues jugando a la lotería de la vida. Has nacido donde te ha tocado nacer, y eso nunca lo vas a poder cambiar. Ninguno de nosotros hemos podido escoger. Puede que te haya caído en suerte un padre autoritario o ensimismado, una madre posesiva, supersticiosa o amorosa, unos hermanos o unos tíos o unos abuelos divertidos, entrañables o maniáticos. Y todos ellos te depararán placer y dolor, a partes desiguales. Bienvenido al barco de la vida.
Si eres fuerte, conseguirás sobreponerte a los reveses. Si eres débil, sucumbirás, o construirás una fortaleza de actitudes en la que sobrevivir. Pero, durante muchos años todavía, nadie podrá cambiar esa realidad estadísticamente improbable en la que has nacido. Si tienes suerte, te protegerán y te enseñarán a navegar. Si no la tienes, tendrás que aprender tú solo. Puede que tengas que invertir una energía desproporcionada durante parte de tu vida. Incluso es posible que nunca aprendas a manejar bien el timón y embarranques, o naufragues en la más leve tormenta. Todo eso forma parte de la grandeza --y de la miseria-- del viaje de la vida.
Me gustaría tanto ayudarte. Yo también he tenido que aprender muchas cosas que nadie me enseñó, y que a ti ahora te ayudarían a encontrar un rumbo. Pero raras veces podré hacerlo. Esa misma ruleta gigantesca que mueve el mundo tendría que entrecruzar nuestros caminos en el lugar y en el momento propicios, y eso casi nunca ha sucedido. Sí, es cierto, alguna vez ha sucedido, porque yo he jugado ya en muchas mesas de muchos casinos, pero también muy a menudo he perdido después de haber ganado. ¿Sabes? No puedes dejar de apostar porque, si te resistes a nadar, te arrastrará el río de la vida.
Te deseo mucha suerte en ese viaje nuevo que, sin tú quererlo, acabas de emprender. Puedes estar seguro de que no habrá, nunca, ningún otro barco navegando con el mismo rumbo que el tuyo. Y por eso, aunque ahora tal vez no te lo parezca, estarás siempre, esencialmente, solo.
Que los vientos te acompañen.
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jueves, 18 de julio de 2019
Abrir los ojos
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